Juanjo Cáceres
En el artículo anterior, completamos una revisión crítica de la evolución de la monarquía borbónica en España y señalamos algunos elementos que la caracterizan en su ejercicio actual: blindaje de la monarquía, opacidad en sus actuaciones, inviabilidad de alternativas republicanas y lo más importante, permanencia de la transmisión dinástica entre el rey y su primer hijo varón, tal y como sucedió entre Juan Carlos I y Felipe VI en 2014. Tocaría ahora profundizar en los problemas que algunos de estos rasgos suscitan.
Lo primero que conviene señalar es que el carácter hereditario no es intrínseco a una monarquía, sino que dicha figura podría ser electiva. Así sucede con el papado, única monarquía electiva en Occidente, pero también lo son en cierto modo el emir que ejerce como jefe del estado en los Emiratos Árabes Unidos o el Yang di-Pertuan Agong en Malasia. Eso sí, a pesar de seguir algún tipo de proceso electivo, son designaciones que carecen de los principios democráticos propios de nuestros sistemas políticos.
Pero lo mismo sucede con la figura de un monarca hereditario, que también es completamente anómala desde un punto de vista democrático, como lo es el que no haya ninguna fórmula para designar un monarca que no forme parte de la familia borbónica. No la hay ahora ni la ha habido antes: cuando se ha producido la designación de un monarca no borbónico, caso de José I en 1808 y de Amadeo de Saboya en 1870, ello tuvo lugar en España en circunstancias muy excepcionales. Es al final la enorme dificultad de formular monarquías no hereditarias con legitimidad democrática, sumada a nuestra forma cultural de entender la propia monarquía, lo que propicia que la propuesta alternativa que se formula siempre sea la república: una fórmula que sí que admite la elección del jefe del Estado, o bien a través de los representantes electos, o bien directamente por la vía del sufragio universal.
Son muchos los argumentos que se utilizan para defender el carácter democrático de las monarquías occidentales, pero al no existir ningún argumento lógico para defender que un cargo público de representación sea hereditario, su permanencia es más una cuestión de conveniencia política defendida casi siempre con razonamientos falaces. La conveniencia tiene mucha importancia en el devenir de los estados y en la forma que estos adoptan, pero aplicada a la monarquía es lo que es: indisposición sustentada en razones particulares, en intereses de ciertos colectivos e instituciones, a hacer electivo un cargo que por su profunda naturaleza política debería serlo.
Alguien dirá: ¿Pero es realmente necesario, por ejemplo, para mejorar la vida de las personas abolir las monarquías? No lo sé, pero esta pregunta sería precisamente un buen ejemplo de falacia argumental aplicada al asunto, en concreto un argumento ad consequentiam de manual: la cuestión no es si es mejor o peor, la cuestión es que ni yo como ciudadano, ni usted, tiene, ni tendrá derecho político alguno, a pesar de su nacionalidad española, a participar democráticamente en la designación del jefe del estado, porque esa condición está reservada, constitucionalmente, a una única familia. Familia que, además, tiene la trayectoria que tiene y no es ningún faro ético para el resto de mortales. Y aun si lo fuera, eso no le añadiría una legitimidad democrática superior (como muchas veces se pretende atribuir a la Corona). Tampoco se la dan, por cierto, tantas otras falacias utilizadas habitualmente como la de la estabilidad/inestabilidad (argumento ad baculum).
Pese a ser una institución tan dudosa, democráticamente hablando, la Constitución de 1978 garantiza un fuerte blindaje de la monarquía, ya que el Título Preliminar de la misma define la forma política del Estado español como Monarquía parlamentaria y el Título II describe la misma como hereditaria en los sucesores de Juan Carlos I. La reforma de ambos títulos está sujeta al procedimiento extraordinario previsto por el Título X sobre reforma constitucional, por el cual, para iniciar la reforma, se requiere el apoyo de dos tercios del Congreso y el Senado, la disolución posterior de las cámaras y su ratificación nuevamente por las dos nuevas cámaras elegidas. A la práctica, lo que se pretendió con este articulado fue hacer imposible la reforma de estos títulos, imponiendo una fuerte rigidez en su procedimiento de reforma, pero sin impedir jurídicamente la misma, como si hacen por ejemplo la Constitución italiana o francesa respecto a la forma republicana del estado, que es irreformable.
De este modo, mediante la Constitución de 1978 se cierra el círculo de la ficción de la institución monárquica: no solo se le otorga una apariencia democrática de la que carece, disimulando además de donde viene realmente, sino que además se establece un sistema de reforma inefectivo. Ello tiene graves consecuencias. Por un lado, que la Constitución de 1978 solo pueda nacer y morir con el monarca, por lo que el cuestionamiento de la monarquía supone cuestionar todo el entramado constitucional. Por el otro, que como en el pasado, el camino hacia república tenga más posibilidades de intentar ser recorrido o incluso ser culminado por vías no constitucionales.
En efecto, el advenimiento republicano de 1873 y 1931 fue precisamente eso: el derrumbe de los sistemas constitucionales previos, con la participación de fuerzas políticas de diferente signo. Unas elecciones municipales, las de 1931, y la movilización pacífica posterior en las calles desencadenaron la abdicación del monarca y la llegada de la Segunda República. Pero también planteamientos republicanos más recientes, como el pronunciamiento republicano de octubre de 2017 en Cataluña se hacen eco de las dificultades de replantear la estructura del Estado.
La integridad del Estado está tan blindada constitucionalmente como la monarquía, al igual que lo está en constituciones como la francesa o la alemana. Lo que se planteó tímidamente en 2017 era una separación de una parte del Estado y la instauración de una república, que tuvo la respuesta conocida por todos y un pronunciamiento muy claro del monarca Felipe VI con su discurso del 3 de octubre. El Rey manifestó que con sus decisiones los parlamentarios habían “vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente”, lo cual es cierto, pero también lo es que son las propias características de la Constitución las que hacen intransitable el camino para reformar el sistema siguiendo sendas constitucionales en los dos sentidos que se proponía: secesión y república.
Esta cuestión no es baladí y marcará el devenir de la monarquía, de la Constitución y de las aspiraciones republicanas en los próximos años, como lo ha venido marcando hasta ahora. La Constitución es un texto que se pretende estable pero hemos disfrutado 8 textos constitucionales distintos en los últimos 208 años, por lo que dicha estabilidad no está en modo alguno garantizada y menos aún por su propio articulado. Pero para profundizar en ello necesitaremos proyectar presente y futuro en un texto posterior.
Muy bien argumentado, como el anterior. Dos acotaciones por mi parte. La primera, que me parece muy bien el blindaje de la Constitución de 1978 para la reforma de sus principios fundamentales. No es imposible pero hace falta que haya una mayoría social importante para reformar dichos principios. O eso o revolución/conflicto armado. Me parece bien. La segunda, que al final al articulista se le ve el plumero. Resulta que el tema principal es la declaración de independencia republicana de 2017 en Cataluña apoyada por los representantes de casi el 50% del electorado. Que inmediatamente la suspendieron y luego se han desgañitado argumentando que en realidad no iba en serio. Si, la Constitución de 1978 no admite el derecho de secesión de ninguna parte del Estado sin el acuerdo amplísimo de las Cortes nacionales a través de la reforma de la Constitución. Ello con independencia de si hay Rey, es elegido o hereditario y si es Borbón o no. Y me parece muy bien también. En otros países la secesión de parte del territorio ni se contempla: creo que es caso de Italia y también Francia. En España al menos se contempla. Pero con fuertes trabas. A mi me gusta más integrar que disgregar pero, sobre todo, las independencias han provocado muchos muertos y hay demasiados aficionados a gritar ¡Viva Cartagena! cuando les da por ahí o les conviene. Y no olvidemos que el referéndum sobre la independencia de Bosnia fue apoyado por 2/3 del electorado. Y luego vino la horrible guerra civil en la que el tercio restante, con el apoyo de Serbia, se defendió matando por doquier. Es decir, si en Cataluña 2/3 de la población o el 55% del electorado con una participación de más del 50% (fórmula arbitrada por la UE para el referéndum de Montenegro) o algo similar, optara claramente por la independencia con luz y taquígrafos (sin monsergas tipo “seguiremos en la UE”, “será gratis”, etc), entonces hablamos. Porque para seguir siendo democrática, España tendría que encontrar un acomodo suficiente: independencia, confederación, federación asimétrica… Pero hasta ese momento, rige la Constitución y punto. Y la ley es la ley para todos y sin ley no hay democracia. Porque asumo que la Cataluña independiente pretende ser democrática. Ah, y otra cosita. Con honrosisimas y escasisimas excepciones, las independencias se consiguen con sangre. Es consustancial al asunto. Y aquí y ahora no sería diferente porque serían varios millones de españoles no catalanes (no yo) los que estarían dispuestos a luchar para evitarla. Mole o no mole, es lo que hay y conviene tenerlo en cuenta antes de montar operaciones de salón.
Por alusiones, muy brevemente… El plumero… No pretendía hacer una defensa de las acciones catalanas de otoño de 2017, pero para bien o para mal se han integrado en nuestra historia como actuaciones que han cuestionado la estructura del Estado y la monarquía, más allá de los intereses y estrategias que haya tras ello. Cuando analizamos hechos con perspectiva diacrónica, creo que debemos esforzarnos en objetivar los eventos y ver que tienen en común con otros sucedidos con anterioridad. Pienso que ello nos ayuda a predecir si es probable que unos hechos puedan volver a repetirse de la misma manera y también estudiar qué tipo de dinámicas son las que se acaban imponiendo entre todas las posibles. Espero poder profundizar en ello en la tercera parte, ya en septiembre, si el coronavirus nos lo permite.
A mí me hace mucha gracia cuando alguien pide que no haya prevalencia del varón sobre la hembra en la herencia de la monarquía, y lo hacen en nombre de la igualdad. En nombre de la igualdad no puede haber monarquía.
Bueno ,como a mi me gusta mostrar mi plumero ,seré muy claro:
La España monárquica de hoy en día es más republicana que cualquier otra republica del Mundo Mundial…..y mucho muchísimo más republicana que la que proponen los independentistas catalanes.
Y desengañense,Los catalanes y los vascos independentistas no son independentistas,son anexionistas,
Quieren anexionarse Parte de Aragon,parte de Francia,El pais Valencia ,Islas Baleares
,Alghero en Cerdeña,y Andorra como paraíso fiscal.,Eso unos y los otros algo de lo mismo ,anexionarse ,Navarra y el llamado país vasco francés y Cantabria como su paraíso vacacional…jeje..
Hay que hablar de anexionistas.
Es decir….colonizadores.
Ante mi doy fe.
AC/DC
firmado…al pan pan y al vino un vaso es un vaso…..JAJAJA….que nervios.
Me ha encantado la visión anexionista del supuesto independentismo 🙂
Lo del plumero iba sin ninguna acritud.
El artículo que nos trae Juanjo Cáceres es verdad que se encuentra bien argumentado desde unas posiciones previas ya conocidas y a las que se añaden por el momento las contenidas en esta segunda entrega a las que agregará , según nos anuncia, una tercera.
Se agradece el esfuerzo que trata de presentar la perfección de un proceso democrático y sus métodos como algo predeterminado por la historia desde un punto de vista que se quiere objetivo e incontaminado por adhesiones doctrinarias para tratar de llegar a la inevitabilidad de la culminación natural de tesis previas , de modo mecánico y aupado a hombros de interpretaciones histórico jurídicas que tienen más de elocuentes que de verosímiles.
Como advierte Gregorio Peces Barba con su habitual solvencia en este artículo ( ¡ Dios mío , que distancia sideral de los hombres y mujeres de aquel PSOE con la realidad que nos atormenta ! ) , el poder constituyente de 1978 es España, no La Corona.
https://elpais.com/diario/2006/01/05/opinion/1136415607_850215.html?ssm=TW_CC
No conozco ninguna Constitución que no proteja lo constituido y que carezca de voluntad de permanencia .
Francamente , asimilar el Papado con formas electivas y usos democráticos , por muy imperfectos que los considere , me parece una boutade que no carece de intención ; como ha recordado el Papa Francisco muchas veces , la Iglesia es ajena para su gobierno a los usos y costumbres de las democracias liberales.
“ Lo que se planteó tímidamente en 2017 era una separación de una parte del Estado y la instauración de una república, ” , y lo dice así , tímidamente , para ver si cuela. Pues no , de tímidamente no tuvo nada , fueron a por todas , dividiendo a los catalanes y quebrando desde el abuso institucional los derechos de todos los españoles.
“ De este modo, mediante la Constitución de 1978 se cierra el círculo de la ficción de la institución monárquica: no solo se le otorga una apariencia democrática de la que carece, disimulando además de donde viene realmente, sino que además se establece un sistema de reforma inefectivo. Ello tiene graves consecuencias. Por un lado, que la Constitución de 1978 solo pueda nacer y morir con el monarca, por lo que el cuestionamiento de la monarquía supone cuestionar todo el entramado constitucional. ”
El entramado constitucional es un todo orgánico, no un sistema jerárquico dependiente de la voluntad de los pocos , sino de la de todos los españoles; no es un castillo de naipes , sino que descansa en los sólidos fundamentos de la igualdad de sus ciudadanos.
Sus afirmaciones se orientan a negar que se pueda cuestionar la Monarquía , algo que no es cierto ; lo que se solicita es que se recorra el camino marcado por la ley y no siguiendo los aspavientos de los hechos consumados , tan del gusto de los nacionalistas revolucionarios. Es principalmente aquí lo que tienen en común con hechos anteriores
No obstante , espero las novedades de la tercera parte , y que tipo de dinámica puede saltarse la ley, entre todas las posibles.
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