Un poco de optimismo

Lobisón

 El penúltimo libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, La impotencia democrática, sigue dos líneas de razonamiento. Por una parte intenta mostrar que la demanda de reformas institucionales —provocada por la crisis económica y los recortes sociales, y azuzada por la percepción de los escándalos de corrupción— no es una respuesta adecuada o suficiente para las causas del malestar ciudadano. Por otra, razona que los males que sufrimos son consecuencia de una deriva indeseable de la democracia que puede reducir ésta sólo a formas locales o sectoriales de autogobierno, pero dejaría la toma de las decisiones fundamentales en manos de organismos no electos (contramayoritarios y tecnocráticos). Con notable optimismo, sin embargo, Sánchez-Cuenca cree que esto sería compatible con el mantenimiento de los derechos y libertades de los ciudadanos.

 No estoy seguro de poder compartir ese optimismo, pues creo que si los ciudadanos no pueden influir en la toma de las decisiones fundamentales se crea un problema creciente de gobernabilidad, del que serían ya un buen augurio las actuales encuestas de intención de voto, y no sólo para las elecciones europeas. Es bastante imaginable que gobiernos de baja legitimidad o estabilidad se sientan tentados a restringir las libertades, a juzgar por algunos movimientos de un gobierno tan bien respaldado por una mayoría absoluta como el de Mariano Rajoy. Para poder mantener el optimismo es necesario creer que se va a mantener el marco de la UE, incluyendo el tribunal de Estrasburgo.

Esta, claro, también es una hipótesis optimista, y si nos dejamos ir por ese camino también podríamos ser optimistas en otros aspectos sobre el futuro de la UE. Por ejemplo, se puede pensar que los principales candidatos a presidir la Comisión en las elecciones del 25 de mayo —Juncker, Verhofstadt y Schulz— son bastante más creíbles y poseen más peso en Europa que Durão Barroso. En segundo lugar, se puede pensar que los resultados de las elecciones europeas pueden ser suficientemente alarmantes, en términos de abstención y auge de las opciones antieuropeas, como para enviar a Bruselas y a Berlín un mensaje claro sobre la necesidad de un cambio en la política económica de la UE.

Sobre la tecnocracia y los organismos contramayoritarios habría que recordar que existe una tendencia, aunque de lentos y menguados resultados, a aumentar el poder del Parlamento sobre la Comisión. Lo difícil es aumentar el de la Comisión frente al Consejo. Sánchez-Cuenca piensa en la necesidad de abrir una confrontación clara, en el Consejo, entre los países del sur y los del norte. No estoy seguro de que las confrontaciones a cara de perro sean el mejor camino para cambiar la situación en una UE de 28 miembros, y tengo dos razones nada científicas para pensar así. La primera es que eso es lo que hizo Aznar en alguna ocasión, la segunda que su antecesor consideraba más inteligente buscar fórmulas de consenso en las que también los malos tuvieran algo que ganar.

Sobre el BCE, en particular. La actual leyenda urbana es que Draghi quería poder comprar deuda —o amenazar con hacerlo—, pero las limitaciones de su mandato le obligaron a respaldar las medidas de consolidación fiscal como condición para obtener el apoyo de Merkel, como también esas draconianas medidas fueron necesarias para vencer la resistencia de los alemanes al rescate de Grecia. Pero esto lo que implicaría es que el problema no es sólo el déficit institucional europeo —un problema evidente—, sino que la democracia sí funciona en Alemania, aunque los electores tengan opiniones equivocadas y muy inconvenientes. Quizá después de las elecciones, sobre todo si sus resultados son suficientemente llamativos, sea un buen momento para intentar discutir sobre Europa y cambiar su opinión pública, incluso en Alemania.

5 comentarios en “Un poco de optimismo

  1. Bastante de acuerdo con Lobisón. Algunas puntualizaciones y comentarios. En los últimos años el Parlamento Europeo ha ganado mucho poder frente a la Comisión y también frente al Consejo, al punto de que tiene la última palabra en muchos temas, y la hace valer. Ahora bien, no en las cosas de comer, al menos hasta que se atreva a esgrimirlo. Por ejemplo, el acuerdo sobre las perspectivas financieras o marco presupuestario de la EU para el septenio 2014-20 fue un desastre en el que el Consejo rebajó sustancialmente la propuesta del Parlamento que a su vez ya rebajaba la original de la Comisión. Pero el Parlamento, que tenía poder para hacerlo, no se atrevió a vetarlo. Es verdad que los Estados Miembros, Gran Bretaña y Alemania incluidas, tienen que dar su acuerdo para un presupuesto más alto, y se negaban, pero también que en caso de bloqueo se habría prorrogado el presupuesto del año pasado año a año, y eso habría sido una solución mucho menos mala. Pero no se atrevieron. ¿Por qué? En gran parte porque sus líderes políticos les presionaron para no hacerlo desde las diferentes capitales. Parecido a la autonomía limitada de un parlamento nacional, que raramente discutirá la decisión del Presidente del Gobierno. Así que tampoco darle más poderes al PE sería una panacea.

  2. Más. De acuerdo con que las confrontaciones a cara de perro en Europa no funcionan, ni siquiera en el supuesto de que consiguiera uno aunar a un grupo tras de sí. Mucho más eficaz Felipe que Ansar, sin duda. El problema es que Rajoy no hace ni lo uno ni lo otro.
    Tampoco funciona lo que Sanchez Cuenca defiende como alternativa: si no podemos influir en Europa, nos bajamos. Te bajarías sólo y el coste económico sería de tal magnitud que cualquier posible beneficio quedaría sepultado. Por no hablar de los costes no económicos.

  3. El tema del poder limitado de las estructuras políticas democráticas frente a los denominados mercados o agentes económicos no democráticos es bastante complejo. No es exacto en absoluto en lo que se refiere a cuestiones de guerra y paz, por supuesto, pero sí en cuanto a políticas económicas. No hay más que ver el giro de Hollande, similar al de Miterrand en su tiempo. Pero no es una cuestión strictu senso de la UE, es bastante más general. Mientras tengamos circulación prácticamente libre de capitales con, digamos, Singapur, no puedes imponer un impuesto de sociedades más alto sin perder gran parte de los beneficios que obtendrías. Por no hablar de la fiscalidad especial irlandesa o luxemburguesa. Es obvio lo que habría que hacer pero son muy fuertes los intereses para que no se haga. De una parte, lobby fortísimo en contra de cualquier iniciativa en este sentido. De otra, propaganda todavía más fuerte para sustentar el liberalismo a ultranza como fórmula más eficaz también para los más desfavorecidos. Y las dos funcionan, maniatando a nuestros gobernantes a los que les comen la oreja los representantes del gran capital, que se supone saben más que nadie, y que temen la reacción en contra del electorado ante cualquier política que pueda ser tachada de filo comunista, estatalista o intervencionista.
    Así estamos y así seguiremos, dentro y fuera de Europa, votemos más o menos masivamente, al menos hasta que surja algún líder, alguna opción política que pretenda como poco mitigar la cuestión y que ofrezca alternativas sensatas, bien fundamentadas y tenga el arrojo de prometer que las llevará a cabo pase lo que pase. Lo malo es que generalmente algo así implica un líder con potencial de Chávez, Correa, etc, como poco bastante populista.

  4. Escribe LBNL a propósito del poder del parlamento europeo: «Pero el Parlamento, que tenía poder para hacerlo, no se atrevió a vetarlo. Es verdad que los Estados Miembros, Gran Bretaña y Alemania incluidas, tienen que dar su acuerdo para un presupuesto más alto, y se negaban, pero también que en caso de bloqueo se habría prorrogado el presupuesto del año pasado año a año, y eso habría sido una solución mucho menos mala. Pero no se atrevieron. ¿Por qué? En gran parte porque sus líderes políticos les presionaron para no hacerlo desde las diferentes capitales. Parecido a la autonomía limitada de un parlamento nacional, que raramente discutirá la decisión del Presidente del gobierno,» Sobre todo si tiene mayoría en el Congreso de los diputados. En fin, que la cosa no tiene solución. A medida que se escala en la pirámide del poder ejecutivo de una nación, cada vez más los dirigentes se ven obligados o constreñidos a no satisfacer del todo o incluso casi nada de lo que en su dia prometieron y creyeron ellos mismos que era factible.

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