Un par de escaños cruciales

 

Padre de familia 

Las últimas encuestas indican que el resultado de las elecciones autonómicas que se celebrarán en Galicia y en Euskadi el próximo domingo depende de un par de escaños en ambos casos. También en ambos casos, el resultado tendrá posiblemente consecuencias de alcance nacional, más allá de las implicaciones directas para los ciudadanos de ambas comunidades.

 

En Galicia no hay dudas sobre el triunfo del PP como opción política más votada, pero lo relevante es si conseguirá llegar a la cifra mágica de 38 diputados que le permitiría recuperar la Xunta… o se queda por debajo de los 35 que – a decir de los rumores – desencadenaría definitivamente el asalto de los barones populares a la sucesión de Rajoy.

 

Pontevedra y Coruña parecen ser las circunscripciones en las que se dilucidará quién gobernará los próximos cuatro años. Atendiendo a la novedad del candidato popular y a la relativa satisfacción del electorado con el bipartito, lo más probable es que el PP se quede a uno o dos escaños de la mayoría absoluta y siga en la oposición. Sin embargo, la aceleración del deterioro económico, de una parte, y los escándalos de corrupción en el PP (incluida la retirada del líder orensano por cuestiones fiscales), de otra, introducen factores de difícil cálculo que pueden acabar sorprendiendo.

 

 

Sin duda al PP en su conjunto, y a su líder nacional en particular, le vendría pero que ni pintada una victoria real, más allá de la felicitación por haber resultado la lista más votada acompañada de la denuncia al supuesto fraude electoral que supone que no pueda gobernar. Rajoy empezaría a quitarse el sambenito de que es incapaz de ganar siquiera en su tierra y su partido vendería la victoria como la ratificación popular de que los mil y un escándalos de espionajes internos, corruptelas y amistades poco recomendables en los que está metido no son sino una operación de acoso y derribo orquestada por el PSOE con el apoyo de todos los poderes del Estado.

 

Claro que tampoco es descartable que la corta distancia que indican los sondeos permita que el bipartito reedite la mayoría absoluta, especialmente dado que los analistas estiman mayoritariamente que el principal enemigo de la izquierda es la desmovilización de aquellos que no ven en peligro la pérdida de la Xunta.

 

Tampoco está claro de qué manera cómo, cuándo y quiénes serían los barones populares que podrían desbancar a Rajoy en caso de un resultado peor del esperado. Esperanza Aguirre fue incapaz de movilizar apoyos en el último Congreso y ya tiene bastante con lo suyo en Madrid. Hasta la fecha Camps ha salido bien parado de las alegaciones en su contra, pero ha pasado por momentos mejores. En todo caso, los dos comparten con Gallardón su no condición de diputados nacionales, algo que lastraría su capacidad de liderar la oposición nacional. Por si acaso, Rajoy ya se ocupó de nombrar a Mayor Oreja como cabeza de lista para las elecciones europeas de junio, cercenando así la posibilidad de que ningún rival pueda utilizarlas como plataforma de lanzamiento.

 

Así las cosas, estoy seguro de que en Ferraz rezan porque el PP se quede en 36 escaños, todo lo más 37 y todo lo menos 35, lo que les permitiría retener la Xunta y evitar que el PP pueda empezar su indispensable reorganización a nivel nacional.

 

En el País Vasco la situación es todavía más compleja, tanto por la mayor cantidad de partidos en liza como por las implicaciones que plantea la cuestión del terrorismo etarra, cuya presencia en la campaña ya se ha hecho notar desgraciadamente. El resultado es, sin embargo, igualmente dependiente de unos pocos escaños que también pueden tener consecuencias determinantes para el futuro político de nuestro país.

 

Por primera vez no concurre ninguna lista cómplice de ETA, lo cual es una buena noticia para los que consideramos que la democracia sólo debe disputarse entre demócratas, pero distorsionará las comparaciones con resultados previos. Así, nadie duda de que el PP bajará en porcentaje de voto, pero tampoco de que conseguirá maquillar el resultado con una bajada bastante menor en escaños. Sumada a la previsible subida en escaños del PSE – en atención a los últimos resultados electorales – ello podría propiciar que el PNV y sus socios “naturales” (cuesta utilizar este término para EB) pierdan la mayoría absoluta. Algo que, sin embargo no está nada claro.

 

Por un lado, el PNV está consiguiendo movilizar a su reserva espiritual y aspira a seguir siendo la lista más votada y a no ser superado por el PSE en escaños, pese a la victoria de este último en la sobre representada Álava. Por otro, las últimas encuestas indican una posible subida sustancial de Aralar por más que sólo el 15% del electorado pro-etarra manifieste que va a optar por algo diferente del voto nulo o la abstención. Los escaños de Aralar podrían servir para que Ibarretxe siga al mando de la Lehendakaritza, ahora al frente de un tetra-partito. Sin embargo, esas mismas encuestas plantean también la posibilidad de que UPyD consiga entrar en el arco parlamentario vasco, lo que vendría a aumentar los eventuales escaños opuestos a un gobierno nacionalista.

 

La opción de gobierno más sencilla sería sin duda un pacto PNV-PSE, pero Patxi López ha dejado claro que tal opción sólo sería viable con él al frente, lo cual es inconcebible si no consigue al menos igualar en escaños al PNV. Al mismo tiempo, el PSE rechaza coaligarse con el PP incluso si los números le dieran mayoría, y todavía más si para alcanzarla hiciera falta el eventual concurso de UPyD.

 

Si finalmente Ibarretxe consiguiera reeditar una mayoría absoluta nacionalista, la apuesta de Patxi habrá resultado fallida, como la de Nicolás Redondo en 2001, y debería implicar su relevo en busca de un líder que sea capaz de cosechar tantos votos en Euskadi como Zapatero. En cambio, a escala nacional la victoria del PNV tendería seguramente a consolidar la posición de Zapatero en el Congreso, especialmente si el Bloque sigue en la Xunta.

 

En el caso contrario, el PSE tendría varias opciones y ninguna de ellas sería óptima más allá del previsible triunfalismo de la noche electoral. La primera sería desdecirse de sus promesas de campaña y pactar un gobierno bipartito con el PP, algo que requeriría un acuerdo de gobierno difícil de concebir, especialmente con el trasfondo nacional de enfrentamiento enconado entre ambos partidos y, no desdeñable, de la previsible animosidad con la que el PNV abordaría cualquier cuestión en el Congreso de los Diputados.

 

La segunda sería desdecirse de la promesa contraria y aceptar entrar en un gobierno dirigido por Ibarretxe, algo que sin duda apuntalaría el Gobierno de Zapatero en Madrid, pero que sería tan complicado de justificar que seguramente cabe descartarla: mejor seguir en la oposición condicionando a un Gobierno nacionalista en minoría en función de sus propuestas concretas. Ahora bien, cabría también la opción de conseguir que el PNV aceptara retirar a Ibarretxe incluso en el caso de superar al PSE en escaños, para formar un gobierno de perfil “técnico”, algo que podría justificarse en atención a la difícil situación económica. Sin duda ello contribuiría a la gobernabilidad de Euskadi y también a la de España, porque el apoyo del PNV en Madrid quedaría definitivamente amarrado para el resto de la legislatura.

 

Una tercera opción, que sólo se plantearía si los resultados del PSE son lo suficientemente buenos, sobre todo en escaños, sería optar por la fórmula Zapatero de gobierno en minoría con apoyos puntuales, variables en función de cada cuestión concreta. El problema es que el PSE se quedará mucho más lejos de la mayoría absoluta que el PSOE por lo que las dificultades serían enormes y la inestabilidad política máxima.

 

Finalmente, cabe considerar una cuarta opción que posiblemente sea un mero ejercicio de política ficción pero que, a la luz de la complejidad expuesta, quizás quepa considerar: un gobierno “social” liderado por Patxi López junto a EB y Aralar. La suma de los tres podría llegar a superar a la suma de PNV y EA. Además, el pretendido corte socialdemócrata de EA podría incluso propiciar su inclusión, alcanzando la mayoría absoluta o quedándose a las puertas de la misma, sin que PNV, PP y, en su caso, UPyD pudieran derribarlo excepto haciendo causa común, algo tanto o más difícil que el posible acuerdo de gobierno entre las formaciones citadas.

 

En fin, muchas cábalas y pocas certezas, tanto en Galicia como en Euskadi. Pero una cosa está clara: lo que ocurra el próximo domingo nos afectará a todos sustancialmente. ¿Mi apuesta? Reedición por poco del bipartito en Galicia y de la mayoría nacionalista en Euskadi. Obviamente me gustaría equivocarme en este último caso y aventurarme con todos ustedes por el inexplorado devenir de un gobierno no nacionalista en el País Vasco, tanto por una cuestión de salud democrática – la alternancia sería obviamente saludable después de más de dos décadas – como para acabar de despojar al terrorismo etarra de cualquier asidero, siquiera pasivo, institucional.

 

Hagan juego señores!

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