Vida y muerte de Don Carlos

Senyor_J

Don Carlos o Don Carlo -según si nos referimos a la versión francesa o a la italiana- es una conocida ópera de Verdi, que recrea ciertos episodios de la vida del primer heredero de Felipe II, particularmente un romance con la esposa de su padre, Isabel de Valois, tercera mujer de Felipe II. La ópera finaliza con la entrada en escena de Felipe II y el Gran Inquisidor, dispuestos ambos a prender a Don Carlos, momento en que el emperador Carlos V, padre de Felipe, se alza de su tumba y se lleva consigo a Don Carlos al más allá, indicándole que solo podrá encontrar la paz en el Cielo.

La historia de esta ópera está inspirada en una interpretación de la relación tormentosa entre el rey español Felipe II y su hijo don Carlos, según la cual don Carlos se habría enamorado de su madrastra y por este motivo Felipe II habría decidido matar a ambos. Las primeras versiones de esta narración aparecieron en la década de 1580 en los Países Bajos, territorio ciertamente hostil para los españoles en su época imperial, citándose primero en la Apología de Guillermo de Orange y después en otro texto en verso dirigido al rey de Francia, denominado Diógenes, en el cual los flamencos le solicitaban ayuda contra los españoles. De allí esta narración pasaría a la novela histórica Don Carlos, publicada por César de Saint-Réal en 1672, a la obra teatral Don Karlos, de Friederich Schiller en 1787, y más adelante, en 1867, a la ópera de Verdi, que consolidó para la posteridad esta interpretación de los hechos.

Nos horroriza emocionalmente pensar que un padre sea capaz de matar a su propio hijo por desamor, pero más nos horroriza históricamente imaginar que Felipe II puso en peligro la continuidad de la dinastía de los Austrias acabando con su propio heredero, algo impensable en cualquier monarquía. Un heredero que ya había empezado a asumir funciones de gobierno y del que se esperaba que ocuparía el trono antes de acabar el siglo. Semejante intervención sería disruptiva de la continuidad dinástica y política y contravendría las normas del ejercicio del poder real en el siglo XVI, así como de la sucesión dinástica, que solo cabía interrumpir por fallecimiento del elegido o grave desobediencia al monarca. Pero del mismo modo que se nos dice que la aplicación del artículo 155 no es otra cosa que un necesario ejercicio para preservar la Constitución, también podemos preguntarnos si aquello que subyace en las decisiones de Felipe II respecto a don Carlos fue una reacción perturbadora o bien una respuesta dirigida a preservar la continuidad dinástica.

El inicio del controvertido episodio se sitúa en las once de la noche del 18 de enero de 1568, cuando Felipe II, el rey del Imperio donde no se ponía el sol, se vistió con su armadura, se hizo rodear de unos servidores armados y se dirigió a la habitación del príncipe. Una vez allí, retiraron las armas que don Carlos tenía a su alcance y lo cercaron, de modo que se despertó rodeado de hombre armados liderados por su padre, de los que no sabía si venían a matarle o a prenderle. El rey no le aclaró sus dudas sino que se limitó a retirar de la cámara los papeles del príncipe, así como el dinero que allí guardaba, y lo dejó bajo arresto. El episodio se difundió rápidamente y el rey tuvo que explicar a todo el mundo que hechos graves de los que no quería dar detalles le habían obligado a tomar dicha decisión. No obstante, en una carta enviada a su hermana Catalina, el rey manifestaba su intención de mantenerle cautivo indefinidamente, lo cual hizo efectivo trasladándolo a una habitación sin ventanas situada en una torre del Alcázar de Madrid, donde permanecería vigilado día y noche y sin posibilidad de recibir visitas.

¿Cómo se llegó a esta decisión? Para responder esta pregunta, hay que referirse a la biología del heredero. Tenemos buenos motivos para pensar que el príncipe sufría de varios trastornos físicos y psicológicos. Su nacimiento se produjo tras un parto de tres días, que seguramente afectó a su movilidad y al desarrollo del lenguaje. Creció sin su madre, que murió poco después del parto; a los once meses perdió a la nodriza que había asumido funciones maternales, y a los siete años quedó separado bruscamente de sus parientes más cercanos. Su desarrollo biológico también había quedado perjudicado por la fuerte consanguineidad de los ascendentes que caracterizaba a los matrimonios de la Casa de los Austria, reduciendo terriblemente su diversidad genética: tanto es así, que sus antecedentes familiares no le habían propiciado 8 bisabuelos y 16 tatarabuelos como sería usual, sino tan solo 4 y 6 respectivamente, lo que supondría una pesada losa sobre la herencia genética de los Austria tanto en este siglo como en el siguiente. En el caso de don Carlos, las consecuencias más visibles eran unas deficiencias físicas evidentes: hombros desiguales, una pierna más corta que la otra y músculos débiles. Además, tenía fama de ser impotente y sufría episodios recurrentes de cuartana, un trastorno que probablemente era malaria. Además, un golpe en la cabeza a los 17 años, le produjo una grave infección que puso en peligro su vida y que pudo ocasionarle daños adicionales.

A pesar de todo, tras su recuperación en 1563, el príncipe empezó a asumir funciones políticas propias de un heredero, durante las cuales reveló inestabilidad mental, con frecuentes cambios de humor, impulsividad y una evidente inmadurez en algunos aspectos de su comportamiento. Fueron todo este conjunto de conductas las que hicieron empezar a tomar conciencia progresivamente a Felipe II de la inviabilidad de que el príncipe pudiera sucederle y su evolución, lejos de inducir un cambio de opinión, no hizo más que aumentar la desconfianza hacia sus capacidades. En su inestabilidad llegó incluso a lanzar a un paje por una ventana, tras haberse sentido molesto por su conducta, pero lo que probablemente desencadenó su detención fue el incidente que mantuvo con don Juan de Austria, capitán general de la mar y hermano bastardo de Felipe II, el 15 de enero de 1568. Tras informar don Juan a Felipe II de la petición que don Carlos le había hecho de hacerse acompañar por una flota de galeras a Italia con el fin de forzar su matrimonio con Ana de Austria, hija del emperador Maximiliano, el príncipe decidió asesinarlo. Para ello le ordenó dirigirse a sus aposentos, donde había preparado un arcabuz para asesinarlo allí mismo, que por fortuna un cortesano desarmó disimuladamente para evitarlo. Dándose cuenta de la inoperancia del arma, el príncipe optó por lanzarse sobre don Juan de Austria con una daga, de la que el agredido, mucho más fuerte que él, se defendió hábilmente, reduciendo rápidamente a don Carlos y trasladando después el desafortunado episodio al rey.

Como resultado de su cautiverio, la salud del heredero se deterioró rápidamente. El príncipe rehusó alimentarse y fue necesario hacerlo por la fuerza. Incluso llegó a ingerir un diamante con el fin de suicidarse. A pesar de los esfuerzos de sus captores, la reducción de su ingesta alimentaria le supuso un deterioro irreversible de su salud, que produjo su muerte al cabo de unos meses. En cuanto a Isabel de Valois, su muerte sucedió ese mismo año, pero no por asesinato sino con motivo del deterioro de salud producido a lo largo de un embarazo y un parto, al que no sobrevivieron ni la madre ni la hija nacida en el mismo. En cuanto a Ana de Austria, acabaría convirtiéndose en la cuarta esposa de Felipe II y en madre de siete hijos, entre ellos el futuro heredero Felipe III.

Las enseñanzas que podemos obtener del episodio de don Carlos es que en los fenómenos destitutivos pueden subyacer multitud de factores y que las explicaciones que se desprenden de los mismos no siempre son correctas. Estas se ven a menudo perturbadas por versiones interesadas y por observaciones erróneas de lo acontecido. Así, la aplicación de algo parecido a un 155 sobre una autonomía o un partido puede ser aparentemente perturbadora pero realmente restauradora, y también a la inversa. Lo que sí sabemos es que las acciones de Felipe II no libraron a España de afrontar una lenta decadencia posterior a él mismo. ¡La endogamia nunca es un buen negocio!

5 comentarios en “Vida y muerte de Don Carlos

  1. Enhorabuena por el artículo de divulgación histórica, aunque no haya podido sustraerse del todo a la influencia del «tema».

  2. Jo!…es que los reyes, hace unos siglos, eran …eran…bueno…ejem….ahora nuestro joven Felipe se dedica a defender La Constitución española y los poderes del Estado.
    Eso a algunos les molesta …jo!.

  3. Espero a ver si alguien nos escribe un artículo «histórico» sobre Los reyes del Mambo…..l para que pueda entender el viaje de miembros de La CUP,a Bélgica para respaldar a su rey exiliado….ejem.

  4. Reconforta meditar en los grandes progresos de la historia. A los niños no se les permite defenestrar al servicio y la prensa libre impide que se oculten las taras más allá de un tiempo razonable.
    Hoy es perfectamente probable la imagen de un Puigdemont subiendo en un avión ambulancia embutido en una camisa de fuerza con doble cierre.

  5. Interesantísimo artículo de Senyor_J . Yo no sabía mucho de este asunto, en cambio si he leido mucho sobre el caso de la Princesa de Eboli y Antonio Lopez y la muerte del secretario de Juan de Austria, que Felipe achacó a Antonio Lopez. Pero no veo ninguna posiblidad de comparar en el tiempo esta intriga con el caso actual del ex president de la República Catalana, por lo que no sigo relatandolo.

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