De la guerra, la verdad publicada y la inteligencia artificial

Aitor Riveiro

El debate de ayer en el Congreso para pedir la convalidación de la decisión del Gobierno de sumarse a la coalición internacional que interviene en Libia no pasará a la Historia por su brillantez, aunque sí­ nos deparó algunos detalles que merece la pena resaltar.

El presidente del Gobierno explicó durante 30 minutos los motivos por los que, en opinión del Ejecutivo, España debe participar activamente en la operación Amanecer de la Odisea. En esa media hora no mencionó la palabra «guerra» ni la palabra «Irak». La primera sí­ la usó en la réplica, seguramente porque no se dio cuenta de que lo hací­a o la improvisación le llevó a no poder tirar de un sinónimo.

Zapatero, y el PSOE, tienen claro que España debe apoyar esta intervención activamente pero viven presos de su pasado. Incluso aunque fuera cierto que, objetivamente, los socialistas no han cambiado de opinión, la verdad publicada supera siempre a la verdad a secas. Y esa verdad publicada es la de un Zapatero pacifista contrario a cualquier guerra u operación militar. Y esa verdad publicada se reduce a Irak, sin tener en cuenta Afganistán, Lí­bano o el océano ͍ndico.

El líder de la oposición ya había anunciado que el PP iba dar su beneplácito a Zapatero. Por convicción, pero también porque, según la doctrina de la verdad publicada, serviría de alguna manera para justificar la participación activa española en la guerra de Irak y, sobre todo, para demostrar al PSOE que a talante no les gana nadie cuando de lealtad institucional y defensa del paí­s se trata.

De ahí­ que el discurso de Rajoy fuera ayer obvio y plano salvo por el uso, escaso además, de la palabra «guerra». Fue el discurso de quien sospecha que el tiempo le ha dado la razón y observa a los demás, antes en lo alto del guindo, con complacencia. Diez minutos en los que el lí­der del PP puso un par de pequeñas y obvias trampas para avisar a Zapatero de que si pretendí­a usar contra su partido esta crisis no lo iba a tolerar.

Del resto de portavoces, poco que resaltar. Todos usaron los mismos argumentos y todos pusieron algún que otro «pero» con el que, supuestamente, curarse en salud si la intervención sale mal o toma unos derroteros de difí­cil justificación, algo que, estando como estamos ante una guerra, es muy improbable que no suceda.

En un debate tan anodino estaba claro que algo iba a pasar y que no iban a ser los protagonistas habituales quienes protagonizaran los hechos. Ya el portavoz del PSOE, José Antonio Alonso, avisaba en su turno de palabra. Normalmente las intervenciones de los partidarios del Gobierno suelen pasar sin pena ni gloria. En nuestra corta democracia, al menos desde 1982, nunca el grupo gobernante osa poner en aprietos a su Ejecutivo. Por eso a muchos nos pasó desapercibido que Alonso usara buena parte de su turno para, con buenas palabras, reprender a los dos portavoces dí­scolos de la jornada: Llamazares (IU) y Jorquera (BNG).

El socialista alabó primero a los dos diputados por su buen hacer para, a continuación, reprochar su poca altura de miras y abroncarles por comparar la intervención en Libia con Irak. O por contraponerla con la no intervención en los «30 conflictos de similares característica» que blandió Llamazares en su cortísimo turno (a compartir con ERC y con la elocuente ausencia de ICV).

Alonso, nos dimos cuenta después, actuó como las «liebres» en las carreras de fondo o los «lanzadores» en el ciclismo. Marcó la senda que iba a seguir su presidente. Porque Zapatero, en su réplica, dedicó la práctica totalidad de su ilimitado tiempo para atacar, primero con suavidad y luego con inusitada crudeza, a un único diputado del Hemiciclo. Ni siquiera tuvo palabras para los dos escaños del BNG: su objetivo era Gaspar Llamazares.

No es la primera vez que lo hace Zapatero. En algún debate sobre el estado de la nación también ha dedicado un tiempo que no corresponde con su importancia a otra diputada unipersonal, Rosa Dí­ez. Aunque con la de UPyD suele ser condescendiente rayano lo altanero.

El presidente comenzó su respuesta a Llamazares alabando su buen hacer parlamentario y su coherencia, aunque ya desde el primer momento se intuí­a más ironía que verdadero aprecio. Después vinieron varios minutos en los que trató de desmontar los argumentos de Llamazares. Muchos minutos. Demasiados para un solo diputado. Exagerado cuando el resultado final, previsible, deparó 336 votos a favor y apenas tres en contra de la intervención.

Llamazares, obviamente, solicitó al presidente del Congreso un turno de réplica que el orden del dí­a solo preveí­a para solventar «contradicciones». Bono se lo dio y el diputado de IU subió a la tribuna visiblemente molesto y dispuesto a ser más lesivo que en su primera intervención. Llamazares no tení­a prevista este segundo discurso y, salvo al final, no logró hilvanarlo bien. «No sé qué les pasa [a los presidentes], que pierden el contacto con la gente y en este país la gente es pacifista y usted ya solo quiere rendir cuentas a la historia», zanjó mientras volaba hacia su escaño.

Zapatero, que tenía derecho de contrarréplica, lo usó. En lugar de tender puentes o limar asperezas insistió en su ataque a Llamazares. «Le pido por tanto que reflexione y defienda el sistema de Naciones Unidas, porque sin un orden multilateral no habrá manera de hacer un mundo con má paz», cerró el presidente su intervención. Luego votaron y se cumplió el guión previsto.

Dos reflexiones surgen de manera inmediata. ¿Por qué el Gobierno, y el PSOE, atacaron de una forma tan premeditada a Llamazares? Y segunda, ¿se equivocó Zapatero?

La primera pregunta tiene una doble respuesta. Por un lado, esta guerra puede suponer un coste electoral añadido para el PSOE. Quizá los españoles está ahora más o menos a favor de la intervención, pero no sabemos qué va a ocurrir de aquí­ a uno o dos meses. ¿Qué pasará si uno de nuestros F-18 es abatido? ¿Y si el submarino, aunque sea por un accidente inimaginable, se hunde? Y quizá el peor de los escenarios posible: ¿Veremos algún mercado de Trípoli arrasado por un «tomahawk» despistado? Es una guerra y va a morir gente. De cuánto dure y cómo de limpia sea la operación depende que cambie el signo de la opinión pública. (Es decir, de la opinión publicada).

La segunda respuesta, derivada de la primea, nos indica que el PSOE ya cuenta con que esta operación dejará votos por el camino y debe amarrar al máximo a los suyos. Y explicarles que los que se oponen a la intervención se equivocan. Para quienes durante tanto tiempo han tenido en Irak uno de los «leit motiv» de dos legislaturas no es sencillo encajar ahora una guerra, por muy justa y legal que sea.

Por último, ¿se equivocó Zapatero? El presidente, como ya hemos dicho, trató ayer de evitar ciertas palabras. En demasiadas ocasiones se le ha recordado las muchas veces que negó la crisis o los infinitos «ya estamos mejor» a los que seguí­a un nuevo dato del paro peor que el anterior.

Sin embargo, en su contrarréplica, Zapatero aseguró a Llamazares que no habí­a habido muertos civiles en los ataques de la coalición. Una vez más, el presidente dijo algo que, probablemente, dejará de ser cierto antes o después.

Incluso puede que ya sea una mentira porque si algo hemos aprendido desde la primera guerra del Golfo es que los misiles inteligentes son como sus creadores: falibles. Y mucho.

51 comentarios en “De la guerra, la verdad publicada y la inteligencia artificial

  1. Seguramenet el que escupe contra el aire le sañpica la cara. Los españoles no merecen esto y mucho menos que nos tomen por memos, pero que tengan en cuenta que todo en la vida se paga y la falta de respeto mucho mas. Tiempo al Tiempo

Deja una respuesta