Veinte años

Julio Embid

Tal día como hoy, justo hace veinte años, me hice militante de mi Partido. Rellené una ficha de afiliación en la antigua sede de mi ciudad, derribada poco tiempo después y actualmente reconvertido en una biblioteca y sala de exposiciones de una caja de ahorros. Me hicieron una fotocopia del deneí y puse el número de cuenta para domiciliar la cuota. -Ya estás afiliado, pronto te llegará el carnet a tu casa compañero-. Se preguntarán ustedes como me acuerdo de esta efeméride. Es sencillo, hoy cumplo 38 años y como me dijo mi padre: -Hasta que no seas mayor de edad, yo no te permito hacerte de ningún partido-. Así pues, el mismo mes que dos aviones dirigidos por los secuaces de Bin Laden y el mismo mes que yo me marchaba a Madrid a estudiar, cumplí la mayoría de edad legal y me afilié al Partido.

Quisiera comenzar diciendo que mi Partido me ha dado mucho más de lo que yo le he dado a él y, honestamente, no creo que nunca le haya dado poco. Ya fuera en campañas electorales como aquellas autonómicas de 2003 (las del Tamayazo) donde me harté de repartir publicidad en las bocas del metro de Aluche, Lucero y Campamento y donde aprendimos todos, por las malas, que hasta el rabo todo es toro y que los tránsfugas existen, se compran y se venden. Porque queridos lectores, desafortunadamente, hijos de puta los hay en todos los lugares. Disfruté de las grandes victorias como las de 2007 (cuando molábamos) o grandes derrotas como las de 2011 (cuando dejamos de molar). Aguanté insultos cuando perdimos casi todo el voto de los jóvenes. En ese momento decidimos que los jóvenes debían aprender mejor la lección y por eso renovamos como líder cuatro años más a aquel al que los jóvenes habían rechazado aplastantemente. Vi como poco a poco, un buen número de conocidos que nos habían votado o habían incluso militado en mi Partido, renegaban de él y se marchaban poco a poco a otras latitudes más ultramontanas. Querían tomar el cielo por asalto.

Y sin embargo, yo nunca me di de baja. Seguí yendo a las Asambleas donde, de largo, era siempre el más joven. Seguí siendo interventor en colegios electorales cuando había unas elecciones donde perdíamos de paliza. Seguí escribiendo enmiendas a los textos de convenciones y congresos que probablemente nadie leyese. Seguí cada año presentándome voluntario a la caseta de la agrupación de mi Partido en las fiestas del barrio a cobrar cañas de cerveza, minis de sangría y bocadillos de lomo junto a algún que otro miembro del Consejo de Ministros. Sin cobrar un duro. Trabajando mientras tanto en otro sitio que me permitió aprender a escribir, aprender a investigar y aprender a publicar. Con rigor en los datos y sin tratar por tontos a los lectores. Y un día, en julio de 2015, una persona con la que no había hablado más que dos veces en mi vida me llamó y me ofreció un puesto de trabajo en un Gobierno Autonómico porque le gustaba como escribía, como pensaba y como vivía la vida. Era de mi Partido y le dije que sí. La misma semana, dos días antes, me habían ofrecido ir a trabajar al gabinete de cierta alcaldesa aficionada a la repostería y como no era de mi Partido, obviamente dije que no. «Piénsatelo mejor» me dijeron. No hay nada que pensar. Yo no la voté, ni la votaría mañana. -Ojalá hubiera ganado el de las naumaquias- pensé. Gracias a decir que no a la primera llamada y decir que sí a la segunda, catorce años después de haber dejado mi ciudad, pude volver y trabajar en lo que sigo trabajando hoy en día.

En el Partido (y también en su organización juvenil) encontré a una buena cantidad de los que son hoy mis amigos. No todos, pero una buena parte. En el Partido encontré a un número sustancialmente menor de exparejas a las que les deseo lo mejor en la vida. En el Partido encontré una causa, un trabajo y una pasión por ganar para cambiar las cosas. Cuando viajo por España y paso delante de una sede de mi partido en un pueblo o ciudad que no es la mía, sonrío. Cuando he tenido que viajar por Europa y he pasado por delante de una sede de otro Partido correligionario del mío pero con el mismo color en su bandera, también he sonreído. Sé que dentro hay gente que piensa que el mundo no es justo tal y como está y hay que ir cambiándolo poco a poco.

Habrá quien diga que claro, como te pagan, normal que defiendas a tu Partido. Lo defendí durante 14 años cuando no me pagaban y creo que también lo defenderé cuando algún jefe decida prescindir de mis servicios y me dejen de pagar. No sólo eso, espero vivir muchos años, ser feliz, publicar muchos libros (que alguno se lea mucho) y morir de viejo. Y ese día, dentro de bastante décadas, espero que me entierren con la bandera de mi Partido mientras suena la música con la que cerramos nuestros encuentros. No sé, llevar más de un siglo de existencia me hace pensar que es muy probable que este Partido siga al menos otro siglo más.

Soy consciente que vendrán derrotas electorales y sinsabores amargos. Que habrá decepciones personales y batallas sin cuartel. Que algunos amigos de hoy, se convertirán en rivales mañana. Pero esto es la política, el más noble de los trabajos, exceptuando todos los demás. Lo que sí que tengo claro es que no hay mejor forma de resolver nuestras sanas y lógicas diferencias dialogando y votando. La democracia parlamentaria es maravillosa y siempre lucharé por ella. Como nunca diría Loquillo: «Para que pelear si puedes discutir». Por eso, respeto profundamente a los militantes de otros partidos. A aquellos que un domingo electoral se ponen el despertador a las 6 de la mañana para llevar una acreditación colorida en el cuello. Los respeto y los aprecio mucho más que aquellos que presumen de apolíticos para un segundo después demostrar que están a la derecha de Dios. Y reconozco que todo el tiempo que le dedicamos al Partido se lo quitamos a las parejas, al estudio, la familia o los amigos, pero que le vamos a hacer. Para algunos esta siempre será nuestra adición favorita. En mi caso dura ya veinte años y probablemente dure, al menos, veinte años más. Porque creo que si volviera a nacer, esperaría de nuevo a ser mayor de edad, para poder rellenar aquella ficha de afiliación, ya que creo que mi causa es justa y merece la pena, seguir luchando por ella.

4 comentarios en “Veinte años

  1. En primer lugar enhorabuena por el aniversario, y sobre todo enhorabuena por confesar la afiliación política a cara descubierta y con orgullo, hecho poco frecuente en un pais donde, como dice el autor , abundan los apolíticos, sobre todo los de derechas. O los muy de derechas. O más.

    Es corriente que cuando uno dice que esta afiliado mucha de la audiecnia hace un proceso mental muy curioso, porque , efeectivamente tienden a pensar que por la aficilaicion uno tiene una subordinación. Pues no, por estar afiliado se paga, alguno hasta con mejora volunatria de cuota, y luego pues se tienen deberes. Más o menos.
    Si que le pediria a Julio que fuera mas cuidadoso, si procede, a la hora de separar lo que es el partido y los gobiernos. El partido paga a los trabajadores del partido, cuando se es ministro, alcalde (si cobra), consejero, director general, secretario de estado, asesor de variopinta naturlaeza, o lo que sea, quienes pagan son los españoles. Algunos más a gusto y otros menos, sin duda alguna, pero esta bien saber de que sacristias salen las misas, y no hace faltas er militante para ser todas esas cosas dichas anteriormente.

    17 años tengo yo de militancia en el «Partido» más 5 en el «Sindicato» (por seguir el estilo), ambas ininterrumpidas. Ya que Julio dice la suya, pues yo digo la mia -anónimamente no tiene ni la mitad de mérito. En mi caso particular no he tenido nunca un alineamiento tan prsitino con la trayectoria , y desde luego , entre «el de las naumaquias» y «la repostera» lo tuve bien clarisimo. Cada uno lidia con sus propias contradicciones, esperamos que lo mejor posible, nos conformamos en que sea como nos sale.

    Yo creo que hay dar la enhorabuena a Julio o a cualqueira que sienta y ejerza pertenencia a un proyecto mas grande que uno mismo, que se continua en el tiempo y que sirva a un propósito de mejora de la humanidad. Con sus insuficiencias , con sus defectos, con sus errores, pero estar ahi creo que es eso de lo que va el «recibir mas de lo que se da». Ya si encima lo hacen desde el respeto a los demás que hacen cosas parecidas aunque no exactamente las mismas, puede que como sociedad tuviéramos mucho ganado.

  2. Yo no sé cuántos años de militancia llevo porque no me quise afiliar hasta que pasamos a la oposición, es decir, 1996. Me parecía ventajoso hacerlo cuando estábamos en el gobierno. No he participado en tantas campañas pero si he ido de interventor y por supuesto a asambleas, de las que salí la mayor parte de las veces o escaldado o escandalizado, casi siempre desmoralizado. Porque el PSM es mucho PSM, le pongamos el nombre que le pongamos. Pero lo que me importa es la motivación. No sé la de los que se afilian al PP pero los afiliados que yo conozco lo son de corazón, desinteresados. Arribistas los habrá, seguro, pero los de mi entorno somos todos voluntarios por convicción, con independencia de si luego nos caerá alguna migaja, de las que afortunadamente no dependo. Enhorabuena en todo caso!

  3. Por supuesto que Julio Embid no tiene ninguna culpa de esto y nada hay que objetar a la mención pero entre «la de las magdalenas» y «el de las naumaquias» de momento gana la de las magdalenas por iberdrólico resultado

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