Un curso para Solbes

Polonio 210 

Cuando la democracia llegó a nuestro país, (como llegan los santos a salvar negritos en las filminas del colegio, a punto de ser devorados, esos pobres estúpidos, por el criminal león) España era una nación pendiente de alfabetizar en muchos terrenos, como el puñetero negrito ese, también en el campo laboral. Nuestros empresarios, casta acostumbrada a mamar tranquilamente del antiguo régimen, sin grandes problemas de conciencia y lleno el bolsillo de subvenciones, seguía manteniendo la misma idea del trabajador  que la sustentada por el glorioso y respetado “Fuero de los Españoles�: pandilla de gandules a los que hay que meter en cintura, so mamones. Así se lanzaron a su particular cruzada con la clase trabajadora. Y así llegaron a nuestras empresas los consultores externos desde el extranjero mundial. Plaga que sigue, todo sea dicho, aunque ya nacional y con amplios recursos propios, dado el evidente negociete.  En aquella época servidor ya era jefe, es decir, ya era un trabajador consentidamente puteado por el resto de sus compañeros trabajadores, y me obligaron a acudir a uno de esos tempraneros cursos, titulado, nunca lo olvidaré, “El rol del directivo� (Les ruego silencio a los del fondo). El consultor era norteamericano, yanqui, y reunía los dos requisitos básicos que todo buen consultor nunca debe olvidar: a) la estupidez hay que venderla y cobrarla rápido y b) nunca vuelvas al lugar del crimen, es decir, donde se tragaron tu última estupidez. Nuestro hombre era un gran profesional. Psiquiatra de profesión, había orientado todo su conocimiento en el campo de la locura y la demencia hacia el mundo de la gestión empresarial, tan parecidos, y, tras una semana de curso, garantizaba al estúpido empresario comprador que las ventas de su empresa aumentaban un 20% y que los trabajadores, esos mamones,  se convertirían en leones dispuestos a comerse a todos los capullos negritos del mundo. Nada de ello ocurrió, evidentemente, salvo que el psiquiatra consultor cobró anticipadamente, conforme a los dos principios básicos de todo buen consultar, los mil millones de las antiguas pesetas (seis millones de las nuevas pesetas) que era el importe redondo de la estupidez vendida. Gran negocio. American way of life. 

Al tercer día del curso en cuestión, nuestro hombre, el psiquiatra yanqui-consultor, decidió hacer una “escenificación de lo aprendido� (¡por favor!) y puso a dos compañeros de internado a representar: a) el jefe y b) el empleado. Se trataba de que el jefe convenciera al empleado, lo implicara, en los objetivos y la gestión de la empresa. Llevaban jefe y empleado un cuarto de hora de amable discusión, cuando al jefe, que era jefe de verdad y con amplios trienios, se le subieron los argumentos amables y de manual a las meninges  y terminó con la clase práctica al mejor estilo de la época: mira chaval, le dijo al supuesto empleado, aquí se hace lo que a mí me sale de los cojones y se terminó la discusión. Y se terminó todo, también el curso. Cuento todo este hermoso y generoso prólogo para hacer notar a la distinguida bloguería si a Solbes, nuestro silente Vicepresidente, no le haría falta hacer un curso de “El rol del directivo� impartido por uno de mis antiguos compañeros. El mismo, por ejemplo, que acabó con aquella clase práctica. Yo tengo su teléfono.   Era todo. Que disfruten del domingo.    

 

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