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La Conferencia internacional de Berlín ayer dio un paso importante para evitar una masacre en Trípoli y reconducir la situación en Libia. Por cierto, si alguien tiene la sensación de que Libia no le concierne, que piense que la distancia entre Madrid y Trípoli es similar a la que hay con Berlín o Londres, por ejemplo. O que tenga en cuenta las inversiones petrolíferas de Repsol en Libia o las nefastas consecuencias de la guerra civil libia sobre Mali, Niger y Mauritania, de donde vienen y por donde pasan todos los inmigrantes africanos que arriesgan sus vidas intentando llegar a nuestro país en pateras. Merkel lo tiene claro. Por eso reunió en Berlín ayer a todos los actores internacionales que cuentan en el conflicto, incluyendo Rusia, Turquía, Emiratos, Egipto, Estados Unidos, Francia, Italia Reino Unido, China, la ONU y la Unión Europea, además de a los líderes de las dos partes en conflicto, El Serraj y Haftar. Ambos aceptaron formar un comité militar con 5 miembros de cada parte y las potencias reunidas, que adoptaron por consenso una declaración de 55 puntos, formarán un comité de supervisión del alto el fuego que se reunirá en Ginebra durante la primera quincena de febrero. Por algo se empieza. Ojalá fructifique. Nos va mucho en ello. A España en concreto, tanto o más que en las guerras de los Balcanes.
Libia es un país poblado solo por apenas 6 millones de personas pero de una extensión que triplica con creces la de España. La mayor parte es desierto y a falta de instituciones estatales medianamente desarrolladas, la articulación social más importante son las tribus. Gadafi se limitó a mandar durante décadas combinando dádivas con puño de hierro. Tras su desaparición las Naciones Unidas trataron de construir un modelo democrático formal sobre la base de elecciones libres, que los poderes fácticos se apresuraron a minar. Últimamente Libia tiene un gobierno reconocido internacionalmente dirigido por El Serraj, que se apoya en una miríada de milicias locales para contener la ofensiva de un ex general de Gadafi, luego disidente, Haftar, que empuja desde el Este tras tomar Benghazi. Supuestamente Haftar, apoyado por Egipto y Emiratos, enemigos acérrimos de los Hermanos Musulmanes, es la mejor garantía contra el terrorismo islamista del ISIS, Al Qaeda y demás. Pero Turquía y Qatar, que apoyan a El Serraj, islamista moderado, denuncian que Haftar coopera con milicias tan o más radicales que las que cooperan con el gobierno legítimo.
Todos han violado los sucesivos altos el fuego y el embargo de armas impuesto por la ONU. Tras la entrada indirecta de Rusia, envalentonada por su éxito en Siria, en el conflicto apoyando a Haftar con una cohorte de mercenarios semi oficiales – Wagner – es Haftar quien peor se ha portado en los últimos meses, rechazando ofertas internacionales de mediación y bombardeando objetivos civiles sin demasiados escrúpulos, amenazando con tomar Trípoli a sangre y fuego. De ahí que la Turquía de Erdogan envidara doble empezando a mandar milicianos rebeldes desde Idlib, su todavía zona de influencia en Siria.
Europa se tomó muy en serio la represión de Gadafi contra los civiles que empezaron a protestar contra su dictadura al albur de la primavera árabe. Abogó por una intervención para evitar bombardeos sobre la población civil y acabó avalando la eliminación física del dictador. Pero luego se retiró completamente, dejando toda la responsabilidad a unas Naciones Unidas maniatadas dado el bloqueo permanente del Consejo de Seguridad, especialmente dado el enfado de Rusia y China por sentirse timadas al haber dado su placet a la intervención humanitaria original.
Pero una cosa es que Libia no carbure y se enroque en una parálisis indefinida con guerritas interminables entre milicias más o menos islamistas, y otra bien distinta es que Rusia y Turquía pasen a enfrentarse militarmente en nuestro patio de atrás. La inestabilidad no le venía bien a ENI, Total o Repsol pero que Libia pase a estar bajo control del Sultán de Estambul o el nuevo Zar de Moscú tendría consecuencias graves para la Unión Europea y su capacidad de influencia en su vecindad.
Italia y Francia no han acabado de ponerse de acuerdo estos últimos años. De ahí que la intervención de Merkel, como con Ucrania cuando revivió el espectro de una guerra convencional abierta en Europa o con Turquía respecto a la crisis de refugiados sirios, haya cogido el toro por los cuernos. Y menos mal.
Hoy mismo el Alto Representante para Política Exterior se esforzará en que los 28 Estados Miembros de la Unión Europea acepten asumir una mayor responsabilidad en la ejecución de los acuerdos alcanzados ayer en Berlín. Quizás una misión militar de verificación de cumplimiento del alto el fuego. Quizás una reactivación de la misión militar marítima para la supervisión del embargo de armas. Veremos. La Comisión Europea confirmará la disposición mostrada por su Presidenta Von Der Leyen ayer en Berlín a movilizar todos sus instrumentos para apoyar los progresos. Lo que no está claro es si todos los Estados Miembros estarán por la labor. Cabe recordar que Grecia y Chipre, entre otros, están enfrentados a muerte con Turquía, por lo que no pueden dejar de ver con buenos ojos una victoria total de Haftar sobre aliado El Serraj. Y en política exterior, los asuntos en Bruselas se acuerdan por unanimidad.
Atentos pues al peligro de que la Unión Europea siga condenándose a la inaninidad incluso en su área de influencia más directa. No será por falta de voluntad de nuestro Alto Representante o de la Comisión, ni tampoco por falta de voluntad de nuestra flamante nueva Ministra de Exteriores, que – de seguro – apoyará siempre aquello que más le conviene a Europa, a España y a sus vecinos, porque no es cierto que los intereses sean contrapuestos. Al contrario, cuanto mejor les vaya a nuestros vecinos, Libia incluida, mejor nos irá a nosotros. Es de sentido común pero por si hubiera algún neocon por ahí escondido, que revise las hemerotecas a ver cuanto estabilidad, paz y prosperidad ha generado el desdén por la legalidad internacional. La diplomacia no siempre consigue éxitos y desde luego nunca los consigue rápidamente. Pero por lo menos tira en la buena dirección y no causa estropicios dificilmente reparables.