Carlos Hidalgo

España ha pasado a liderar a los países grandes con mayor porcentaje de personas vacunadas. En el momento en el que escribo esto, superando el 70% de población con las dos dosis.

Teniendo en cuenta que este virus es muy puñetero, puede que no alcancemos la inmunidad de grupo todavía, pero, teniendo en cuenta la cantidad de gente vacunada y en tan poco tiempo, creo que nos deberíamos sentir orgullosos y orgullosas. Porque este es un triunfo de país. Del Gobierno central, de las Comunidades Autónomas, de los ayuntamientos y de España como sociedad. Somos los primeros del mundo en algo bueno.

Pero esto, en el panorama actual, parece sentar mal a alguien. Eso como si hubiéramos llegado a la Luna y hubiera gente que se enfadara porque fue una idea del progre de Kennedy o porque el presidente en ejercicio fuera el despreciable Nixon.

Lo mismo ha ocurrido con la evacuación de nuestro personal militar y diplomático en Afganistán, así como la de los afganos que han colaborado con nosotros. España ha tenido a cuatro Airbus militares de carga sin apagar motores durante varios días, haciendo viajes entre Zaragoza, Torrejón, Dubai y Kabul. Con equipos de pilotos y de militares organizando los vuelos, con comandos y GEO de la Policía buscando gente en una capital sumida en el caos y con el personal político y diplomático coordinando los esfuerzos y el papeleo. Y salió bien.

Es otro de nuestros triunfos como país. Cuando la gente hable de ello, no hablará de quién era el partido en el Gobierno, sino de cómo un país como el nuestro, tan acomplejado, ha corrido en la liga de los grandes y ha quedado por delante de los habituales países que nos ponemos como ejemplos de organización y civilización, como Alemania, Austria o los Países Bajos.

Puede que no nos guste el Gobierno de turno. Puede que no nos guste tal o cual partido. Pero nuestras ganas de cambiar las cosas no deberían cegarnos a la hora de reconocer nuestros triunfos como nación más allá del deporte. La crispación, la mala baba y la distorsión de la realidad deben tener un techo. Y los primeros en poner límite a ello deberían ser los líderes de los principales partidos.

Hoy he tenido la desagradable sensación de que a Pablo Casado le molestaba que hubiéramos superado el 70% de población vacunada. Y que insistía en una ley de pandemias en lugar de pensar en la recuperación del país. Que nos queda un trecho largo y duro por delante, por mucho efecto rebote que podamos experimentar. Y no es tanto por ser Pablo Casado él mismo, sin por ser un síntoma de un mal político que me aterra. Alegrarse de las desgracias y disgustarse por los éxitos de todos.

Alegrarse de que suba el recibo de la luz y disgustarse porque baje el paro. Seguro que tiene que haber otra manera de hacer las cosas.

Feliz vuelta de vacaciones a todos y a todas.