Carlos Hidalgo

Ya hay quien se relame pensando en que no nos va a quedar más remedio que ir a unas terceras elecciones. Pese a que el pacto PSOE-Podemos haya sido respaldado ampliamente por la militancia de ambos partidos, las cuentas siguen sin salir y para colmo el PP ya ha dejado claro que piensa dejar entrar a Vox en la mesa del Congreso de los Diputados. Si a los “populares” poco les importa franquear el paso a la ultraderecha, cuyo apoyo tanto necesitan, menos les importará ir a unas terceras elecciones que pongan en serio peligro el andamiaje constitucional español con una desaceleración económica global y con un ascenso de la ultraderecha que aún creen que les beneficia.

No menos preocupante es la actitud de machos intransigentes que mantienen desde la llamada izquierda nacionalista. Al independentismo catalán sólo les preocupa jugar en su juego de símbolos y golpes de pecho patrióticos. Unos golpes de pecho que, cambiando la bandera, bien podrían ser los un Ortega Smith cualquiera: conspiranoicos, excluyentes, supremacistas y centrados en buscar agravios para deshumanizar al otro. Esquerra Republicana parece más interesada en que la ex Convergencia más chalada no les llame traidores (aunque les ganarían las elecciones autonómicas si se celebraran ahora) que en arriesgarse a que España pueda caer en manos de los chantajes de la ultraderecha. Se ve que las banderas tapan los ojos.

Por no hablar de lo peligroso que es también tener a un Gobierno vulnerable a Bildu. Cuando a parte de la derecha se les llena la boca hablando de los “constitucionalistas·, no se dan cuenta de que están pervirtiendo un término que en otros tiempos sirvió para unir a partidos muy diferentes contra los matones armados de ETA. Pero, sin embargo, parecen olvidar que la cúpula de Vox consiste básicamente en matones armados. Aunque de momento no matan a nadie.

 Igual que ante el terrorismo no se quiso ceder al chantaje, parece ahora que se ignore voluntariamente que la ultraderecha también quiere someter a chantaje a nuestras instituciones y forzar el sistema todo lo posible para que su proyectos excluyentes y chalados salgan adelante. 

La unidad de los constitucionalistas está rota y lo está en temas que deberían estar tan fuera del debate como la lucha contra la violencia de género que, no lo olvidemos, es una política de Estado con un pacto firmado por todos los partidos. Ahora se permite que matones del tres al cuarto humillen a mujeres maltratadas en su cara y se rían de las asociaciones que han estado llamando la atención sobre esta lacra calificándolas de “chiringuitos”. 

¿En serio nadie quiere hacerse responsable de lo que está a punto de pasarnos?