Lluis Camprubí
En el recurrente y difícil esfuerzo por buscar soluciones al “procés” (o incluso a la cuestión catalana) muchas veces ha ido apareciendo el “Referéndum” como solución. Es algo (a veces parece un automatismo) que se plantea sin distinguir demasiado si es una solución de “método” o “política”. Pero lo más desconcertante es que quienes (aún) lo plantean desde posiciones no nacionalistas lo hagan ya sin tener en cuenta ni el contexto ni la actual fase del (post-)procés. Es, de hecho, (ya) más problema que solución.
Un referéndum de autodeterminación es una legítima aspiración del actual nacionalismo catalán. Ni más, ni menos. Ni es un instrumento democratizador, ni puede dar respuesta satisfactoria a la voluntad de un amplio grueso de la sociedad catalana, ni vehicular un consenso permisivo. Definir sobre qué y cómo se pregunta, y en base a qué nos contamos es hegemonía, no siempre es democracia.
Hay que tener presente las disyuntivas que implica su promoción. No parece algo útil ni positivo en una sociedad compleja, con identidades múltiples (y mayoritariamente duales) plantear vías que acaben dando satisfacción a la mitad que en ese momento pueda ser más del 50%. No parece buena idea que una mitad se imponga a la otra. Con una pregunta binaria que además excluye la opción ideal para la mayoría. Parece preferible trabajar para buscar acuerdos que puedan ser asumibles por el 70-80% de la sociedad.
A modo de alternativa a la pregunta binaria sobre la independencia, a veces, para poder incorporar las distintas voluntades se sugiere que el referéndum pregunte por los distintos proyectos/encajes posibles. Lo que sin duda sería una estupenda encuesta de opinión, pero que contrariaría todos los criterios y recomendaciones de organismos externos sobre la necesaria claridad del instrumento. De manera que acaba resultando insuperable el dilema de “o referéndum excluyente, o referéndum insustancial”.
Además, en una sociedad como la catalana actual, donde la voluntad independentista está tan asociada al sentimiento identitario y cultural, y al uso lingüístico, polarizar al respecto implica contribuir a cristalizar y aislar las dos comunidades. Promover el referéndum y por lo tanto la clarificación, alineamiento y posicionamiento de campo es directamente contrario a la sutura de la fractura. Su promoción puede ser comprensible por parte de las fuerzas nacionalistas, pero no por aquellos actores que pretendan arreglar y superar la confrontación en base identitaria. O trabajar por el referéndum o trabajar para buscar acuerdos y una articulación ampliamente satisfactoria, pero las dos cosas a la vez no pueden ser.
Ciertamente cada vez más personas y/o organizaciones no nacionalistas dejan de verlo como solución (al menos preferente). De forma gradual se va abandonando la idea y la intensidad de su defensa. Sin embargo, es algo lento. Sea por inercia (histórica o intelectual), o por vinculación a una concepción parcial de la democracia, o por pereza de no buscar soluciones complejas y grises para sociedades plurales, o por el miedo al qué dirán por la corrección de rumbo (aunque sea perfectamente explicable por la degradación convivencial que ha conllevado el procés), o por subalternidad, o por mantener la ilusión de “punts de trobada” con entornos o fracciones internas nacionalistas, o por pensar que el autodeterminismo puede ser una pasarela (hacia aguas terceristas) para los nacionalistas frustrados , o por comodidad con entornos nacionalistas (siendo además cierto que el entorno propio inevitablemente hace confundir que es parte por el miraje que es representativo del todo), o incluso por pensar que es una concesión asumible… El caso es que aún no todo el tercer espacio en Catalunya (entre los dos nacionalismos) ha pasado página explícita del referéndum. Aunque ciertamente los sectores que aún lo mantienen vayan poniendo una decorosa sordina, sería deseable un poco más de claridad y posición explícita para no alargar la confusión y desorientación paralizante. El no dibujar un camino transitable y deseable contribuye a cronificar la degradación.
Desde personas y organizaciones que no lo hemos/han planteado como solución (ni en los momentos de atracción/penetración ideológica más intensa del procesismo) no se trata de pasar cuentas intelectuales con quienes progresivamente se van sumando a su descarte como herramienta “solventadora”. Ni se trata de preguntarles si llegan por el camino de la imposibilidad o por el camino de la indeseabilidad. Saber dar la bienvenida sin cuestionamientos excesivos es señal de voluntad de ser mayoritario. Es tentador el “se os dijo”, pero quizás mejor pasar la página de los reproches entre habitantes del tercer espacio y empezar a construir soluciones mancomunadamente, que necesariamente pasarán por desinflamar a la sociedad catalana, buscar el diálogo, y plantear acuerdos políticos que puedan satisfacer o ser asumibles por grandes mayorías (en primer lugar en el propio interior de la sociedad catalana y con posterioridad para/con el conjunto de la sociedad española), digamos del 70-80%.
Hay que empezar a reivindicar el derecho a no querer tener que decidir, que decía Pau Luque en un artículo reciente en “Política i Prosa”. A no querer escoger en base a los dilemas y disyuntivas que interesan a otros. A no tener que hacer elecciones que supongan hacer excluyentes, identidades compatibles y complementarias.
En el post-procés, y a la vista del desastre generado, es comprensible (y necesario) que todos los actores reajusten sus propuestas y estrategias. Por supuesto deberían hacerlo (y en parte algunos lo van haciendo) los que han conducido el procés. Y también deberían los que lo han confrontado más activamente desde posiciones identitarias espejo. Pero también deberían actualizar su propuesta, en el tercer espacio, los no nacionalistas a los que en algún momento les ha parecido buena idea proponer un referéndum autodeterminista. La solución/arreglo (que nunca será perpetua) va para largo, pero en el mientras tanto, destensar y fomentar el diálogo y reconocimiento recíproco entre partes de la sociedad catalana. E ir explorando acuerdos de articulación jurídico-políticos que den respuesta a las inquietudes del grueso de la población. Ese acuerdo político sí que debe validarse por referéndum, pero para no alimentar confusiones llamémoslo por su nombre completo: referéndum de validación de un nuevo acuerdo. Si el catalanismo que no ha mutado en independentismo ya no puede ser el consenso central en Catalunya, que al menos sea el aglutinante entre partes.
Delicuescente como el Juliana y el Iceta de los Pingüinos. Eso de las identidades espejo reclama no solo mármol , también un copyright .
Habrá juicio y duras condenas , proporcionales al desafío y daño causado , que extenderán sus efectos morales hasta los melifluos creyentes del taumaturgico diálogo. Desaparecerán los jóvenes pijos de capas esteladas y terminará la verbena castiza ; las calles de Barcelona retomarán su pulso cosmopolita y el seny se instalará en las conversaciones de sus esquinas. Ada Colau dejará la política y se convertirá en conferenciante del Instituto Dexeus con el monotema Bisexualidad y Poder ; las identidades espejo volverán con sus grotescas deformaciones a las casetas de feria de donde jamás deberían haber salido y reinará la paz y la felicidad. y nadie recordará esta pesadilla de paletos encumbrados.
Buenos dias. Que buena es la libertad de expresión, que permite a cada cual señalarse como lo que es.
Si hay identidades, claro que si. Todos tenemos una, compuestas de diferente forma y algunas a las que convendría darse a si mismos una vuelta, o dos. Quiero señalar que un servidor y uno de su hermanos (papi de dos estupendos niños) estuvimos en la concentraciónn «pingüina» de Cibeles, hará como un año, con nuestras camisetas blancas. No calificaré a nadie, porque creo, como digo una y mil veces, que no es necesario. Ya lo hace cada cual cuando abre el pico.
Lamento decir al articulista que me pierde completamente en su post. No me entero de nada, no es la primera vez que me pasa con el tema catalan. Llega un momento en que no puedo hacer una contribución sensata. Cuando el asunto se pone en plan «catalano-catalan» no se ni de lo que estamos hablando. Entiendo que el referendum ahora no le parece una buena solución o que no ayudaría especialmente? Puede ser. Yo creo que al sector indepe se le acabó el campo hace mucho y que ahroa viene el cierto desencanto.
Por otro lado y OffTopic, vease una semblanza del premio Nobel de economia de ayer, señor de muy interesante orientación, y premio de no poca trascendencia
https://economistasfrentealacrisis.com/romer-y-la-reivindicacion-de-la-heterodoxia/
Excelente artículo.
Me pregunto cuando era una buena solución para el autor 🙂
En Quebec había una identidad filofrancesa , otra canadiense y otra medioesquimal ( que amenazó con la secesión de Quebec). Ahora la filofrancesa la apoya solo el 19 %. Extraña identidad que ya no identifica. Menos mal que todos , pero todos todos, tenemos un carnet de identidad, como muy bien dice Laertes. O si no tenemos hacemos como Alicia o la gente de Quebec , atravesamos el espejo y ¡ voilá ! . Es la ventaja de disponer de identidades y un espejo.
Aquí les dejo con el siniestro Juliana
@lavanguardia https://www.lavanguardia.com/opinion/20171008/431878716908/la-espana-de-los-pinguinos.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=twitter&utm_medium=social
Y ahora , abusando de su paciencia y como secante de Juliana , unas palabras de Manuel Azaña, desde su exilio francés:
«El gobierno no se proponía suprimir el Estatuto autonómico de Cataluña. Tampoco tenía atribuciones para suprimirlo. Se trataba de restablecer, dentro de sus límites, el funcionamiento normal de los poderes públicos establecidos en Cataluña por su Estatuto peculiar. Subvertidos los poderes, que no tenían otra base que el sufragio universal directo, ni otra hechura que la democracia, era inadmisible que, con pretexto de ser Cataluña una región autónoma, fuese gobernada por un grupo irresponsable, al amparo de una antigua popularidad.
Ciertamente, los republicanos catalanes han aprobado o consentido (alegando necesidades de la guerra y el hecho indominable de la «revolución») transgresiones flagrantes del Estatuto. Pero estoy muy inclinado a creer que los mismos republicanos veían con despecho y alarma la destrucción, o por lo menos el secuestro, de la base democrática de su régimen, gracias a la invasión sindical.
O todas las instituciones liberales de la autonomía funcionaban por entero, o la autonomía no funcionaba en modo alguno. Quienes más obligados estaban a comprenderlo así, y a proceder en consecuencia, eran los que desde el comienzo echaban cuentas con un porvenir victorioso. Porque ninguna cosa fundada durante la guerra sería duradera, si el día de la paz no podía resistir el juicio libre de la opinión española. Esta era la cuestión, y no otra. Que haya sido bien o mal entendida, no se deberá a falta de razones, dadas y demostradas irrefutablemente».