Juanjo Cáceres
La jura de la Constitución por parte de Leonor, el pasado 31 de octubre, confirmaba a la primogénita de Felipe de Borbón como heredera al trono. Ese paso, que a muchos les puede parecer anecdótico y propio de un modelo de jefatura del estado caduco, tiene una relevante dimensión histórica que no es baladí destacar, se esté o no de acuerdo con la continuidad de las monarquías constitucionales. También a pesar de que sea inevitable que dicho acto se haya convertido, en buena medida, en un evento para ganar aceptación y rédito por parte de la familia borbónica y para promover su permanencia en el trono.
Es necesario hacer un poco de historia. Hasta la fecha, sólo una mujer se ha sentado en el trono de España: Isabel II. Isabel la Católica nunca fue otra cosa que reina de Castilla. Su hija, la reina Juana, heredera de los derechos dinásticos de sus padres, los Reyes Católicos, fue privada de ejercerlos por su discutida condición de loca, en beneficio de su esposo Felipe, primero; de su padre Fernando después, convertido en regente de Castilla mientras ella ingresaba en el real monasterio de Santa Clara; del cardenal Cisneros, y, finalmente, de su hijo Carlos, el rey emperador. Tanto la violencia monárquica ejercida contra Juana, como la guerra civil desatada en su momento en Castilla por la designación de Isabel la Católica como heredera, nos evidencia el elevado coste que tuvo para ambas su voluntad de ejercer los derechos dinásticos. Sigue leyendo