R2P: Siria

Barañain

A la espera de una acción de castigo sobre el régimen sirio que disuada de una nueva utilización de armas químicas, llaman la atención el escepticismo y la hostilidad de un amplio sector de la opinión pública europea, opuesta a cualquier acción militar. Como si estuviéramos asistiendo a un remake del conflicto de Irak.

«¿Qué pruebas hay contra Assad? ¡Qué clase de investigación es ésta donde ya se dice quién es el culpable cuando ni siquiera se ha llegado al lugar del supuesto ataque!», protestaba un lector de LaVanguardia.com cuyo comentario era resaltado por el diario como ejemplo de la actitud mayoritaria entre sus lectores. La conclusión predominante era la de que no estando probado quién ha utilizado esas armas “es imprescindible la aprobación de la ONU»  para una represalia. Y, como queriendo tranquilizar sus conciencias, muchos dicen dudar de que una intervención extranjera vaya a solucionar la situación que atraviesa Siria (como si ese fuera el objetivo que se persigue) y alguno proclama que «cada país debe arreglar sus problemas internos», expresando en realidad lo que, me temo, deben pensar muchas de esos lectores para quienes lo peor, sin duda, es que nos involucremos en aquel desastre. Con lo tranquilos que estamos aquí. Y es que hay cosas que la corrección política –la hipocresía-, obliga a disfrazar con pías consideraciones.

Se dice estar a la espera de un dictamen sobre el origen de los proyectiles químicos pese a conocerse de sobra que el mandato de los inspectores de la ONU es determinar si en el ataque del 21 de agosto se emplearon armas químicas, no encontrar responsables. Por tanto, el informe de tales inspectores no podrá aportar nada que no sepamos ya. De que existió tal ataque no puede haber dudas desde el momento en que por el propio régimen sirio y por sus valedores internacionales  así se ha reconocido si bien pretenden culpabilizar de ello a los opositores. Otra cosa es que prefiramos hacer como que no sabemos lo suficiente (la complejidad, ya se sabe) para justificar así la inacción. El estilo europeo.

Los argumentos e indicios son apabullantes por más que algunos quieran dar pábulo a las bravuconadas de El Assad (que empieza a recordar a aquel Sadam Hussein que amenazaba con “la madre de todas las batallas”) y a la propaganda del siniestro Putin (insistiendo enfático, contra toda evidencia, en que no se ha presentado prueba alguna contra Damasco). Además de los datos que ofreció el Secretario de Estado de Obama, John Kerry (“Sabemos desde dónde fueron lanzados los cohetes y a qué hora, sabemos dónde impactaron y cuándo, sabemos que los cohetes procedían desde áreas controladas por el régimen y fueron dirigidos únicamente contra vecindarios controlados por la oposición”), desde otras instancias se han suministrado evidencias y argumentos significativos: a estas alturas, los más variados gobiernos –con sus respectivas agencias de información e  inteligencia-, y organizaciones supranacionales –OTAN, Liga Arabe-, han manifestado con rotundidad que no albergan  duda alguna sobre lo sucedido

Sólo quien conscientemente quiera hacerse el distraído puede pretender ignorar los indicios de que hubo preparación previa para el ataque y evaluación posterior de su resultado, así como las evidencias de que el ataque fue masivo y bien coordinado, de que  tuvo lugar sobre zonas que estaban bajo control de los rebeldes, alejadas de las posiciones de las fuerzas leales a El Asad,  de que precisó de cohetes “de fabricación industrial” (cohetes Grad de los que ni remotamente disponen los rebeldes), de que en las  24 horas posteriores al ataque hubo una inusitada actividad de bombardeo intensivo sobre la misma zona, cuyo único propósito sólo podía ser el de borrar las pistas medioambientales de las armas químicas, etc. Indicios y evidencias que señalan con claridad al régimen de Damasco.

Por otra parte, la hipótesis alternativa de que fueron los rebeldes quienes lanzaron el  ataque químico supondría que, sin que nadie lo hubiera advertido (¿ni siquiera el propio régimen?),  se habían hecho con tales armas, arrebatándoselas al ejército o adquiriéndolas a un tercero. Lo que resulta del todo inverosímil, aunque sólo sea porque nos consta que, en medio del caos existente ahora en Siria, ese asunto estaba siendo objeto de una especial vigilancia y no habría pasado desapercibido ni a EEUU ni a Israel (preocupado por su propia seguridad).

También se ha cuestionado la veracidad del ataque  considerando ilógico  que El Assad actuara así, arriesgándose a levantar las iras de la comunidad internacional en un momento en que las cosas no le iban mal en el plano  militar. Pero si tres décadas atrás su padre pudo bombardear una ciudad que le era hostil y matar a unos 25.000 de sus moradores sin que le cayera siquiera una reprimenda, el hijo tal vez creyera llegado su turno. Por otra parte, también puede interpretarse  el uso de armas químicas como “una provocación en toda regla, tan astuta y diabólica como toda la trayectoria de los Asad”, con la que  lograría acabar con una hipotética mesa de negociaciones auspiciada por las dos grandes potencias, EE UU y Rusia. Así especulaba luz Gómez garcía (“El caos está servido”, El País 31/8/13): al provocar el ataque aliado El Assad tendría garantizado el apoyo incondicional de Rusia, que se estaba quedando sin argumentos diplomáticos con que mantener su posición. Suena demasiado rebuscado pero con los asesinos en serie nunca se sabe.

Pensando en lógicas más simples, lo cierto es que fuera o no conocedor del ataque el propio El Assad, eso no es muy relevante. Que el ataque haya sido posible, sin orden expresa del dictador, sólo indicaría hasta qué punto está interiorizada  o normalizada la posibilidad del uso de armas químicas (de las que sabemos que tiene un enorme arsenal) por parte de su ejército. Y eso es lo grave.

Una forma tramposa de cuestionar la acción de castigo contra el régimen sirio es confrontar el número de víctimas – relativamente pequeño-,  causadas por el ataque químico con el de las cien mil que ya ha provocado esa guerra con armas convencionales. Esa demagogia olvida el logro que ha supuesto el desarrollo de leyes y normas de alcance global que limitan los efectos de las guerras sobre la población civil. La prohibición absoluta del uso de armas químicas es una de las más valiosas de esas normas. Castigar el uso de las armas químicas no implica validar el exterminio con armas convencionales sino restablecer la validez de una norma universal cuya transgresión no puede ser tolerada.

Ese tabú se estableció hace casi un siglo –tras la primera guerra mundial-, en base a la evidencia del horrible daño que provocan entre la población afectada, de su absoluta inhumanidad. Desde entonces, pese a la multitud de conflictos  armados  que se han vivido, la prohibición ha sido generalmente respetada y hay un consenso internacional generalizado de que mantener ese estandar es prioritario. Porque es consiguiendo esos aparentemente pequeños y puntuales objetivos en la regulación de las guerras –más que en la mera proclamación del ideal pacifista- como se ha conseguido realmente paliar sus más letales efectos.

Dentro de ese marco legal, uno de los criterios o doctrinas a considerar es el de la responsabilidad de proteger (el denominado “R2P” o Responsibility to Protect), por el que un país no puede  abdicar de su soberanía dejando de proteger a sus propios ciudadanos. En este caso, Siria claramente habría abdicado de su responsabilidad de evitar el uso de armas químicas en su propio territorio. Gasear a la población civil es un crimen de una naturaleza muy particular, que no debe ser tolerado de ninguna manera. No hacer nada sería por tanto aceptar la banalización de su uso y sentaría un precedente funesto.

Hubiera sido deseable que el Consejo de Seguridad  avalara la necesaria acción de castigo al régimen sirio pero  no siendo eso posible, el mundo civilizado no puede abdicar de su propia responsabilidad  amparándose en una situación de bloqueo, por obra y gracia del derecho a veto de algunos países. Europa, colectivamente, ha fallado una vez más. EEUU deberá asumir, también una vez más,  la responsabilidad de responder a la agresión del régimen criminal de Damasco. Esperemos que Obama, en esta hora decisiva, no flaquee también.

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