Carlos Hidalgo
Las criptomonedas ya no son lo que eran. Por si hay que recapitular acerca de lo que es una criptomoneda, recapitulemos. Una criptomoneda es una supuesta unidad de intercambio, basada en formar parte de una cadena de códigos cifrados increíblemente seguros. Cada eslabón de esta cadena, por usar una analogía más o menos cruda, es una de esas monedas. Estas monedas no se pueden crear o retirar del sistema, como en el caso de las monedas emitidas por los bancos centrales. Cada criptodivisa tiene un número límite de monedas, aunque se han creado sin llegar a ese límite, por lo que es posible “crear” más poniendo tu ordenador al servicio de esos sistemas de cifrado. Cuando tu ordenador termina de hacer esos increíblemente complejos cálculos (cuya dificultad es mayor cuantas más “monedas” haya en circulación), se supone que tienes una unidad de esas monedas. A este proceso se le denomina “minado” y ha llegado a consumir más energía que toda la Argentina, aparte de provocar una fiebre del “minado” que ha aumentado las emisiones de CO2 y ha ayudado a agravar la crisis de escasez de semiconductores en el mundo.
Cuando un Bitcoin (la criptomoneda más conocida de todas las existentes) se llegó a cotizar a 60.000 euros, muchas personas se lanzaron a crear “granjas” donde hileras de tarjetas gráficas consumían cantidades obscenas de electricidad con el propósito de dar a luz nuevos bitcoins.
La ausencia de regulación o de autoridades monetarias en el mundo de las criptodivisas también las convirtieron en el método de intercambio favorito del crimen internacional. Y en los cajeros de bitcoins que se pueden encontrar en varios centros comerciales podías encontrar por igual a fieles con la esperanza del nuevo dinero fácil o a compungidas víctimas de estafas, virus y chantajes que iban a convertir su dinero convencional en riqueza para los criminales.
Pero ¿a qué responde el valor de estas monedas? Con las divisas convencionales sabemos que antes respondían al valor equivalente del oro almacenado en los bancos centrales. Y ahora que representan una parte del valor de la economía entera en la que residen las autoridades que las emiten. El valor de las criptomonedas desde el principio se basaba sólo en la fe de las personas que las adoptaban. Y en el dinero real que pagaban por ellas.
¡No es tan diferente de las monedas convencionales! Protestan los cripto-conversos, aludiendo a que el valor del Euro o del dólar se basan en la fe en las economías de la UE o de los Estados Unidos. Pero mientras que sabemos el PIB de la UE y de los EEUU, conocemos su inflación y tenemos indicadores estandarizados que nos permiten conocer la marcha de la economía, con las criptodivisas vamos completamente a ciegas. Y mientras que las divisas convencionales tienen a Estados detrás que se encargan de evitar abusos, regular la marcha de la economía, proteger a los ciudadanos y aumentar o reducir la masa monetaria en circulación, no tenemos manera de conocer indicadores fiables de qué respalda el valor de un bitcoin o de un Ethereum. ¿Cómo va el PIB de los sindicatos criminales de Rusia? ¿Qué inflación experimentan los ciber-chantajes con “ransomware”? ¿Se aprecian o se deprecian? ¿Cómo va el bolsillo de los inversores honrados en estos productos? ¿Puede respaldarse con dinero de verdad una venta masiva de esta clase de activos?
La respuesta a esta última pregunta es no. Cuando la crisis provocada por la pandemia y la posterior guerra de Ucrania ha hecho que muchos ahorradores quisieran recuperar su dinero tras invertirlo en lo que consideraban un valor seguro, han descubierto con horror que su dinero se había ido para no volver. Y que las empresas que les vendieron las criptomonedas desaparecían con su dinero para no volver.
Esto ha provocado un efecto dominó en el que los más grandes operadores de criptodivisas quiebran o se largan con el dinero a un destino desconocido. Y ahora, los que se ufanaban de la ausencia de las autoridades en este mundo reclaman angustiosamente su intervención. Los grandes gurús que las recomendaban callan avergonzados, cambian de tema o defienden contra toda lógica que esto es una fase temporal. Y algunos grandes bancos que no sabían qué hacer con su dinero y exploraron este mundo dicen ahora que sólo les interesa “la tecnología blockchain” en abstracto. Cuando han sido tan insensatos de llegar a gastar dinero en una tecnología más lenta, más cara y menos transparente los actuales estándares bancarios…
Pero queda la fe. La fe los que poseen criptos para poder colocárselas a un incauto a última hora. Y la fe de los incautos en que el dinero puede caer del cielo a cambio de nada.