Verónica Ugarte
La hija de Gisèle Pelicot es una víctima más. No tiene pruebas de que su padre la haya violado, de que haya corrido la misma suerte que su madre. Solo existen fotos de ella, dormida, en su cama, en ropa interior. La sensación de indefensión, la duda, el dolor, la confianza y amor rotos. El dolor de su madre es enorme, pero no es menos el de su hija. Perdió a un padre y descubrió a un monstruo.
¿Cuántas mujeres han sido y son víctimas de este tipo de violencia? Ya se han descubierto grupos en las redes sociales, de seres innombrables que dan pistas de dónde y cómo obtener la medicación necesaria para sedar a una mujer y violar no solo su cuerpo, sino también su mente. Porque una violación deja secuelas psíquicas que requieren ayuda, trabajo, supervivencia.
En este mundo donde tanto de habla de respeto, igualdad, empatía, desde hace años me asalta la pregunta: ¿verdaderamente se entiende el infierno por el que pasan algunas mujeres? ¿Se entiende el día a día de muchas, demasiadas, que están en manos de uno o varios hombres, y por varias razones, no pueden alzar la voz y pedir ayuda? Sigue leyendo