Juanjo Cáceres
Cuando Asimov escribió sus novelas de la saga Fundación -convertidas recientemente en una atractiva serie de Apple-, describió un Imperio Galáctico con miles de años de historia, que se adentraba en una decadencia inevitable y que se disponía a avanzar rápidamente hacia un intenso estado de descomposición, tras el cual vendría una larguísima etapa de conflictos. La imagen de un imperio que se desmorona es poderosa y ha inspirado muchas historias. En particular lo ha hecho el análisis del desmoronamiento por excelencia, que no es otro que el vivido por el Imperio Romano en el siglo V.
Pero todo canto al desmoronamiento tiene otra cara. Con la misma devoción que se narra su derrumbe, se ensalza su continuidad. En algunos casos por motivos evidentes, ya que la historia de Roma no acaba con la caída del lado occidental del imperio, puesto que el lado oriental perdura mucho más allá, bajo la forma de un Imperio Bizantino cuyas dinastías sobrevivirán hasta el siglo XV, concretamente hasta la caída de Constantinopla en 1453. Pero no solamente, pues también en la Europa occidental asistimos a su “reconstrucción” bajo dos pilares: el del poder espiritual, encarnado por el papado, y el del poder temporal, que se expresará de forma muy clara con la proclamación de Carlomagno como emperador en el año 800, dando paso así a una línea imperial occidental, que sobrevivirá mejor o peor hasta la caída de los Habsburgo durante la Primera Guerra Mundial (o al menos, hasta la desaparición del Sacro Imperio Romano Germánico en 1806, en plenas guerras napoleónicas). Sigue leyendo