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Supongo que ya sabrán que a finales de la semana pasada Rusia – mejor dicho, Putin – puso finalmente sus cartas sobre la mesa. En concreto, le presentó a EE.UU. sendos borradores de acuerdo – el segundo con la OTAN – según los cuales “Occidente” se abstendría de seguir incorporando países del Este a la Alianza Atlántica y dejaría de armarlos, retrotrayendo la situación a la de 1997. En mi entorno fueron varios los que reaccionaron denunciando inmediatamente un paralelismo inaceptable con la Conferencia de Munich de 1938 en la que el Premier británico Chamberlain aceptó la anexión alemana de los Sudetes checos a cambio de mantener la paz en Europa. Y menos los que señalaron que la analogía no era válida dado que en 1938 el pacto iba encaminado para mitigar el expansionismo nazi mientras que lo que está en cuestión ahora es si la OTAN puede o debe seguir expandiéndose.
Hace años leí un análisis profundo – que no he conseguido recuperar – que defendía a Chamberlain argumentando que sin el año y pico de paz que ganó para prepararse, Reino Unido no habría podido resistir el embate de Alemania como si fue capaz de hacer después, ganándola finalmente con la inestimable ayuda de EE.UU. y la Unión Soviética, como todos sabemos. Pero lo cierto es que Munich siempre es citado como el epítome de la cesión inaceptable no solo por principios sino también por inutilidad, dado que Alemania siguió adelante con sus planes expansionistas. ¿Deberíamos por tanto ahora negar cualquier concesión a Rusia y arriesgarnos a que invada al menos el este de Ucrania, como tiene capacidad de hacer, dentro de un par de meses?
Ya he escrito por estos lares que Putin y sus secuaces no son gobernantes normales al no tener ningún escrúpulo para robar, asesinar opositores y reprimir sin ambages cualquier forma de protesta no violenta. En el plano internacional, además, no les duelen prendas a la hora de manipular, desestabilizar e interferir con la soberanía de aquellos países que por una razón u otra les interesan, ya sea en el Este – Ucrania, Moldavia, Bielorusia, Georgia, etc – o más allá – Siria, Libia, República Centroafricana, y últimamente Mali. En todos ellos han desplegado tropas rusas o para militares “privados” rusos. Así que lejos de mí cualquier intención de defender o justificar las políticas o fines del Kremlin.
Pero lo que está sobre la mesa es si la OTAN debe poder seguir extendiéndose por los países vecinos de Rusia. Dado que la OTAN no invade sino que son los países en cuestión los que voluntariamente solicitan su ingreso, no debería haber ninguna cortapisa a que siga extendiéndose cuando se den las condiciones. ¿Por qué no habría de poder adherirse un país por muy vecino de Rusia que sea?
La respuesta es obvia para los rusos, no solo para Putin: la OTAN se creó para defenderse de Rusia y sus tropas y recursos militares apuntan todos a Rusia. Pero “Occidente” arguye que la OTAN es una alianza de defensa mutua, que no supone una amenaza para quien no ataque a un aliado, como demuestra que no haya invadido o atacado a nadie desde su creación.
Pero los rusos aducen que mientras que ellos se mantienen dentro de sus fronteras, la OTAN no hace más que expandirse y acercárseles, incluido Montenegro, la última adhesión, pocos años después de independizarse de Serbia, estrecho aliado de Moscú. Y que mantiene la oferta de adhesión de 2008 a Georgia y, sobre todo, a Ucrania. De ahí que algunas voces rusas hayan equiparado la situación actual en la frontera este de Ucrania con la crisis de los misiles en Cuba de 1962 pero con los papeles cambiados.
Ahora bien, no son pocos los que aducen que Rusia utilizaría cualquier concesión de la OTAN para seguir desestabilizando a sus vecinos con la garantía de que “Occidente” no podrá oponerse. Pero si la desestabilización no es militar y las concesiones de la OTAN son solo militares, “Occidente” podría seguir contrarrestando tales desestabilizaciones como viene haciendo hasta la fecha, con Ucrania como mejor ejemplo. Y si la desestabilización incluye aspectos militares, es de suponer que supongan una violación del acuerdo alcanzado, en el que EE.UU. y la OTAN exigirán como mínimo que Rusia tampoco pueda interferir militarmente en los países en los que la OTAN tampoco pueda.
También hay alguno que sospecha que Rusia haya puesto las propuestas de tratados sobre la mesa con el único fin de armarse de razones para intervenir en Ucrania cuando “Occidente” las rechace. La sospecha gana terreno dado que Putin filtró los borradores de acuerdo a la prensa pese a que EE.UU. le pidiera que no lo hiciera. De ser correcta esta visión, Putin ganaría de cualquier forma. Si “Occidente” acepta concesiones, la soberanía de sus vecinos – concretamente su capacidad para aliarse militarmente con la OTAN – se vería menoscabada. Y si no acepta, validaría el combate geoestratégico en el que Rusia no tendría más remedio que actuar como mejor le convenga para defenderse de una agresión potencial cada vez más cercana e intensa. E invadir el Este de Ucrania. No por nada son tan buenos los rusos en ajedrez, que estudian en la escuela.
“Occidente” puede ver el órdago y negarse en redondo a aceptar cualquier concesión pero dado que ni EE.UU. ni ningún país europeo está dispuesto a mandar tropas a Ucrania para defenderla de una posible invasión rusa dentro de algunas semanas, parece una jugada demasiado arriesgada dado que supondría fiarlo todo a que Putin realmente no quiera correr el riesgo y, cuando menos, hay dudas de que no esté absolutamente dispuesto y preparado para ello.
“Occidente” podría también bajarse los pantalones hasta los tobillos – retrotrayendo la situación anterior a 1997 – aceptando las condiciones rusas para salvar al Este de Ucrania de una posible invasión que no podría impedir – si Putin da la orden – por ningún otro medio. El problema es que ello alentaría órdagos similares por parte de Rusia cuando considere que se dan circunstancias similares.
Y “Occidente” podría finalmente envidar más, proponiéndole a Rusia un acuerdo marco que pusiera fin de verdad a la guerra fría, como se medio intentó a finales de los años 90. Lo cual serviría para, además de garantizar la integridad territorial de Ucrania, retomar la senda de la limitación de los respectivos armamentos nucleares. A diferencia de finales de los 90, cuando se pensaba que Rusia se convertiría en una democracia liberal al uso, ahora la cuestión se plantearía solo como un pacto de no agresión sin ilusiones sobre la adhesión de Rusia a un sistema socio-político – democracia liberal – cuyas condiciones mínimas Putin ni siquiera contempla asumir.
De momento, EE.UU. ha recibido las propuestas y ha prometido a sus socios – de la UE y de Ucrania – que no aceptará ningún acuerdo sin la opinión de los países concernidos. Pero China está en el horizonte y la no agresión entre los hombres blancos – por ponerlo en términos muy crudos – puede ganar enteros en las próximas semanas. Siempre y cuando no se trate de una mero movimiento técnico de un Putin que realmente quiera conquistar el Este de una Ucrania que considera eminentemente rusa.
En todo caso, a mí al menos el paralelismo con 1938 no me parece válido porque si Rusia volviera a las andadas tras las concesiones, la OTAN tendría las manos libres para responder. Una cosa es aceptar que Ucrania, Georgia, Finlandia, Suecia y el resto de los balcánicos no pueda adherirse a la OTAN y otra bien distinta, aceptar que Rusia pase a dominarlos. Ahí está el ejemplo de Austria, que prosperó tras la segunda guerra mundial bajo un estatus de neutralidad obligada que si bien suponía una limitación a su soberanía, le permitió prosperar y convertirse en miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Tengo la sensación de que la inmensa mayoría de los ucranios se sumaría de forma entusiasta a un futuro para su país que les garantizara autonomía política de Rusia aunque no militar.
https://elpais.com/internacional/2021-12-20/las-opciones-de-occidente-frente-al-espectro-de-una-invasion-rusa-de-ucrania.html