In extrema necessitate omnia sunt communia

Pedro Luna Antúnez

Omnia sunt communia! fue la proclama de los campesinos alemanes durante las guerras campesinas en el Sacro Imperio Germánico entre los años 1524 y 1525. Lideradas por el predicador anabaptista Thomas Müntzer, las revueltas se generalizaron a raíz del cercado de las tierras, mediante el cual se privatizaba aquello que había sido de propiedad pública. “¡Todo es común!”, aclamaban los campesinos frente al despotismo de los príncipes protestantes. Finalmente, los sublevados fueron aniquilados en el campo de batalla y comunidades enteras fueron arrasadas. Los que lograron sobrevivir fueron desposeídos de sus propiedades y proscritos de por vida. Sobre ellos cayó la cruel losa de la derrota.

Lo que posiblemente ignoraban los campesinos alemanes es que su grito de guerra procedía de una conocida sentencia del teólogo del siglo XIII Santo Tomás de Aquino: In extrema necessitate omnia sunt communia. Es decir, “en casos de extrema necesidad todo es común”. Cabe decir que Tomás de Aquino fue durante toda su vida un defensor de la propiedad privada. En su tratado teológico, Summa Teologica, el filósofo cristiano dedicó una serie de capítulos a la economía en los que legitimó la propiedad de bienes así como la actividad comercial y mercantil. Ahora bien, Tomás de Aquino creía que la propiedad privada debía palidecer en casos de extrema dificultad y pasar a ser común.

Han pasado casi 800 años desde que Tomás de Aquino escribiera sobre la propiedad. Cerca de 500 años en el caso de las guerras campesinas. Sin embargo, los anhelos de los campesinos alemanes del siglo XVI no difieren demasiado de los que podría albergar un ciudadano de a pie del siglo XXI. Hoy vivimos el debate entre lo público y lo privado vuelve generar debates encendidos en los parlamentos e instituciones políticas. Y podríamos decir que nuestros defensores de lo privado carecen de la altura de miras de Tomás de Aquino. Nada raro ni sorprendente por otra parte. Ni siquiera en medio de una pandemia mundial y por lo tanto en una época de gran necesidad para el conjunto de la población. Hemos asistido por ejemplo en España al espectáculo casi telebasuril del pasado debate sobre la moción de censura de VOX. Huelga decir que en aquellos días no sobrevoló la sombra del santísimo Tomás de Aquino sobre el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Ni siquiera entre los diputados que enarbolan la bandera de la religión católica con devoción cayetana.

Desde la derecha y la extrema derecha no ha habido tregua a la hora de atacar las medidas sociales aprobadas por el gobierno de Pedro Sánchez desde marzo. Medidas que a la postre han resultado ser incluso insuficientes para frenar el drama social que padecen miles y miles de españoles. Recordemos que el ingreso mínimo vital (llamado despectivamente por la oposición conservadora como “la paguita” o el “sueldo Nescafé”) consistente en una ayuda de 462 euros para las familias más vulnerables, apenas ha llegado a los necesitados hogares del país en la medida de lo necesario y el porcentaje de quienes han recibido la ayuda es más bien exiguo. Hace unos días la ministra de Educación, Isabel Celaá, escribió en su cuenta personal de Twitter lo siguiente: “La alianza público-privada es vital para que la educación sea la fuerza transformadora que una sociedad moderna y abierta necesita.”

No sorprende que una ministra del PSOE hable de la alianza público-privada en un sector tan sensible como el de la educación. Quizás sorprenda más el momento y las formas, no tanto el contenido. Como decía en lineas anteriores atravesamos un periodo de incertidumbre y penurias para una parte cada vez mayor de la población española. Es ahora cuando los políticos progresistas deberían mostrar músculo frente a las ofensivas de la derecha más allá de los habituales equilibrios políticos a los que nos tienen acostumbrados.

No corren tiempos para el bienquedismo institucional ni para hacer gala de ese marco mental del neoliberalismo que habita en los pensamientos de algunos gobernantes de la socialdemocracia. De lo contrario, nos comerán y pasará que un fraile del siglo XIII nos habrá adelantado por la izquierda. No cualquiera, claro.

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