Juanjo Cáceres
Era un hora cualquiera de un día cualquiera. Esperaba con resignación la llegada del invierno cuando alguien pronunció unas palabras que cambiarían mi vida para siempre: «¿Me puedes hacer un retuit?». En ese momento yo lo desconocía todo sobre Twitter, pero aquella frase abrió ante mí un mundo nuevo y una vía privilegiada para ejercer mi influencia como nunca hubiera sido capaz de imaginar.
Siguiendo las indicaciones del servicio, abrí la cuenta y procedí a hacer mi primer retuit, si bien no tenía seguidor alguno y tampoco seguía a nadie, por lo que mi retuit quedó perdido en el vacío. Un vacío que sentí la necesidad imperiosa de empezar a rellenar. Gracias al imprescindible apoyo de la aplicación, empecé a seguir al Papa Francisco, a Gerard Piqué, a Cristiano Ronaldo, a Jordi Évole y a un sinfín de famosos, a los que siguieron las cuentas de los políticos más eminentes de nuestro país: Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, Albert Rivera o Gabriel Rufián, entre otros.
Me llevó un tiempo, pero algunas semanas después supe entender la lógica intrínseca de esta red social y poco a poco empezaron a llegar los seguidores. También empecé a aumentar desaforadamente el número de retuits. En cinco minutos podía a retuitear los mensajes de cincuenta personas, ya fueran de personajes conocidos o bien de seguidores de esos personajes, lo que me permitió ir conectando estrechamente con los seguidores de mis seguidos. Fue así como pasé de tan solo retuitear, a comentar los tuits que atraían mi atención y a contestar los tuits de otras personas, sobre todo aquellos con los que no estaba nada de acuerdo o que me molestaban especialmente. Cuanto más consciente era de las mentiras que se difundían por la red, más me indignaba y más airado me mostraba en mis respuestas y comentarios.
Mi gran momento llegó durante la campaña de las elecciones generales de abril de 2019, aquellas en que se inició el ascenso fulgurante de Vox. Las horas parecían minutos mientras retuiteaba una y otra vez un sinfín de mensajes emitidos por geniales tuiteros. “Esos inmigrantes que despreciáis son vuestros padres”: retuit. “Franco estaría orgulloso de vosotros, ojalá os mandase de vacaciones a Rusia con la División Azul”: retuitt. “La bandera española apesta cuando eres tú el que la manosea”. Retuit. No podía parar de hacer retuits. No en vano nos jugábamos el futuro y me daba cuenta de que cada retuit podía convertirse en un gran obstáculo que frenase el avance de las fuerzas del mal.
El resultado de las elecciones y la no formación de gobierno me hizo ser aún más consciente de la importancia de lo que hacía. A duras penas me despegaba del móvil. Mis horas de sueño se redujeron en beneficio de un bien mayor, puesto que cada vez retuiteaba más y cada vez ganaba más seguidores. Sin darme cuenta me puse en situación de ser muy influyente y un día se produjo mi gran salto adelante, gracias a un tuit lanzado a las diez de la noche de un sábado con un hastag que en ese momento era tendencia: “No os importa España, ni ningún país, porque ninguna patria puede construirse desde la división y desde la confrontación. La única patria que conocéis es el odio #stopExtremaDerecha”. De repente empezaron a llegarme un sinfín de notificaciones: retuit, retuit, retuit…; me gusta, me gusta, me gusta… Era como una ola gigantesca que inundaba mi teléfono. Una hora después, tenía más de mil retuits; un día después, más de 2500 retuits y más de 1000 nuevos seguidores.
Ese aluvión de nuevos seguidores fue un verdadero espaldarazo para convertirme en un poderoso emisor de mensajes. Había encontrado la manera de comunicar eficazmente y pensaba seguir haciéndolo. Aunque me llevase dos horas pensarlo, no había día que acabase sin que yo redactase un tweet. “No por mucho madrugar amanece más temprano, pero más oscura es la noche cuando gobierna la derecha”: 725 retuits. “La derogación de la reforma laboral es un hecho y usted, señor Casado, un deshecho”: 1200 retuits. Encontré una línea discursiva verdaderamente eficaz y todos mis esfuerzos se vieron recompensados en noviembre de 2019, cuando la repetición electoral permitió la formación de gobierno.
Aquel acuerdo y su implementación lo viví en primera persona, porque al fin y al cabo fue mérito mío, en concreto de mi dedicación y de saber hacer llegar a la gente todo un sinfín de verdades sobre lo que está pasando y sobre como son las cosas. Desgraciadamente el mundo no da tregua y he tenido que esmerarme mucho en proteger a este gobierno, tanto de las hordas derechistas de las redes sociales, como de otros acosos terribles. Primero fueron las eléctricas (“Grandes compañías eléctricas: 30 años de extorsión”, con infografía: 1830 retweets), últimamente con la derogación de la reforma laboral. Mi dedicación a esta última cuestión ha sido intensa (“Derogación se escribe con D de Díaz, porque Yolanda Díaz lo va a conseguir.”: 1340 retweets), mi presión sobre la mayoría de la investidura ha sido inagotable (“Tal vez las personas que disfrutan de un sueldo parlamentario tengan todo el tiempo del mundo, pero nosotros no podemos esperar más: reforma laboral YA”: 2313 retweets) y creo realmente que con Yolanda en la mesa de negociación y conmigo en Twitter acabaremos de vencer las últimas resistencias.
Pienso sinceramente que el Capitalismo ha menospreciado el poder que ejercemos las personas en las redes sociales. Nuestra marginación de las grandes autopistas de la comunicación ha terminado. El control de la opinión pública que ejercieron los medios de comunicación desde finales del siglo XIX, primero mediante la prensa, luego con la radio y la televisión, que seguramente explica dos guerras mundiales, una guerra fría y el derrumbe del comunismo, es ya imposible. Ni siquiera un espécimen versado en las redes como Donald Trump ha podido resistir el empuje de la verdad, ejercido por personas honestas como yo, que denunciamos y difundimos incansablemente lo que antes era imposible proclamar. Todo este poder al alcance de la mano, sin salir de casa, sin moverse del sofá. Quién se lo iba a imaginar.
“Los poderosos no van a poder con nosotros. Tenemos nuestros sueños y anhelos al alcance de la mano”. «¿Me puedes hacer un retuit?
Iba a pedir un monumento al tuitero desconocido, pero ya no puedo porque tiene nombre y se escribe en mayúsculas.
Ahora sólo te falta salir a la calle y respirar.
….JAJAJA…que nervios.