Una historia ausente

Arthur Mulligan

«La idea de Europa, aunque tendamos a olvidarlo, era entonces una idea de derechas. Era contraria al bolchevismo, por supuesto, pero también a la americanización, a la llegada de la América industrial con sus valores materialistas y su capitalismo financiero despiadado y ostensiblemente dominado por los judíos. La nueva y económicamente planificada Europa sería fuerte; de hecho, solo podía ser fuerte si trascendía las irrelevantes fronteras nacionales.»

El que así escribe es Tony Judt en Pensar el siglo XX, su obra póstuma, una serie de conversaciones íntimas con su amigo el historiador Timothy Snyder, dictado en condiciones extremadamente dolorosas debido a la severa enfermedad que padecía. El libro es una reflexión sobre la necesidad de la perspectiva histórica y de las consideraciones morales en cualquier proyecto que pretenda la transformación de nuestra sociedad.

Calificado alternativamente de anticomunista de izquierdas o de socialdemócrata antiestalinista por sus adversarios de la New Left Review, tal vez lo peor con lo que trataban de desprestigiarle era calificando sus trabajos como propios de un empirista inglés, algo un tanto paradójico porque asume un tipo de ortodoxia no reconocida entre los historiadores más importantes del mundo anglosajón que nos llega a los lectores no académicos.

De hecho, con la cita anterior, Judt trataba de romper la validez de algunas ideas recibidas de la propaganda durante la postguerra, para denunciar cómo Europa se había reconstruido sobre antiguos cimientos, una forma renovada y convenientemente depurada de catolicismo político.

Nuestros padres fundadores de la unidad europea, Robert Schuman, Alcide de Gaspari y Konrad Adenauer, eran los tres católicos y todos procedían de territorios que habían formado parte en otro tiempo del Sacro Imperio Romano (cuando se reunían hablaban su idioma común, que era el alemán); además cuando los seis países originales firmaron el Tratado del Carbón y el Acero en abril de 1951, el primer paso modesto en pos de lo que hoy es la Unión Europea, los seis ministros de Asuntos Exteriores presentes eran todos democristianos.

En el ensayo ¿Una gran ilusión? de 1995 (nada menos que hace 25 años) ya había escrito Judt que cada uno de los sucesivos estadios de acción europea conjunta, desde el Tratado del Carbón y el Acero en 1951 hasta Roma en 1957, La Haya en 1969 o Maastricht en 1992, se habían ajustado a un modelo constante:

«Al no ser suficiente la lógica real o aparente de las ventajas económicas mutuas para explicar la complejidad de sus acuerdos formales, se ha invocado una suerte de ética ontológica de comunidad política; proyectada hacia atrás, se aduce esta última para explicar los beneficios conseguidos hasta entonces y para justificar ulteriores esfuerzos unificadores.

Resulta difícil resistirse a recordar la definición de fanatismo que daba George Santayana: redoblar tus esfuerzos cuando has olvidado tu objetivo.»

Y también incluye esta soberbia descripción con la que Judt trata a las élites que gobiernan la UE como una nueva forma de despotismo ilustrado:

«Porque, ¿qué es, al fin y al cabo, «Bruselas» más que un renovado intento de lograr ese ideal de administración eficiente y universal, despojado de particularismos e impulsado por el cálculo racional y el imperio de la ley, que los grandes monarcas del siglo XVIII –Catalina, Federico, María Teresa y José II– se afanaron por instituir en sus maltrechos países? La racionalidad misma del ideal de la Comunidad Europea ha hecho que resulte atractivo para esa intelligentsia profesional educada que, tanto en el Este como en el Oeste, ve en «Bruselas» una manera de escapar de prácticas inmovilistas y retrasos provincianos, de manera muy parecida a como los abogados, comerciantes y escritores del siglo XVIII apelaban a los monarcas ilustrados saltándose a parlamentos y dietas reaccionarias.»

La evolución ideológica de Tony Judt desde un izquierdismo militante de los años 60-70 se compadece bastante mal con las enseñanzas que le proporciona un estudio oceánico de las ideologías políticas que se relacionan inevitablemente con la explosión de violencia del siglo objeto de estudio y que de manera tentativa, a mi modo de ver, construye objetivamente el reflejo de un cierto conservadurismo intelectual, algo familiar a cualquier estudioso que se precie, pero que en un historiador de las ideas políticas contamina de tal manera su obra que su vida misma se hace inseparable de sus resultados y con frecuencia sufre violentos ataques por aceptar (traicionar para otros) un cambio de perspectiva.

Ese toque amargo, esa desilusión personal por las disonancias contrastadas en las grandes narraciones de la historia europea, no sólo la del cristianismo, sino las de la grandeza nacional y del materialismo dialéctico, palidecía ante la ausencia de vida en los credos de la izquierda revolucionaria, tan cercana y conocida, tan constatable y tan falsa en la invariabilidad de sus fundamentos.

Era en Praga y Varsovia y no en un París mundano y entretenido en donde pudo ver las enormes grietas de una sociedad que se pretendía alternativa y que años más tarde se agrandarían hasta la implosión de la Unión Soviética.

Nadie se tomaba en serio el marxismo-leninismo como nadie desde 1945 se toma en serio la derecha radical como un vehículo legítimo de expresión política.

Todavía, para ciertos intelectuales oportunistas, el comunismo es una variante fallida de una herencia progresista común; sin embargo, para sus homólogos centroeuropeos, ese mismo fenómeno no deja de ser más que una aplicación local exitosa de las patologías criminales del autoritarismo durante el siglo XX.

Hoy en día, los recuerdos europeos siguen siendo profundamente asimétricos bajo la apariencia de una Unión Europea que se esfuerza por presentarse como síntesis de un pasado común sin que pueda disimular las quebradizas fisuras que periódicamente desfiguran su piel aún cuando requiera el mejor de nuestros esfuerzos colectivos para vencer esa especie de melancolía propiamente antropológica, sobre todo en estos tiempos de esperanza de vida que tiende a la desmesura porque nos permite observar con mayor nitidez el desplome de las propias convicciones a medida que se amplía nuestra biografía consciente.

Y ello se hace dolorosamente presente y de manera más especial, de modo más intenso con el derrumbamiento de la vieja izquierda y su perturbadora pérdida de confianza moral que, se crea o no, afecta mucho más allá que a su clientela original, juzgada como objetiva, siempre inquieta y presta a la inmolación, porque en su enfrentamiento y eventual cooperación se filtra la belleza constante y noble de cualquier esfuerzo humano que valga la pena, como la humedad de los canales entre los mármoles de San Marcos.

Eric Hobsbawm historiador crítico y admirador de Judt hablaba así de su oficio en Años Interesantes:

«…la identidad se define frente a alguien distinto, implica la no identificación con el otro y conduce al desastre. Por ello precisamente la historia exclusivista escrita sólo para el grupo (historia de identidad) -historia del mundo negro sólo para los negros, historia del mundo gay solo para los homosexuales, historia del feminismo sólo para las mujeres o cualquier tipo de historia excluyente destinada a un único grupo étnico o nacionalista- no puede ser una buena historia, incluso cuando es algo más que una versión parcial políticamente de una subsección ideológica del grupo de identidad más amplio.

Ningún grupo de identidad por numeroso que sea, se encuentra solo en el mundo; el mundo no puede transformarse únicamente para adecuarse a él, ni tampoco el pasado.»

6 comentarios en “Una historia ausente

  1. Bienvenido de vuelta Mulligan y más con un escrito tan interesante. Ciertamente, la UE es un experimento político ilustrado, en el doble sentido del término: positivo, culto y sofisticado y también, todo para el pueblo pero sin el pueblo. Y ciertamente también es un proyecto basado en el libre mercado al estilo democrata cristiano. Ojalá tuviéramos en España social demócratas al uso en Europa. Mejor dicho, los tenemos, pero están casi todos en el PSOE. Es decir, Merkel podría perfectamente ser la Secretaria General del PSOE con su visión de los asuntos morales y, últimamente también, de los económicos. Y el PSOE no tiene problema ninguno con la base económica de la UE: el libre mercado con sensibilidad social. Pero claro, en España el gasto social es unos diez puntos porcentuales más bajo que en los principales socios europeos, de ahí que el PSOE esté siempre reclamando su aumento mientras que en el norte de Europa, los demócrata cristianos se afanan en contenerlo y si es posible limitarlo. Pero si, cabe perfectamente calificar a la UE de centro derecha. Y yo a ese centro derecha me apunto. De cabeza. Ojalá la derecha española fuera homologable en vez de ser tan cercana a Berlusconis y demás facinerosos que también abundan por Europa.

  2. Madre del amor hermoso.

    Un par de observaciones: la derecha europea es a la derecha española lo que el liberalismo europeo es a los fasciliberales españoles.
    Pruben usedes a decir Franco en Europa, proben a decirlo aqui.
    Creo que eso centra bastante bien como son las cosas y no como podria gustar que fueran.

    En cuanto a que es la socialdemocracia y hasta donde llega -tema siempre jugoso- pruebese a decirle a un socialdemocrata alemán, por ejemplo, que Merkel les parece perfecta como secretaria general de su partido. A ver que contestan . Llevamos tanto tiempo tirado demasiado de genuflexión (a veces hay que genuflexionar, puede ser) que ya se coge carrerilla

  3. Hoy el tema tal y como se ha desencadenado , tiene que ver con una introducción que debe mucho a estos memorables gigantes de la cultura europea y a un propósito más modesto de mostrar , siquiera lateralmente , el reconocimiento para una democracia no adjetivada de un nosotros común.
    Todos caben y se expresan de acuerdo a normas pactadas en valores sobre los que una minoría proyecta sombras.
    Desde luego jamás he considerado que la derecha tiene derechos de cuna sobre nuestros destinos ; muy al contrario , insisto en la idea de que no puede ser desplazada / anulada , como una excrecencia inesperada en el recto camino y debe aceptar el conjunto de nuestras decisiones como normales en una democracia deliberativa.
    Izquierda/derecha trascienden en la práctica nuestros mitos fundacionales y deben convivir pacíficamente , que no es igual a una negación de una discusión violenta , inmediata y exigible a corto plazo.

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