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Se supone que hoy mismo, todo lo más mañana martes, Trump hará público su plan para poner fin al conflicto israelo-palestino. El “acuerdo del siglo” le ha llamado. El martes están citados en la Casa Blanca el Primer Ministro israelí en funciones, Netanyahu, y su máximo competidor, el centrista Ganz. No habrá ningún palestino. Ni jordano o egipcio, los dos Estados árabes que han firmado la paz con Israel. Lo peligroso es que la Autoridad Palestina podría finalmente animarse a cumplir su amenaza de romper su cooperación en materia de seguridad con Israel. Es decir, dejar de impedir atentados palestinos contra Israel desde Cisjordania. Lo peor es las razones de Trump para hacer el anuncio precisamente ahora: desviar la atención del impeachment y apoyar a Netanyahu, que está contra las cuerdas. En efecto, tras resistirse como gato panza arriba, el mismo martes la Knesset, el parlamento israelí, debatirá en sesión de urgencia aprobar el suplicatorio para que Netanyahu pueda ser procesado antes de las elecciones, las terceras seguidas, del próximo marzo.
Es normal que no vaya a haber ningún representante árabe en Washington porque aunque no se conoce en detalle el contenido del “acuerdo”, los palestinos lo rechazan de plano. Porque el supuesto “acuerdo” prevé que Israel se anexione definitivamente Jerusalén Este, el valle del Jordán y la inmensa mayoría de sus asentamientos en Cisjordania. A cambio los palestinos conseguirían un Estado desmilitarizado en los territorios que ya controlan, que viene a ser un 60 por ciento del territorio conquistado por Israel en la guerra de los seis días de 1967. Con el agravante de que la Autoridad Palestina con sede en Ramallah no controla Gaza, en manos de Hamás, con quien Israel negocia una tregua a largo plazo.
En el fondo, el “acuerdo” no será sino oficializar lo que EE.UU. ya ha venido anunciando en los últimos meses trasladando su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, haciendo saber que ya no veía con malos ojos los asentamientos israelíes y aceptando la anexión israelí de los Altos del Golán sirios. Así que no habrá un cambio sustancial sobre el terreno. Pero será un cambio de paradigma: EE.UU. ya no apoya la solución de dos Estados, israelí y palestino, viviendo en paz y seguridad uno junto al otro, cada uno ocupando las tierras que ocupaban antes de 1967.
Cabe preguntar si no es sensato aceptar la realidad sobre el terreno en vez de seguir apoyando la autodeterminación palestina. Ciertamente los palestinos y los vecinos árabes de Israel no han dejado de meter la pata, empezando con el rechazo del plan de partición de la ONU de 1947 hasta la persistente división actual entre Gaza y Cisjordania. Y desde luego, perder guerras tiene consecuencias y si no que se lo pregunten a las poblaciones alemanas que vivían antes de la segunda guerra mundial en zonas que pasaron a ser de Polonia, Rusia o Chequia.
Nada de lo anterior justifica la ocupación militar y las violaciones de Derechos Humanos de la población civil palestina. Pero en realidad, cuando Isaac Rabin y Shimon Peres aceptaron a la OLP como interlocutor y abrazaron la solución de los dos Estados lo hicieron principalmente pensando en el futuro de Israel. En efecto, si Israel quiere seguir siendo una democracia de mayoría demográfica judía, no tiene otra opción que dejar de controlar Cisjordania y Gaza (ya lo hizo). Proseguir la ocupación militar de varios millones de palestinos vicia el carácter democrático de Israel y fusionarse con Cisjordania y Gaza dando a sus habitantes plenos derechos, acabaría con el sueño sionista de un Estado de mayoría judía.
Como la gran mayoría de Cisjordania es un pedregal despoblado, Trump y su yerno, que de pequeño tuvo que cederle su cama en varias ocasiones a Netanyahu cuando venía a casa de su padre, conocido donante derechista judío, pretenden que el Estado palestino se limite a las principales ciudades y pueblos, que ya están bajo control de la Autoridad Palestina. Como buenos agentes inmobiliarios, esperan que la promesa de varios miles de millones de dólares haga que los palestinos acepten la rebaja de sus aspiraciones territoriales. La mayoría de los israelíes sabe que no será así pero no pueden oponerse a los designios de EE.UU. sin cuyo apoyo Israel está vendido.
Netanyahu, en cambio, está encantado. En sus campañas electorales proliferan las fotos de él con Trump para vender que el apoyo norteamericano a las posiciones maximalistas de la derecha israelí son un mérito suyo. Ni siquiera es cierto. Trump dejará tirado a Netanyahu en cuanto le convenga. La única razón por la que apoya a la derecha israelí es por su dependencia de los evangélicos norteamericanos. Por difícil de creer que resulte, los evangélicos consideran que el Mesias volverá cuando el pueblo elegido, los judíos, controlen de nuevo la tierra del gran Israel. Y Trump les regala concesiones a cambio de su apoyo. Lo que pase a partir del martes en Cisjordania le trae sin cuidado. Nosotros estamos mucho más cerca. Si en marzo, pese a todo, Ganz consigue formar gobierno sin Netanyahu y si Trump no es reelegido, cabría reconducir la situación. Pero ninguna de las dos condiciones es de sencillo cumplimiento. Veremos pero pinta francamente mal.