Yo no te pido la Luna

Carlos Hidalgo

Mientras escribo esto, el hombre más rico del planeta, Jeff Bezos, ha despegado en un cohete de su propiedad en compañía de varias personas que han pagado un billete de varios millones de dólares. Ha llegado al límite de la atmósfera terrestre, ha estado unos minutos y ha vuelto. A eso, que le llaman “viaje espacial”, aunque no lo sea tanto, ha dedicado una nada despreciable cantidad de dinero, con nulos avances para la exploración espacial.

Ni el cohete reutilizable, ni el motor “menos contaminante” de hidrógeno y oxígeno, ni la cápsula no tripulada son cosas nuevas. Lo único que podemos considerar nuevo es que la cápsula es más amplia, tiene mejores ventanillas, más espacio y no vale para nada científico, ni aeroespacial. Es un ascensor-cohete caro que no te lleva a ninguna parte y para el que te piden 23 millones de dólares por billete.

Algo más de mérito tiene el intento de otro millonario, Richard Branson, que por lo menos trata de perfeccionar el sistema de lanzar naves espaciales desde aviones en vuelo. Sólo que su “cohete” no es realmente una nave espacial (su motor no puede funcionar fuera de nuestra atmósfera), gasta una burrada de combustible muy contaminante y hace falta un monstruoso avión doble para lanzarlo. Todo ello para ir al límite de la atmosfera y llegar ligeramente más alto que un globo meteorológico.

El tercero en discordia, que no me cae mejor que los otros dos, Elon Musk, por lo menos tiene sus cohetes subcontratados a la NASA, manda tripulantes y suministros a la Estación Espacial Internacional y ha encontrado maneras de abaratar los viajes espaciales (que siguen siendo monstruosamente caros) para fines científicos y comerciales (como lanzar satélites).

Y es que al espacio, al espacio de verdad, se va a trabajar. El primer turista espacial, el millonario estadounidense Dennis Tito, tuvo que entrenarse durante meses en la Ciudad de las Estrellas de Roscosmos y, además de pagar 20 millones de dólares de 2001, tuvo que trabajar durante su estancia en el módulo ruso de la Estación Espacial Internacional (ISS por sus siglas en inglés). Tito se encargó de mantener las comunicaciones e hizo de camarero y cocinero para el resto de la tripulación. Como el resto de los astronautas de verdad tenía sus actividades programadas al milímetro y seguía religiosamente las instrucciones que le llegaban desde el control de misión.

Porque el espacio, además, es increíblemente hostil. Para mantener sano y con vida a cada astronauta hacen falta, por lo menos, 15 personas altamente especializadas en tierra. Fuera de la Tierra hay tanta radiación que las naves espaciales y las ISS huelen todo el rato como si se estuviera soldando por arco. La ausencia de gravedad provoca un deterioro físico casi inmediato que ha de combatirse con un estricto régimen de ejercicio y las naves y estaciones necesitan de supervisión de y de mantenimiento permanentes.

Por eso es muy difícil que, hoy por hoy, el turismo espacial privado sea algo más que millonarios con crisis de madurez subiendo y bajando fugazmente en cohetes privados. Proyectos como el hotel espacial de la empresa Bigelow o situar a turistas en estaciones espaciales de ocio en los puntos de Lagrange son, por decirlo de manera suave, poco realistas.

Y yo no soy de las personas que dicen la falacia de que ojalá todo el dinero que se invierte en la exploración espacial se invirtiera en la Tierra. Cada euro invertido en los programas espaciales públicos revierte en cinco euros en tecnologías terrestres y en conocimientos. Gracias a los programas espaciales tenemos telefonía móvil, mejores predicciones meteorológicas, control de las cosechas, mejores alimentos y más maneras de conservarlos, además de nuevos tipos de medicinas; por decir sólo unos pocos ejemplos.

Pero lo que hacen Bezos y Branson no revierte en nada. Al contrario, son caprichos carísimos construidos sobre el esfuerzo y el mérito ajeno. Y que se pretenden disfrazar de negocio para no evidenciar su absoluta inutilidad.

Dice Bezos que quiere que sus naves lleguen a la Luna. Aún le queda mucho trecho. Primero, porque para llegar tienes que aportar. Segundo, porque al espacio, queridos millonarios, se va a trabajar.

3 comentarios en “Yo no te pido la Luna

  1. Pues claramente no, se iba a trabajar pero ahora los ricos pueden ir de paseo mientras los demás nos atamos los machos para bajar las emisiones de dióxido de carbono. Esperemos que no haga falta un accidente mortal para que a esta gente se le pase la fiebre del paseito por la atmósfera.

  2. Me alineo con la columna de Carlos, efectivamente la mayor parte de estos proyectos parecen destinados a satisfacer un capricho personal , un «porque quiero y porque puedo». Añado una cosa a lo de «al espacio se va a trabajar» y es que «la investigación/disrupción de verdad no suele ser negocio»

  3. Ejem…bueno…resulta que Jeff Bezos, el fundador del gigante del comercio electrónico Amazon, ha otorgado 100 millones de dólares (85 millones de euros) al chef español José Andrés como parte de un premio «al valor y al civismo» para aquellos que dedican sus vidas a ayudar a los demás.
    Dicho esto,espero que Mr Bezos,me lea y disculpe al Sr Hidalgo por su artículo.

    Yo no le pido la Luna…pero si quisiera mandarme a casa un aire acondicionado que he visto en Armazón,sería recompensado con una de mis amistosas sonrisas.
    ¡¡Ad Astra per Áspera!!
    Bezos a todos…JAJAJA…que nervios.

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