Desigualdades criminales

David Rodríguez

El pasado mes de enero, la organización Intermón Oxfam publicaba un informe titulado “Desigualdad, S.A.”, en el que denuncia como una enorme concentración de poder empresarial y monopolístico está exacerbando la desigualdad en la economía mundial. La salida a la luz del documento coincidía con la cumbre anual de Davos, en la que se reúnen numerosos líderes empresariales y políticos para analizar los problemas más urgentes que afectan a nuestro mundo.

Las cifras que aparecen en el informe de Oxfam deberían ser de obligado conocimiento en todas las escuelas y universidades, y de apremiante difusión en todas las portadas de los medios de comunicación. Repasemos algunos de los datos más escalofriantes que nos proporciona este reporte, cuya integridad puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.oxfam.org/es/informes/desigualdad-sa

Desde el año 2020 hasta nuestros días, la riqueza conjunta de los cinco hombres más adinerados del mundo se ha multiplicado por más de dos, siendo ellos los grandes triunfadores de la pandemia. Sus nombres son bastante conocidos: Elon Musk, Bernard Arnault, Jeff Bezos, Larry Ellison y Warren Buffet. De hecho, si estos cinco opulentos señores gastaran un millón de dólares diarios, tardarían 476 años en agotar sus fortunas. Durante el mismo período, sin embargo, la otra cara de la moneda es que la riqueza acumulada de cerca de 5.000 millones de personas a nivel global se ha visto reducida. El carácter clasista del sistema económico es más que evidente.

Si atendemos a una perspectiva de género, los hombres acaparan 105 billones de dólares más de riqueza que las mujeres. Para que nos hagamos una idea, esta diferencia equivale a más de cuatro veces el tamaño de la economía de los Estados Unidos de América. Por consiguiente, al carácter clasista del desorden económico que sufrimos hemos de sumarle un claro sesgo patriarcal.

La emergencia climática no escapa al análisis de estos sangrantes datos. El 1% más rico de la población mundial concentra el mismo volumen de emisiones de carbono como los dos tercios más pobres del planeta. Este es un dato interesante que debería esculpirse a fuego en el frontispicio de los lujosos palacios por donde deambulan los miembros de las cumbres planetarias sobre el clima.

Si alguien quiere añadir a estas estadísticas el agravante del racismo, puede hacerlo sabiendo que en los Estados Unidos la riqueza de una familia negra media supone solamente el 15,8% del de una familia blanca. En Brasil, los ingresos de las personas blancas superan en más de un 70% a los de las personas afrodescendientes. Racismo y clasismo se dan la mano en un orbe que no conoce límites al frío cálculo del beneficio.

En el caso de que nos interese saber lo que sucede en la esfera financiera, podemos decir que el 1% más rico de la población mundial acumula el 43% de todos los activos financieros internacionales, en este gran casino global en el que unos pocos ganan cantidades ingentes mientras la mayoría se ve apartada de las reglas del juego.

Otro dato escalofriante es que únicamente el 0,4% de las 1.600 empresas mayores del mundo se comprometen de manera pública a pagar a sus trabajadores y trabajadoras un salario digno, hecho que pone de manifiesto la podredumbre del actual modelo de globalización que tenemos que sufrir a nivel mundial.

Finalmente, quienes trabajan para el sector público y para el llamado Estado del Bienestar están a años luz de los oligarcas que controlan el capital internacional. Como muestra, podemos afirmar que una trabajadora del sector sociosanitario necesitaría 1.200 años para ganar lo que un director general de una de las empresas de la lista Fortune 100 acumula en promedio en tan solo un año.

Podríamos afirmar que todos estos datos hablan por sí mismos, pero tenemos la obligación moral de comentarlos y denunciarlos de manera contundente. El actual desorden económico internacional es clasista, patriarcal, racista, fomenta la concentración progresiva del capital, provoca la emergencia climática, explota de modo explícito a la clase trabajadora y desprecia la labor realizada por los empleados públicos.

El actual sistema económico es calificado en numerosas ocasiones como liberal. Sin entrar en debates nominalistas, creo que es bueno recordar que el liberalismo clásico se sustenta en la meritocracia y en la igualdad de oportunidades. Nada está más lejos de mi intención que defender esta ideología, pero debemos reconocer que la realidad descrita por Oxfam está en las antípodas de esos principios. En este sentido, creo que es más correcto hablar de capitalismo salvaje y criminal, por más que el establishment se encargue de eludir esta terminología.

Finalmente, si alguien se siente algo incómodo con la definición del actual capitalismo como criminal, me gustaría recordar que las cifras ofrecidas en este artículo merecen como mínimo ese calificativo. Es curioso como algunos palanganeros del poder llaman extremistas a las personas anticapitalistas, cuando lo realmente extremo, radical e injusto es tener que padecer las desigualdades que acaban de exponerse.

2 comentarios en “Desigualdades criminales

  1. Mi escepticismo con las ONG es intenso y creciente en proporción a su número y burocracia . Esto no significa que sus informes estén desprovistos de verdades incómodas , incluyendo aquellas que protagonizaron en Haití algunos miembros de Oxfam .
    Los informes de esta ONG son refritos de otros informes y ambiciosos en su extensión .

    El País editó un artículo sobre los informantes en 2017 que me parece relevante por el menor pesimismo que incorpora y porque mejora la digestión del desayuno de este viernes .

    «… la reducción de la pobreza global es absolutamente innegable. Vivimos en un mundo en el que, hoy en día, hay menos pobres –en términos de porcentaje de población, y también en términos de número de personas- que en ningún otro momento de la historia reciente de la humanidad. Si el número de pobres a nivel global se está reduciendo, ¿por qué preocuparse?. Esta afirmación es cierta, pero tiene sus matices. El nivel de pobreza que se está reduciendo es la pobreza absoluta (y, con todo, cerca de 900 millones de personas siguen viviendo en esa pobreza absoluta, que serían muchos menos con una mejor distribución de la renta), es decir aquella población mundial que vive por debajo de la línea internacional de pobreza, situada en 1,90 dólares norteamericanos diarios, desde su última revisión por parte del Banco Mundial en octubre de 2015. Es decir, en menos de 60 euros al mes. Lógicamente esta línea de pobreza absoluta es irrelevante para el caso de las economías desarrolladas. Utilizando esa línea de pobreza en España un limpiador de parabrisas que sobrevive en un semáforo estaría fuera de la pobreza. Cuando hablamos de pobreza monetaria en Europa o en los países de la OCDE, se suele utilizar un indicador que pone en relación la pobreza con un límite mínimo equivalente al 50% de la renta per cápita mediana de un país. Es decir: es un indicador directamente relacionado con el nivel de vida y la distribución de la renta. De nuevo nos encontraremos con paradojas, como que un pobre en Luxemburgo podría ser considerado clase media alta en Portugal. Y es que la pobreza es siempre relativa: uno es pobre en la medida en que se aleja de lo que una sociedad considera mínimamente aceptable para vivir decentemente en ella y participar activamente como ciudadano. Y lo que se considera mínimamente aceptable depende, de nuevo, del nivel de calidad de vida y de la distribución de la renta que lo permite. Precisamente por su carácter de «relativa», la persistencia de una alta desigualdad y un alto nivel de pobreza relativa suelen correlacionar de manera muy notoria, de manera que sociedades con menores índices de desigualdad suelen tener menor porcentaje de pobreza relativa y viceversa. Correlación no implica causalidad. Correlación implica correlación. Matemáticamente es posible actuar sobre la desigualdad sin impactar en la pobreza relativa y viceversa, pero lo más probable es que una redistribución de la renta ayude a mejorar los índices de pobreza relativa y que una actuación contra la pobreza mejore la distribución de la renta. Son, en efecto, dos caras de la misma moneda. ¿Tiene contradicciones? De nuevo, sin duda. La medida de carencia material severa –el porcentaje de población que tiene efectivamente dificultades para acceder a una determinada cesta de bienes o servicios- se utiliza para complementar la información que ofrece este indicador.

    En definitiva, buena parte de las críticas metodológicas que se dirigen al informe de Oxfam son en realidad críticas que en se podrían verter sobre la capacidad de las disciplinas sociales, con las herramientas actuales, para entender y explicar cabalmente la complejidad que representa la desigualdad social. Críticas que son bien conocidas en las ciencias sociales y en la economía, y que bien se podrían extender a prácticamente cualquier indicador de calidad de vida (como el PIB per cápita, por ejemplo). ¿Por qué esa virulencia contra el informe de Oxfam? Sencillamente, porque Oxfam convierte esos datos –incompletos y contradictorios, insistimos, como los de cualquier investigación social- en una herramienta de movilización de la opinión pública, con notable éxito por cierto, como hemos podido constatar a través de google news. Con el objetivo de alcanzar al mayor número posible de audiencia y de incorporar la desigualdad en el debate global, Oxfam renuncia a algunas salvaguardas habituales en las disciplinas sociales y expone con rotundidad los hechos –eso sí, ciertos y contrastables- que los científicos sociales suelen describir de una manera menos categórica y más ambigua («parece que…», «las evidencias parecen indicar que…», «los datos permitirían inferir que…»). Esa es la virtud, el pecado y la penitencia de los informes de Oxfam.»

    ( El País . Desmontando a Oxfam
    José Moisés Martín
    20 de Enero de 2017 )

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