Juanjo Cáceres
Este 2023 asistimos al desmoronamiento de una trascendental etapa política que ha marcado nuestro país. El próximo 28M, los resultados electorales de municipios y comunidades autónomas evidenciarán que todo aquello que comenzó en la década pasada y que nos dio nuevas formas de hacer y entender la política, se ha hecho añicos. Pero el momento definitivo tendrá lugar a finales de año, con la celebración de las elecciones generales. Con eso no digo que Pedro Sánchez vaya a perder la presidencia, porque eso es algo que todavía ha de verse. Lo que digo es que el impulso del cambio político dado por las plazas del 15M y concretado en su momento en la explosión electoral de Ciudadanos y Podemos, toca a su fin.
El ambiente viene cargado de malas noticias. La vieja política vive un proceso de restauración acelerado, aupado en las buenas expectativas del centro derecha de controlar importantes feudos peninsulares, con el apoyo de la extrema derecha o sin él. Hoy no puedo discernir si el PP conquistará plazas clave como la Comunidad Valenciana y Baleares, u ayuntamientos relevantes como el de la propia ciudad de Valencia. Pero lo que está claro es que las mejores expectativas del lado opuesto del hemiciclo consisten meramente en contener ese avance, sin que parezca plausible que todas las murallas se mantengan enteras en los numerosos territorios sometidos al asedio electoral de la derecha.
Sobre cómo hemos llegado hasta aquí, podríamos hablar largo entendido, pero todos hemos sido testigos de lo acontecido estos años. Seguramente no lo hemos analizado concienzudamente pero un poco de reflexión nos ayudaría a encontrar varios factores explicativos que no voy a exponer aquí. Si que diré que los que estas elecciones municipales estamos a pie de calle y conectamos con las percepciones de la gente, notamos el intenso aroma de la desafección política y hacia qué opciones se dirige esa actitud de desafección. Y también que contra eso, las opciones que hemos conocido hasta ahora no tienen nada que ofrecer.
Creo que podemos asegurar tranquilamente que las desafecciones no se canalizan optando por opciones de izquierda clásica, ni de izquierda renovada, de nombre Sumar. Sumar, de hecho, es la quintaesencia de la decadencia y el repliegue de los partidos del cambio. Un espacio construido alrededor de un referente político con nombres y apellidos, bajo el que se ocultan los partidos y los cuadros políticos de toda la vida. Aquellos que hace unos años se llamaban Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya o que ahora se llaman Más Madrid y Barcelona en Comú. Partidos políticos todos ellos que además están envueltos en una guerra con Podemos para ver quién se queda con mayor trozo de pastel de esa cantidad de votos de izquierda que pueda generar Sumar. Pero ese Sumar, del que realmente solo conocemos a Yolanda Díaz, no hará acto de presencia en este primer proceso electoral y se resguarda para disputar más adelantes la defensa de ese espacio de gobierno que sus impulsores ejercen desde 2019 mediante sendas carteras ministeriales.
Entretanto, Ciudadanos se sigue desangrando y se dispone el próximo domingo a sufrir un verdadero borrado político en toda la península. De los concejales y diputados autonómicos de Ciudadanos, este domingo solo van a quedar los restos, y tras ello, solo les quedará decidir si se van para casa o si se integran a uno de los dos baluartes del bipartidismo setentayochista. Nada determinaba que ese acabara siendo el destino de la formación pero han cometido tantos errores y se han equivocado tanto en los momentos cruciales, que lo suyo no podía tener otro desenlace.
Y mientras los partidos del cambio viven su canto del cisne, aquellos brotes verdes de los que hemos hablado alguna vez dan muestras de vida. Hay encuestas que indican que será Teruel Existe quien determine quién gobernará la comunidad autónoma de Aragón. Quizás no hayan conseguido patear el tablero de su región como parecía que podían lograr tras sus excelentes resultados en las elecciones generales de 2019, pero sí que pueden asentarse como una opción política que tenga el territorio y las personas que viven en él como su razón de ser.
Tampoco son pocas las candidaturas municipalistas que intentan romper las reglas del juego en su municipio y enfriar los intereses electorales de las franquicias locales de los grandes partidos. Un ejercicio loable y necesario, que sin duda dará sus frutos en buena parte aquellas localidades marcadas por una política gris y una ausencia clamorosa de proyectos municipales con cara y ojos.
Pero ahí terminan las buenas noticias. Hoy la herencia de los partidos del cambio se atomiza en pequeñas formaciones que han sabido evolucionar y convertirse en espacios transformadores con eficacia probada, mientras que los espacios que antes lo representaron se derrumban electoralmente y organizativamente.
No querría terminar mi disertación sin referirme a mi querida ciudad. Barcelona vive una campaña muy tensa, ante lo disputado que muestra estar el voto en las encuestas. Para muchos el destino de Barcelona marcará el desenlace de lo que queda de ciclo electoral de 2023, pero lo que realmente es la ciudad condal, es un ejemplo de lo acosados que están ya electoralmente los que algún día fueron los espacios del cambio. Unos espacios que prácticamente se extinguieron en 2019 y de los que solo queda Barcelona En Comú, a modo de Last Man Standing.
Lo que pueda pasar en Barcelona, según cuales sean los resultados electorales, lo veremos con el tiempo. Pero no seré yo quien recomiende ninguna opción de voto. Que cada un elija lo que considere más oportuno y que disfrutemos todos de lo que cada uno vote. Porque en realidad de eso va la democracia, amigos.
Mi teoría es que las personas que se benefician de las ayudas o leyes impulsadas por la izquierda,por regla general no van a votar.
Luego están los que se benefician de las ayudas y leyes impulsadas por la izquierda que votan en contra de sus propios intereses,con tal de joder a quien manda.
Y para terminar están los de siempre los que votan a la derecha porque el mundo les ha hecho así.
Y aunque haya quien vaya a votar con conocimiento y causa ,eso de votar les crea remordimientos de conciencia.
…. y también los que compran votos al viejo estilo del siniestro caciquismo .