Una vuelta de tuerca en la Revolución Bolivariana

GCO

Nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste el «socialismo del siglo XXI» que tanto cacarea Hugo Chávez. Sólo una cosa parece clara: Venezuela se dirige directa y sin frenos hacia él. La Bolivariana es una revolución constante y permanente. Chávez, todo un maestro en el manejo de los símbolos, en una de sus múltiples y recientes salidas de tono, y quizás para terminar de desconcertar a los analistas que intentan descifrarle, dijo que él era trotskista. Ni más ni menos que trotskista. Obviamente, no es que siga los designios ideológicos del histórico líder bolchevique. Pero sí es cierto que la venezolana es una revolución permanente, una revolución en constante cambio, reinventada con cada nuevo mandato de su singular presidente.Su contundente victoria electoral le permite ahora tomar un nuevo impulso en su proyecto que a veces parece que se improvisa sobre la marcha. Y es que en Venezuela se dan cambios de timón casi a cada minuto.

Los nuevos proyectos del presidente venezolano ya han levantado ampollas en los países occidentales, especialmente en Estados Unidos. El último, la Ley Habilitante dictada por La Asamblea Nacional el pasado 31 de enero da poderes especiales a Chávez para gobernar por decreto. No faltan las voces que le acusan de dirigir a Venezuela hacia una dictadura y las potencias se asustan, porque Chávez ya ha avisado que lo usará para promulgar más de 40 decretos en casi 11 ámbitos.

Sin duda, el que más preocupa a occidente es el energético. Ya está en marcha la nacionalización de la Franja del Orinoco, la mayor reserva petrolífera del quinto exportador mundial de petróleo, la mayor reserva de América Latina – según la AIE, genera actualmente 2,1 millones de barriles diarios- Y Chávez dice que nacionalizará la mayoría de las producciones. A más tardar, dice el presidente, el 1 de mayo amanecerán bajo su control todos esos campos. Otros sectores, como Eléctricos, o las comunicaciones también serán nacionalizados. Requisito indispensable en esa carrera hacia el socialismo del siglo XXI que Chávez dice mantener.

Un nuevo impulso para la nueva etapa de la Revolución Bolivariana, pero no ha sido el único. También para ésta nueva etapa, que el propio presidente anunció que durará 14 años, Chávez quiere nuevos líderes a su alrededor. Es decir, un reordenamiento en las filas del chavismo, y no falta quien se plantea este movimiento de Chávez como una forma de desprenderse de los críticos dentro de sus filas que tengan capacidad para hacerle frente, la única oposición realista de Venezuela. Todo eso se ha visto en su nuevo gabinete. Ha cambiado a 15 de sus ministros, casi la mitad de su anterior gobierno. Y especialmente significativo es el cese de Jose Vicente Rangel, la personalidad más cabal de todos cuantos rodean a Chávez, un líder socialista a la antigua usanza con cierto sentido de estado y algún espíritu crítico.

Nacionalizaciones, cambios de gabinete, reformas en la constitución para lograr la reelección indefinida, partido único que agrupe a todos las organizaciones políticas pro-chavistas….Muchos creen ver en estos movimientos de Chavez la intención de instaurar el modelo castrista, incluso el soviético. Una nueva versión del clásico sistema comunista en Venezuela. Michael Cox, del centro de estudios Chatham House, afirma que Venezuela «parecería estar moviéndose hacia una economía estatal estilo soviético, aunque las nacionalizaciones per se no suponen que esto vaya a ocurrir». Pero resulta simplista hacer la analogía y más desafortunado aún hacerlo con el sistema soviético. Chávez toma lo que le interesa de cada uno de los modelos. Hasta ahora, sistema venezolano se debatía entre estructuras a la soviética, como los Circulos Bolivarianos, y una economía mixta entre el socialismo y capitalismo controlado. Pero la Revolución Bolivariana tiene particularidades propias, y en muchas ocasiones, su mayor o menor capacidad de cambio depende de demasiados factores externos como los precios del petróleo.

Populista o “socialista del siglo XXI�, lo cierto es que nadie en Venezuela puede hacerle frente democráticamente. Luchar contra Chávez es luchar contra un muro. Sus últimos resultados son más que contundentes: Un 62% de los votos le avalan, incluso después de 8 años de gobierno. Cada vez, con mayor número de votos: en 1998, con un 56,2%. En el 2000, con un 59,1%. Incluso venció en el referéndum revocatorio de 2004 planteado por la oposición, tras una huelga general que paralizó al país y provocó una profunda crisis económica. Entonces obtuvo un 59,3% de los votos. Y es que, en el fondo, no todo son disparates en la Revolución Bolivariana.

La nacionalización de algunos recursos naturales quizás fuera la única salida para un país empobrecido, con una economía petrolera expoliada y robada por los desgobiernos de unos partidos tradicionales corruptos y los «tejemanejes» de las grandes multinacionales petroleras. Ahora, la gallina de los huevos de oro de Venezuela, la compañía petrolera PDVSA puede estar al servicio de los intereses chavistas, pero ese sector resulta que es, al menos, un 62% de la población. Los programas sociales, las llamadas Misiones, han cosechado limitados progresos sociales en algunos sectores de la población más desfavorecida, reconocidos incluso por la UNESCO, aunque estas ayudas estatales sólo llegan a aquellos pobres que se muestran militantes y el número de pobres en términos absolutos ha aumentado.

En el fondo, Chávez es el resultado de todos los despropósitos de un país que podría ser rico y que nunca lo ha sido. Ahora, su legión de militantes le aúpan para esta nueva etapa. La reinvención del socialismo a la venezolana, una revolución financiada por los multimillonarios ingresos del petróleo. Hacia dónde tirará esta nueva etapa es toda una incógnita; depende de demasiados factores: de su capacidad para proyectarla en toda la región, de que los precios del petróleo no bajen, de que la oposición siga siendo una nulidad, sin proyecto, ni oficio ni beneficio. Y por supuesto, de su capacidad, hasta ahora ilimitada, de reinventarse a sí mismo y de reinventar mitos que polarizan a la población casi a cada día que pasa.

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