Lobisón
En una entrevista publicada el día 22 en Brasil, el expresidente Fernando Henrique Cardoso decía que la primera vez que vio una manifestación que no era obra de clases ni grupos organizados fue en París en mayo de 1968 (y sin internet, subraya). El paralelismo con lo que ha venido sucediendo en las últimas semanas es un poco inevitable, porque como en el 68 no se puede hablar de organizadores ni de intereses comunes predefinidos. Y, como también sucedió entonces, las manifestaciones se han dado en países muy distintos. Turquía y Brasil ahora —por no buscar más antecedentes—, y Francia y México en aquel año.
Es indudable que en ambos casos hay lo que podríamos llamar un efecto contagio, aunque nos parezca ingenuo comparar la difusión viral de la información a través de las redes sociales con el efecto de la televisión y la prensa escrita a finales de los años sesenta. Pero el problema más importante no es saber cómo ha saltado la chispa sino por qué ha prendido con tanta fuerza. En todos los casos mencionados, entonces y ahora, se trata de países que se consideraban ejemplos de éxito, aunque pudieran existir múltiples motivos de malestar. La cuestión es que ese malestar no aparecía en la superficie, y de pronto brotó con una fuerza impresionante a partir de motivos triviales.
El primer factor a considerar es que es inevitable que los sistemas de partidos se retrasen respecto a la sociedad cuando ésta cambia rápidamente, en el transcurso de una generación. No es un problema de leyes electorales ni de democracia interna en los partidos, sino de una tendencia inercial a la perpetuación de las élites políticas. Algo así como la frase de Keynes sobre el peso de las generaciones muertas (de economistas) sobre el cerebro de los vivos. En este caso se trataría del peso de los dilemas electorales del pasado reciente sobre la percepción que las élites mantienen de los problemas sociales del presente. Así, la gente normal deja de entender el lenguaje y las preocupaciones de ‘los políticos’.
La gente normal, pero sobre todo los jóvenes. El día 20, en un blog brasileño, Bernardo Sorj hablaba de las razones que se habían manejado anteriormente para descartar una movilización de las nuevas clases medias en defensa de los intereses derivados de su propio ascenso social. Y afirmaba: ‘El diagnóstico probablemente era correcto en relación a los padres, pero estaba equivocado en relación con los hijos. Todo indica que la mayor parte de los manifestantes son estudiantes universitarios… [de los] que buena parte ciertamente pertenece a familias de clase media de ascenso reciente’.
Como en el 68, cuando los padres satisfechos de clase media, en Francia o en México, se encontraron con que sus hijos tenían sus propios motivos de insatisfacción —mal o nada articulados—, se echaban a la calle y ponían en jaque al sistema que había permitido a los padres prosperar, y dar estudios universitarios a los hijos.
El asunto que plantea Lobison tiene otra vertiente que a mí me interesa mucho. Ante la evidencia de que la chispa saltó en «países que se consideraban ejemplos de éxito, aunque pudieran existir múltiples motivos de malestar» uno puede preguntarse por qué «ese malestar no aparecía en la superficie, y de pronto brotó con una fuerza impresionante a partir de motivos triviales».
Pero también podemos cuestionarnos como es la información que recibimos habitualmente, cómo se ha degradado hasta el punto de que siempre parece que somos «sorpendidos» por lo que ocurre por esos mundos. ¿De verdad «no aparecía en la superficie» el malestar de Turquía, o de Brasil? ¿O es que nadie estaba interesado en contarnos lo que de verdad pasaba allí? Si observamos lo que se nos informa del estado de las cosas en los más diversos países del mundo, veremos que sólo parece haber intención de cuestioanr el discurso oficial de las respectivas élites dirigentes allí donde nuestros mass media están en conflicto -económico, de negocio-, con esas élites. Donde no hay conflicto, no hay especial interés en indagar nada sobre su realidad auténtica; basta con repetir cualquier letanía manida que convenga a nuestros prejuicios (y que se corresponda con lo que el publico, previamente requetealeccionado, espera escuchar).
Así vamos de sorpresa en sorpresa. Pasó algo parecido con la primavera árabe. Lo apasionante sería contrastar lo que hoy cuentan en los medios sobre esas sucesivas chispas con lo que decían -cualquiera de ellos- sobre lo que ocurría en esos países hace apenas unos pocos años.
En lugar de cuestionar qué ha quedado del «deber de informar», los medios solucionan esa perplejidad apelando al valor de las redes sociales, la instantaneidad de la noticia y el efecto contagio. Son incorregibles.
Como parece incorregible ese analista que menciona lobison que ya ha llegado a una conclusión sociológica exacta sobre la composición social de los que portestan en Brasil: todos son hijos de clases medias emrgentes. Así da gusto.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
En El País de hoy, «El Roto», siempre eficaz, tiene una analogía con los glaciares que deshielan muy sugerente (aunque probablemente inexacta)
http://elpais.com/elpais/2013/06/24/vinetas/1372093505_239364.html
Mira que el post de Lobision hoy, plantea una serie de temas con derivadas muy jugosas por ejemplo el de que las clases medias cuando ascienden dejan de ser una fuerza de progreso para convertirse en una conservadora, pero reconozco que a mi me ha gustado más el comentario de Barañain.
Tengo el día rompilón.
Me van a perdonar, pero ayer estuve de viaje desde muy temprano y no tuve ocasión de dar mi opinión sobre los comentarios. No veo razón para pensar ‘que las clases medias cuando ascienden dejan de ser una fuerza de progreso para convertirse en una conservadora’, y la misma terminología me resulta discutible. Creo que lo que sucede es que las clases medias sienten nuevas necesidades, que éstas pueden pasar desapercibidas por los gobiernos y la oposición, y que no se hacen vivibles hasta que se producen movilizaciones más o menos inesperadas.
En cuanto al comentario de Barañain, respeto su aborrecimiento de los medios decomunicación, pero no creo que se les pueda echar la culpa de que el malestar y las movilizaciones nos tomen por sorpresa. Teníamos toda la información sobre la corrupción política, los límites de los servicios públicos y los problemas de la vida cotidiana en las grandes ciudades brasileñas, pero pensábamos (el gobierno y muchos analistas) que todo eso pesaba menos que los grandes avances logrados por el país.
Visibles, no vivibles. Y escribiendo con gafas, para colmo.