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Imaginen que Hitler no hubiera muerto. Que, por alguna de esas cosas inexplicables de la geoestratégia polÃtica, las potencias hubieran decidido, por aquello de una “transición democráticaâ€?, simular que ignoraban sus crÃmenes. Que todos los años por Navidad se reuniera con sus grandes amigos Goebbels y Himmler. Que viviera en Polonia, tal vez en algún lujoso castillo cerca de Auswitch, donde disfrutara de una dulce jubilación, ufano y contento. Los residuos de las antiguas SS, oficialmente desmovilizadas, cercarÃan a judÃos, gitanos y socialistas, amenazándoles de muerte si revelaban dónde se encuentran esas tumbas masivas de sus vÃctimas. De vez en cuando, saliendo de su retiro espiritual, deleitarÃa al público con alguna perla dialéctica con la que explicarÃa las imperiosas necesidades históricas que le obligaron a actuar como actuó. Sin ningún remordimiento. Puede que en algún momento un impertinente extranjero juez tratarÃa de encausarlo, pero el antiguo Fürer encontrarÃa en la justicia de su paÃs a su mejor aliado. Una historia difÃcil de digerir en pleno siglo XXI.
Algo asà sucede en Guatemala, una de esas tragedias ignoradas por Occidente. Una sociedad sentenciada al olvido internacional. Durante los sesenta, Guatemala tenÃa un régimen socio económico semi-esclavista, donde la población indÃgena maya, mayoritaria, por cierto, era explotada. Por la estructura del poder pasaban dictadores bananeros que imponÃan su ley, y por qué no decirlo, también la del extranjero, si por ello entendemos, entre otras, a la compañÃa norteamericana Fruit Company.
Por esa misma época, en Latinoamérica surgieron toda suerte de grupos guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, son algunos ejemplos de paÃses enfrascados en guerras civiles entre estado y guerrillas que durarÃan décadas. Guatemala no fue menos, pero el peso de su guerrilla fue muy débil. También surgieron, como no, los grupos paramilitares, como la Mano Blanca, el Ejército Secreto Anticomunista o Los Centuriones. Escuadrones de la muerte que sembraban el terror por las tierras campesinas guatemaltecas. Años después se descubrirÃa que era una “recomendaciónâ€? de Washington, porque las matanzas hechas por militares favorecÃan el apoyo popular de la guerrilla.Pero a partir de 1978, aquella guerra civil cobró dimensiones más atroces. La llegada al poder de Lucas GarcÃa abrió una etapa de terror como no se recordaba en la segunda mitad del siglo XX. En 1980 llegó el General EfraÃn Rios Montt, el más sanguinario dictador que haya conocido América Latina. Un hijo adoptivo de Washington, un alumno aventajado de la infame Escuela de las Américas, y al que la Estrategia de Seguridad Nacional de Reagan llamarÃa “Luchador por la Libertadâ€?. Un iluminado convertido a una secta evangélica, y que se creÃa llamado por la gracia de Dios para liberar al paÃs del demonio comunista. Su mandato, por suerte, sólo duró dos lamentables años.De la terrorÃfica Escuela de las Américas saldrÃan muchos tristes personajes, muchas dolorosas dictaduras; Pinochet, que mató a casi 3.000 personas; Videla, que matarÃa a 20.000. En Guatemala, la cifra alcanzó las 200.000.
Hubo un momento en que la ONU se quiso lavar la conciencia. La Comisión de Esclarecimiento Histórico, años después, investigó las matanzas de la Guerra Civil. Culpabilizó de un 93% de los casos al ejército guatemalteco. Utilizó, legalmente, el término “genocidioâ€?. Recordó quienes eran las vÃctimas: una población indÃgena que durante décadas fue masacrada, sus aldeas quemadas, su raza perseguida; parece mentira, una raza perseguida. Millones de personas que vivieron años enteros escondidos en las selvas, que tenÃan, con todo el dolor de su corazón, que matar a sus siempre fieles perritos para que no les delatasen. Que operaban a sus gallos para que no cantasen y descubrieran su posición a un ejército que les querÃa exterminar. Que comÃan una torta de maÃz una vez cada 2 dÃas. Y que aún asÃ, muchos fueron asesinados, la mayor parte, por orden de RÃos Montt. Con todo, aquél informe de la ONU no se atrevió a castigar a los culpables.
Hoy RÃos Montt y sus secuaces – MejÃa VÃctores, AnÃbal Guevara- campan a sus anchas por Guatemala. Los reductos de sus escuadrones de la muerte, de sus antiguas Patrullas de Autodefensas Civiles, amenazan a aquellos que se atrevan a hablar y a las organizaciones internacionales que investigan. Los mayas tienen que llorar a sus muertos en el más terrible de los silencios. La Audiencia Nacional Española ha podido intervenir. Una joven maya valiente, Rigoberta Menchú, cuyo padre mataron los militares cercanos a RÃos Montt en el asalto a la Embajada Española de 1980, interpuso una denuncia en España contra él y sus secuaces por genocidio y torturas. La denuncia prosperó. Es quizás la más importante tarea a la que se ha enfrentado la Justicia española: conseguir encausar y juzgar a un genocida. Una oportunidad que no pudimos aprovechar con Pinochet, y que no debemos dejar pasar ahora.
El Juez Pedráz es el encargado del caso. Dio orden internacional de captura contra AnÃbal Guevara y contra MejÃa VÃctores. Lucas GarcÃa ya habÃa muerto, una oportunidad perdida. Pero a RÃos Montt no hay quien le toque. Es más, en un acto de insultante recochineo, ha decidido presentarse a las elecciones de 2007. El y los suyos saben que no puede ser presidente. “No podrán optar al cargo de presidente o vicepresidente el caudillo ni los jefes de golpe de Estadoâ€?, dice la constitución. Pero si se llega a consumar esa candidatura, la Ley le otorga inmunidad y se librarÃa de todo tipo de juicio. ¿Dónde está ahora la presión Internacional?
Hubo un tribunal internacional contra Milosevic, se ha ahorcado a Saddam Hussein, algo impresentable. Ha corrido mucha tinta con la muerte de Pinochet y sus 3.000 asesinatos y con Videla y sus 20.000 vÃctimas. Sobre los 200.000 indios guatemaltecos, acaso unos “brevesâ€? en los periódicos. Pero esos mayas siguen necesitando que se rescriba su historia, ellos no pueden, y nuestro silencio de décadas nos convierte en deudores. Nadie puede ignorar lo que sucedió. Pero es muy difÃcil rescribir la historia a través de “brevesâ€? en los periódicos. Quizás por eso, para nuestra vergüenza, puede que Hitler gane esta vez y obtenga inmunidad en Guatemala. Otra historia de tragedias olvidadas de una forma… ¿deliberada?