6 comentarios en “Barra libre

  1. Buenos dias caballeros callejeros y cabelleras al viento sin coletas y a lo loco.
    ____Cuentos de verano ___-

    Cartoon’s News:
    El Rag-Gatòn» :

    El gato Moneyer Jinks en la reunión de The WeCan`s Rats subido al pulpito , ha apelado a la “responsabilidad de todo el mundo”. “Lo que nos estamos jugando es tan importante que ningún tipo de ratón enano y ningún tipo de Gato insignificante puede frenar algo que pertenece a todas Las Ratas”…¡¡¡Malditos roedores!!!

    (Todas la ratas presentes a coro –¡¡¡Malditos Roedores!!!)

    “Con una suma de cabecitas de ratón no se constituye sino un ratón Frankenstein”….¡¡¡Malditos Roedores

    (Todas la ratas presentes a coro –¡¡¡Malditos Roedores!!!)

    Mientras tanto Dixie Together Now y ,Pixie Atlantic Wave ,se reunen con Tom Garçon y Jerry Tale Gong ,en un Vertedero clandestino para planear el secuestro de El Gato Moneyer Jinks y pedir su parte de la Tarta electoral.
    En otro lugar de La Mancha ,de cuyo nombre no debo acordarme
    ,Pablito Churchix Flautist conocido bajo el alias «Hortelano’s Dog» ensaya la nueva melodia de su nueva canción para su Flauta Magica Zambombera ,sin preservativos ,a capella.

    Estaba la rana sentada cantando debajo del agua,
    cuando la rana salió a cantar
    vino la mosca y la hizo callar;
    la mosca a la rana,
    que estaba cantando debajo del agua,
    cuando la mosca salió a cantar
    vino la araña y la hizo callar;
    la araña a la mosca, la mosca a la rana
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando la araña salió a cantar,
    vino el ratón y la hizo callar;
    el ratón a la araña, la araña a la mosca,
    la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el ratón salió a cantar
    vino el gato y lo hizo callar;
    el gato al ratón, el ratón a la araña,
    la araña a la mosca, la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el gato salió a cantar
    vino el perro y lo hizo callar;
    el perro al gato, el gato al ratón,
    el ratón a la araña, la araña a la mosca,
    la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el perro salió a cantar
    vino el palo y lo hizo callar;
    el palo al perro, el perro al gato,
    el gato al ratón, el ratón a la araña,
    la araña a la mosca, la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el palo salió a cantar
    vino el fuego y lo hizo callar;
    el fuego al palo, el palo al perro,
    el perro al gato, el gato al ratón,
    el ratón a la araña, la araña a la mosca,
    la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el fuego salió a cantar
    vino el agua y lo hizo callar;
    el agua al fuego, el fuego al palo,
    el palo al perro, el perro al gato,
    el gato al ratón, el ratón a la araña,
    la araña a la mosca, la mosca a la rana
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el agua salió a cantar
    vino el hombre y la hizo callar;
    el hombre al agua, el agua al fuego,
    el fuego al palo, el palo al perro,
    el perro al gato, el gato al ratón,
    el ratón a la araña, la araña a la mosca,
    la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando el hombre salió a cantar
    vino la suegra y lo hizo callar;
    la suegra al hombre, el hombre al agua,
    el agua al fuego, el fuego al palo,
    el palo al perro, el perro al gato,
    el gato al ratón, el ratón a la araña,
    la araña al la mosca, la mosca a la rana,
    que estaba sentada cantando debajo del agua,
    cuando la suegra salió a cantar
    ni el mismo diablo la pudo callar…….JAJAJA…..que nervios.

  2. El artículo es un pura sangre de las cuadras del autor pero la fuerza de sus convicciones liberales no debe borrar los elementos de verdad incuestionable que refleja el artículo.

    El fraude de Syriza se agiganta por momentos; más que del partido propiamente dicho, lo es de sus dirigentes y en especial de su líder,un iconoclasta oportunista que se alía con la extrema derecha incendiando un gobierno de extremistas, propio de un país extremo en su formación política.

    ¿Por qué debemos el resto de los europeos pagar el costoso precio de su desorganización interna?

    ¿Por qué no dice exactamente la verdad al pueblo griego?

    Imaginemos por un momento que uno de los estados de EE. U U. decide unilateralmente que siendo el 1,5% de la economía del país no tiene porque obedecer las leyes federales y que además el resto del país debe mantenerlos porque su desarrollo ha sido desigual y obedece a causas históricas que determinaron su mal momento actual. ¿Absurdo, no?

    Hay que exigir con rotundidad el desalojo de los aventureros que en este momento ocupan las instituciones griegas, de todos ellos, incluidas formaciones pardas como Amanecer Dorado para que Grecia reciba ayuda. La necesaria. La que le ocultan.

  3. Últimas noticias sobre Grecia.
    Carlin en EL PAÍS :
    « Sí­si­fo, per­so­na­je de la mi­to­lo­gía grie­ga, pe­có de or­gu­llo y lo pa­gó ca­ro. Por en­ga­ñar a los dio­ses fue con­de­na­do a car­gar una ro­ca has­ta la ci­ma de una mon­ta­ña pe­ro, al cum­plir su mi­sión, la ro­ca ro­da­ba cues­ta aba­jo al lu­gar don­de em­pe­zó. Sí­si­fo des­cen­día la mon­ta­ña, re­co­gía la ro­ca y otra vez pa­ra arri­ba. Siem­pre, y pa­ra siem­pre, con el mis­mo re­sul­ta­do.
    Hoy se re­pi­te la his­to­ria. Gre­cia es Sí­si­fo. Los grie­gos en­ga­ña­ron a los dio­ses de la Unión Eu­ro­pea cuan­do fal­si­fi­ca­ron sus cuen­tas pa­ra po­der cum­plir los re­qui­si­tos de ad­mi­sión al eu­ro; y Sy­ri­za, la coa­li­ción go­ber­nan­te elec­ta en enero, ha fra­ca­sa­do en su pre­ten­sión de ne­go­ciar con los eu­ro­dio­ses co­mo igua­les. Aho­ra el pue­blo grie­go se en­fren­ta a la con­de­na de car­gar la ro­ca de sus deu­das y
    sus erro­res per sae­cu­la sae­cu
    lo­rum.
    Ríos de tin­ta y al­go­rit­mos se han de­rra­ma­do en el in­ten­to de diag­nos­ti­car el pro­ble­ma pe­ro po­cos dan con el fon­do hu­mano de la cues­tión. Se tra­ta de al­go tan eterno co­mo sen­ci­llo, con­ta­do ha­ce 2.500 años en las tra­ge­dias grie­gas. El hé­roe cae co­mo re­sul­ta­do de un “fa­llo trá­gi­co”. En ca­si to­dos los ca­sos el fa­llo trá­gi­co aca­ba sien­do una va­rian­te del mis­mo te­ma, el or­gu­llo que cie­ga al pro­ta­go­nis­ta a sus pro­pias li­mi­ta­cio­nes. Por fal­ta de hu­mil­dad y au­to­co­no­ci­mien­to ex­ce­de las fron­te­ras que el des­tino le ha im­pues­to, ge­ne­ran­do una es­pi­ral de ca­la­mi­da­des que lo lle­va a su des­truc­ción.
    He aquí el fa­llo trá­gi­co que ha lle­va­do a Gre­cia a la rui­na. Los grie­gos, an­cla­dos en un or­gu­llo an­ces­tral, que po­ca re­la­ción tie­ne con la reali­dad mo­der­na de su país, no han que­ri­do re­co­no­cer que sim­ple­men­te no es­tán ca­pa­ci­ta­dos pa­ra com­pe­tir en el mis­mo te­rreno, obe­de­cien­do las mis­mas re­glas eco­nó­mi­cas de jue­go, que Ale­ma­nia y Fran­cia, o in­clu­so Es­pa­ña e Ita­lia. Lo más pa­re­ci­do a un con­sen­so en­tre los ex­per­tos que han par­ti­ci­pa­do en la gran po­lé­mi­ca de los úl­ti­mos me­ses es que la en­tra­da de Gre­cia en el eu­ro fue un error. No es nin­gún se­cre­to por qué. Lo con­tó el au­tor es­ta­dou­ni­den­se Mi­chael Le­wis en su bes­tse­ller mun­dial Boo­me­rang: Via­jes al nue­vo ter­cer mun­do eu­ro­peo, pu­bli­ca­do en 2011. El país me­nos eu­ro­peo y más ter­cer­mun­dis­ta que Le­wis vi­si­tó fue Gre­cia.
    Le­wis des­cu­brió un país que fes­te­jó su in­cor­po­ra­ción al eu­ro a prin­ci­pios de si­glo, y su ac­ce­so a los cré­di­tos ban­ca­rios del nor­te, vi­vien­do muy por en­ci­ma de sus po­si­bi­li­da­des. Si­guie­ron con la an­ti­gua cos­tum­bre del so­borno y la tram­pa pa­ra no pa­gar im­pues­tos, re­cau­dan­do pa­ra el Es­ta­do una ri­dí­cu­la pro­por­ción de lo que co­rres­pon­día, pe­ro en po­co más de una dé­ca­da los sa­la­rios en el sec­tor pú­bli­co grie­go se du­pli­ca­ron —y eso en un país con dos ve­ces más fun­cio­na­rios es­ta­ta­les que el Reino Uni­do, cu­ya po­bla­ción es ca­si seis ve­ces ma­yor—. El sis­te­ma de edu­ca­ción pú­bli­ca grie­go es uno de los peo­res de Eu­ro­pa pe­ro a Le­wis le asom­bró ver que em­plea­ba más pro­fe­so­res por alumno que el fin­lan­dés, nú­me­ro uno en el rán­king mun­dial. La edad de ju­bi­la­ción en Gre­cia era, y si­gue sien­do, 57 años (en mu­chos ca­sos me­nos) mien­tras que en Ale­ma­nia los ju­bi­la­dos no re­ci­ben sus pen­sio­nes es­ta­ta­les has­ta los 67 años. Le­wis ci­ta en su li­bro a un ex­mi­nis­tro de fi­nan­zas, Ste­fa­nos Ma­nos, que de­cla­ró una vez que tal era la in­efi­cien­cia, co­rrup­ción y ex­ce­so sa­la­rial en el sis­te­ma na­cio­nal de fe­rro­ca­rri­les que le re­sul­ta­ría más ba­ra­to al Es­ta­do pa­gar pa­ra que to­dos los grie­gos via­ja­ran en ta­xi.
    Ha­blé ha­ce un par de años en Ate­nas con Ste­fa­nos Ma­nos, que se la­men­ta­ba del pri­mi­ti­vis­mo cul­tu­ral de­trás del fun­cio­na­mien­to eco­nó­mi­co de su país. “To­do se ma­ne­ja so­bre fa­vo­res per­so­na­les”, di­jo. “La gen­te si­gue cre­yen­do que pue­de ate­ner­se a una si­ne­cu­ra y no ha­cer na­da, pa­ra siem­pre”.
    Hoy la fies­ta se aca­bó. Lo úni­co que no han per­di­do los grie­gos es el or­gu­llo. Lo de­cía la se­ma­na pa­sa­da Ha­ri­di­mos Tsou­kas, un aca­dé­mi­co del War­wick Bu­si­ness School de In­gla­te­rra: “Gre­cia es una na­ción or­gu­llo­sa… His­tó­ri­ca­men­te la na­ción grie­ga de­ri­va su au­to­es­ti­ma, si no de Pla­tón y de Aris­tó­te­les, de la ba­ta­lla con­tra sus opre­so­res”. Re­sis­tir es to­do. Por eso, y por más in­efi­ca­ces que ha­yan re­sul­ta­do ser las ne­go­cia­cio­nes del Go­bierno con los ale­ma­nes y de­más di­vi­ni­da­des eu­ro­peas, mu­chos grie­gos han ce­le­bra­do las po­ses bra­vu­co­nas de sus lí­de­res elec­tos fren­te a los “chan­ta­jis­tas”, “te­rro­ris­tas” e in­clu­so “na­zis” que les exi­gen ape­gar­se a las re­glas de jue­go del mun­do real. Por eso, op­ta­ron por un ro­tun­do a las me­di­das de aus­te­ri­dad im­pues­tas por los dio­ses del nor­te en el re­fe­rén­dum del do­min­go pa­sa­do, me­di­das que el pro­pio Go­bierno grie­go acep­ta­ría prác­ti­ca­men­te en su to­ta­li­dad cua­tro días des­pués.
    El re­fe­rén­dum, cu­yo re­sul­ta­do fue ce­le­bra­do en las ca­lles de Ate­nas co­mo si Gre­cia hu­bie­ra ga­na­do un Mun­dial, fue ab­sur­do en cuan­to a uti­li­dad prác­ti­ca. Tu­vo va­lor úni­ca­men­te co­mo ejer­ci­cio de te­ra­pia co­lec­ti­va pa­ra un pue­blo po­bre y hu­mi­lla­do que no se re­con­ci­lia con la ver­dad de que, co­mo de­cía el au­tor Eduar­do Men­do­za la se­ma­na pa­sa­da, “des­de que mu­rió Aris­tó­te­les no ha da­do un pa­lo al agua”.
    Fue tan inú­til el ges­to del re­fe­rén­dum co­mo si Sí­si­fo, al lle­gar a la ci­ma de la mon­ta­ña y ver la ro­ca ro­dan­do ha­cia aba­jo, de­ci­die­ra ne­gar su im­po­ten­cia y emi­tir un gri­to de re­bel­día ha­cia los dio­ses —an­tes de dar­se me­dia vuel­ta y ren­dir­se una vez más a su inexo­ra­ble des­tino—.
    Los grie­gos de hoy tie­nen, sin em­bar­go, una op­ción que Sí­si­fo no tu­vo. Una se­gun­da opor­tu­ni­dad. Pue­den mi­rar­se en el es­pe­jo, re­co­no­cer sus li­mi­ta­cio­nes, de­jar de en­ga­ñar­se a sí mis­mos, acep­tar quié­nes son y en­ten­der que su lu­gar por na­tu­ra­le­za no es en los cie­los de la eu­ro­zo­na sino so­los, a su ma­ne­ra, en la agres­te y no­ble tie­rra he­le­na. Pa­ra el bien de ellos y de to­dos los eu­ro­peos de­be­rían re­de­fi­nir su no­ción de or­gu­llo pa­trio, re­ti­rar­se vo­lun­ta­ria­men­te de lo que se ha vuel­to pa­ra ellos la ti­ra­nía del eu­ro y bus­car su pro­pio des­tino en la in­de­pen­den­cia y la li­ber­tad.»

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