El dolor, Ucrania y la Semana Santa

Juanjo Cáceres

Se aproxima la Semana Santa, una época para proyectar el dolor y para reinterpretarlo. Para representar de nuevo, ni más ni menos, que el calvario y la crucifixión del hijo de Dios y, de paso, poner a prueba nuestras dotes empáticas, instaladas muy confortablemente en una sociedad que ha hecho del bienestar y la ausencia de todo daño uno de sus principales horizontes. Todo lo contrario de lo sucedido en los primeros siglos de la Cristiandad, cuando el dolor relatado en los Evangelios haría del sufrimiento, incluso del de mayor intensidad, un componente indispensable de los relatos sobre santas y santos, y haría de hecho del martirio una condición necesaria de la santidad.

Ahora todo es distinto. ¿Cómo empatizar, entonces, con el dolor persistente, si uno no lo sufre y tampoco es visible, sino que se encuentra muy lejos, a miles de kilómetros? Porque no es lo mismo llegar a asimilar las escenas de muerte en Ucrania difundidas estos días por todo el mundo, que empatizar realmente con aquellos que han visto cómo su vida se ha venido abajo de un día para otro. Desde luego no lo están haciendo los responsables de iniciar esta guerra, ni aquellos que siguen ejecutando operaciones militares y agrediendo a la población civil de múltiples formas, pero seguramente la mayoría de nosotros tampoco lo conseguimos del todo.

El dolor es algo de lo que huimos, que hacemos todo lo posible para que desaparezca y que tendemos a invisibilizar en cualquier circunstancia. De hecho una mirada cercana a las procesiones españolas nos muestra un abandono casi completo de la experiencia del dolor, en beneficio de unos actos religiosos más conmemorativos que místicos y rodeados de una religiosidad popular bastante superficial. No ocurre lo mismo, por ejemplo, en Filipinas, donde abundan las flagelaciones y crucifixiones con el fin de poner precisamente en el centro de la escena el sufrimiento. Pese a nuestra huida particular, todavía gran parte del mundo decide recurrir al dolor para exhibir, experimentar y expresar, pero hay muchísimo más dolor involuntario del que no hay forma de escapar.

Porque evidentemente el dolor de la guerra no es algo que se busque ni se desee. La decisión de iniciarla conlleva necesariamente una escalada de dolor, causada por la pérdida de vidas y todos los abusos que se cometen. Y aunque hayan grados de criminalidad, toda acción que conlleva muerte y destrucción contra terceros o contra bienes o infraestructuras ajenas, es criminal en sí misma. Es justamente esa característica la que genera un dilema moral conocido y mucho más profundo de lo que parece: concretamente, si resistirse al invasor es indispensable o bien si esa resistencia no acaba causando un dolor mucho mayor y profundo, al menos en ciertos casos. Más aun cuando está claro que no son los mismos los que han tomado la decisión de guerrear o de resistir, que los que sufren algunas de las partes más cruentas de la guerra.

Una de las cuestiones más controvertidas de los años 1930 fue la política de apaciguamiento seguida por Francia e Inglaterra respecto a los regímenes fascistas, la cual hizo posible que hechos como la anexión de Etiopía por parte de Italia, la ocupación de Renania por Alemania, la intervención de Alemania e Italia en la guerra civil española, la anexión de Austria y otras anexiones territoriales que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, no suscitasen sanciones ni respuesta militar alguna. Pero hay que tomar en consideración el trauma vivido menos de 20 años antes por esas mismas generaciones durante la Primera Guerra Mundial, todo el dolor que aquella causó y el deseo existente en aquel entonces de evitar una nueva espiral armada a toda costa que repercutiera sobre la población europea. Más aun cuando en 1914 la guerra se había generalizado desde un conflicto en Serbia entre ese territorio y el Imperio Austro-Húngaro, mediante una sucesión de declaraciones de guerra y respuestas militares cruzadas. Detrás de aquellas decisiones de los años 1930 se encontraban vivencias del dolor que hoy se nos escapan a muchos.

En el caso de la invasión rusa, ha habido sanciones y envío de armas pero no una respuesta militar de las potencias extranjeras, lo que a la práctica garantiza mucho dolor a la población ucraniana, sometida a un triple flagelo: una invasión, la consigna de resistir a ultranza y la decisión de las potencias extranjeras de no aportar ejércitos que permitan proteger el territorio desde posiciones defensivas. Buena parte de los motivos que en su día inspiraron el apaciguamiento están tras ese tercer tormento. Pero entretanto ocurre Bucha, ocurre Mariúpol y bastante más lejos de allí, ocurre la Semana Santa, con vírgenes y cristos saliendo de procesión y mucha piedad fingida.

Decía el papa Francisco este domingo que en la locura de la guerra se vuelve a crucificar a Cristo, lo cual supone una buena metáfora de lo que acontece estos días, mientras se acerca el momento en que unas figuras religiosas serán transportadas por las cofradías y recorrerán nuestras calles con marcas rojas de pintura que simulan heridas y sangre. Cosa ciertamente innecesaria, porque ahora mismo en Europa hay sangre real de sobras para el que quiera observarla, pero no parece que tengamos margen para otra cosa, que nos podamos permitir una respuesta militar de otra índole, ni que en definitiva sepamos cuidar mejor del dolor ajeno.

3 comentarios en “El dolor, Ucrania y la Semana Santa

  1. El indeferentismo moral lleva a frases como :

    « Y aunque hayan grados de criminalidad, toda acción que conlleva muerte y destrucción contra terceros o contra bienes o infraestructuras ajenas, es criminal en sí misma»

    Así se explica la enpanada mental de Podemos y otros relativistas morales del romanticismo antipolítico . Con esas recetas no se hubiera podido vencer a Japón y su criminal guerra de terror y conquista , lo mismo que a sus socios europeos, … en fin, para no cansarles , mayor interés polémico tiene la observación de Cáceres sobre la no respuesta militar de la OTAN , etc.

    De momento se hace lo que debe hacerse y es defendible que así sea , porque se provee a Ucrania de armas en grado de sofisticación creciente que es lo que nos ha pedido .

    Respecto a lo que dice el Papa Francisco hablando de la locura de la guerra , vuelve a demostrar que su mensaje se corresponde con mundo alucinatorio del ámbito religioso , el cual , efectivamente , no es de este mundo.

  2. Sr Mulligan, nada más lejos de mi intención el caer en el indiferentismo: sabemos quién es el responsable y que hay que detenerlo. Pero debemos pensar bien como. Una de las trampas de la guerra es que superado cierto punto de no retorno, no puede pararse hasta la victoria de uno de los dos bandos. En 1916, por ejemplo, ya estaba claro que continuar con la Gran Guerras era un sinsentido, porque no se iban a alcanzar los objetivos, pero las pérdidas eran tan altas que nadie podía asumir una paz que mostrase a las claras que todo había sido en vano.

  3. Tiene usted razón en lo que respecta a la guerra del 14 , esa gran carnicería de gallos nacionalistas narrada en un tono de censura por la más reciente historiografía cuyas consecuencias alimentaron la II WW.

    También en la prudencia necesaria cuando el invasor que comete crímenes de guerra es una potencia nuclear .

    Ahora , el derecho a la resistencia ante lo que estamos viendo , en mi opinión es incuestionable.

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