Violencia, patriarcado y salud mental

Alfonso Salmerón

“¿Están contentos, tristes o enfadados?

Debemos tener mucho cuidado con ellos.

Su estado de ánimo es el clima en el que vivimos

y nosotras necesitamos que siempre haga sol”

Siri Hustvedt, El verano sin hombres

(Acerca del silencio de los hombres)

Según diversas fuentes oficiales, entre un 10 y un 20 % de la población española ha sido víctima de abuso sexual en nuestro país y un 12,5 % de las mujeres mayores de 16 años han sido víctimas de violencia machista. Piensen en cualquier clase de cualquier escuela de su barrio, uno de cada cinco niños tal vez estén siendo víctima de abuso sexual en estos momentos, muy probablemente dentro de su entorno familiar. Piensen ahora en su entorno más cercano. Con estos datos es prácticamente imposible que no conozca a un menor que no haya sido víctima de abuso sexual o de una mujer que no haya sido víctima de violencia ejercida por un hombre. El abuso sexual infantil y la violencia contra las mujeres son todavía un tabú en nuestra sociedad. Ambos fenómenos tienen un mismo denominador común: el machismo inherente al sistema de dominación patriarcal.

Las muertes por violencia machista, 37 en lo que va de año, 44 en 2020, un total de 1.118 desde 2003 y las violaciones a menores (se han registrado 1.621 en nuestro país desde 2016) son la punta del iceberg de una realidad monstruosa en muchos de nuestros hogares que atraviesa a todas las clases sociales sin distinción.

Existe consenso científico, por otra parte, sobre las secuelas para la salud mental de las víctimas, tanto a corto como a medio y a largo plazo. Revisten mayor o menor gravedad en función de la intensidad de la agresión, la reiteración de la misma y el ámbito al que pertenezca el agresor, así como la edad a la que se produjo. Las secuelas pueden ir desde el estrés post traumático a cuadros depresivos y ansiosos más o menos graves, a verdaderos cuadros psicóticos y trastornos disociativos, pasando por trastornos de personalidad como el trastorno límite, trastorno antisocial y trastornos de conducta. El abuso sexual infantil además, deja secuelas indelebles en la sexualidad de sus víctimas. Cuando éste se produce por un familiar cercano las consecuencias psicológicas son absolutamente devastadoras.

En la práctica clínica es algo con lo que convivimos a diario. Dejando a un lado, los casos en los que la violencia y el abuso sexual constituyen en sí mismos el motivo de consulta, en la biografía de la inmensa mayoría de las mujeres que acuden a consulta, hay siempre al menos un episodio de violencia, suficientemente significativa, ejercida por un hombre de su entorno, ya sea en la infancia, en la adolescencia o en la adultez.

Es algo de lo que ya escribió Freud hace poco más de un siglo. En la primera formulación de su teoría sobre la mente humana concedió una gran importancia a las consecuencias que la violencia y el abuso infantil había dejado en la personalidad de los pacientes que había visto en terapia, en la mayoría mujeres. En su segunda formulación, el famoso neurólogo vienés consideró que los hechos que esos pacientes le habían relatado no habían ocurrido en realidad, si no que eran producto de la fantasía, que se habría originado a partir de la huella que determinados hechos relacionales habían dejado impresa en su inconsciente. Jung, el más aventajado de sus discípulos se atrevió a desafiar al maestro, animándole a no abandonar su primera tesis dándole crédito a sus pacientes.

Llevado a nuestros días, Jung fue el primero en pronunciar el “yo te creo, hermana”, hecho que provocó la reacción de la Sociedad Psicoanalítica Internacional que acabaría expulsándole. Se ha especulado mucho sobre las razones que motivaron a Freud a enmendarse a sí mismo, pero no resulta difícil pensar que probablemente le resultara mucho más digerible construir la hipótesis de que todas aquellas relaciones incestuosas que había ido conociendo en el seno de ilustres familias de la élite victoriana eran fruto de la imaginación de sus pacientes, a admitir que realmente éstas hubieran existido. Nada demasiado diferente, por otra parte, a lo que ocurre en nuestros días. Tal vez por ello, la mayoría de los casos de abusos a menores continúan sin detectarse en los primeros años de infancia.

Volviendo a la relación entre salud mental y género, podemos decir que hombres y mujeres enfermamos de manera diferente. Mientras las mujeres acuden a consulta para tratarse de su depresión o su trastorno de ansiedad, según un estudio reciente de la OMS, el hombre consulta por problemas de alcoholismo y drogadicción. Ellas se deprimen y ellos se emborrachan, lo cual dice mucho de la capacidad subjetiva para reconocer la propia realidad subjetiva y los mecanismos de defensa para afrontarla. Ellas piden ayuda, muchas veces de manera informal, acudiendo a la red de apoyo relacional, amigas, compañeras, la sororidad es un tesoro. Ellos acuden al alcohol y a las drogas, los cánones del patriarcado penalizan la fragilidad. Ellas internalizan los conflictos y asumen la mayor parte de la carga mental y emocional de la vida cotidiana, ellos tienden a externalizar los problemas. Los hombres no lloran, nos habían dicho siempre nuestros mayores, probablemente por eso acudían (y acuden) al alcohol (y otras sustancias) para ahogar sus penas, abotargando los sentidos, una anestesia que les aleja cada vez más del corazón del hogar y de la vida, espacio reservado para las madres y los hijos. Porque sí, los estereotipos siguen funcionando a pesar del enorme cambio social producido en los últimos años en lo que a género se refiere.

A una semana del día mundial contra la violencia de género, terrible eufemismo, es necesario volver a denunciar que el machismo mata, que el patriarcado es un sistema de poder que como tal, hace uso de la violencia para mantener sus privilegios de clase, de raza y de género y que su cultura oprime y explota a las mujeres, pero también tiene secuestrados a los hombres en una masculinidad disfuncional que empobrece su resonancia emocional y castra sus capacidades para el cuidado, la crianza y la ternura. Es ésta la verdadera revolución de nuestro tiempo, la protagonizada por las mujeres y por el movimiento LGTBi. Los nuevos feminismos han venido también para liberarnos a los hombres, deconstruyendo la masculinidad que emana de las relaciones de dominación capitalista. Las manadas lo saben, de ahí su reacción furibunda. Vamos a hacerlo.

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