Alfonso Salmerón
Existe un debate entorno a si estamos o no ante una crisis de régimen. Hay quien afirma que desde 2008 se han producido señales claras de una crisis de lo que algunos han venido en llamar el régimen del 78. Por otra parte, hay quien afirma que no es para tanto, que el sistema político surgido de la transición sigue vigente y tiene cuerda par rato.Éste es un debate que resolverán los historiadores dentro de algunos años con la ventaja que otorga la perspectiva del tiempo. Sin embargo, me parece oportuno señalar, que más allá de la adscripción ideológica de los analistas políticos, se han producido y se siguen produciendo síntomas que apuntan en la dirección de un fin de etapa. Esos síntomas parecen indicar que se trata más de un cambio de época que de una época de cambios, en expresión que acuñara hace años, Joan Subirats.
Propongo que prestemos atención al resultado inesperado de las elecciones andaluzas, analizadas en estas mismas páginas, de manera extensa por otros colaboradores. Creo que no sería difícil ponernos de acuerdo al menos en que la irrupción de Vox nos ha pillado tan de sorpresa como en su día nos cogió la de Podemos.
Si en 2014, la crisis hizo saltar por la izquierda las costuras de los consensos constitucionales que hicieron posible la transición, la falta de una respuesta política de alcance a los problemas planteados por aquella, ha facilitado que se abrieran de nuevo las costuras. Esta vez por el lado opuesto. Si Podemos fue el primer golpe en el tablero y Ciudadanos un intento de recomposición del proyecto constitucionalista, Vox es una nueva tentativa de respuesta populista a los interrogantes abiertos por la crisis. Patria, identidad y soberanía. Pueblo.
Chantal Mouffe habla de postdemocracia para definir el sistema político que surge de la transformación que sufrieron las democracias liberales después de treinta años de neoliberalismo. El neoliberalismo, según su tesis y la de Ernesto Laclau, hace imposible la conjugación de los términos liberalismo y democracia al desposeer a la democracia liberal de sus anclajes en la capacidad de decisión del pueblo, pasando a convertirse ésta en un mero formalismo.
Si seguimos esa tesis, podríamos llegar a afirmar que la Constitución española del 1978, fruto del acuerdo entre el régimen franquista y su oposición, restauración borbónica mediante, propició la transición hacia una democracia “neoliberal” al uso. El capitalismo de nuevo cuño exigía que España entrara en el club de las democracias liberales al uso, como paso previo para entrar de lleno en el mercado global europeo. Su letra avanzada y progresista era una magnífica carta de presentación para que la transición fuese vendida a bombo plantillo como algo verdaderamente ejemplar. Su música, sin embargo, lo dejaba todo atado y bien atado para garantizar que los que siempre habían hechos los negocios en nuestro país los siguieran haciendo durante años, una vez bendecidos por el sanedrín de la política internacional.
De esa manera, podríamos afirmar que España transitó directamente desde la dictadura hacia la postdemocracia. Y eso explicaría que la joven Constitución se haya convertido en papel mojado en tan sólo cuarenta años de historia. No deja de ser curioso que los partidos que se reclaman constitucionalistas son precisamente aquellos que se han pasado por el arco de triunfo la Constitución cuando han ostentado el gobierno de la nación, mientras que los partidos que defienden un cambio político lo hayan hecho enarbolando los principios constituyentes del 78. Pleno empleo, derecho a la vivienda, sistema de pensiones, sanidad y educación públicas.
Cuarenta años después, podemos afirmar que la Constitución está agotada, no porque su texto no siga vigente, si no porque, paradójicamente, las políticas de los partidos constitucionalistas que han ejercido la alternancia en el gobierno desde entonces, la han desproveído de significado. La Constitución del 78 hoy es un significante vacío debido a la reiteración de las políticas claramente anticonstitucionales llevadas a cabos por esos gobiernos, especialmente en los últimos diez años.
En mi opinión, hay tres factores que habrían conducido a ello. En primer lugar, la crisis(estafa) económica del 2008 que puso al descubierto con total crudeza el papel mojado en el que se habían convertido las constituciones liberales en manos del neoliberalismo. En segundo lugar, la corrupción sistémica de la política española, que llega a su cénit con la condena del Partido Popular por la trama Gürtel. Y en tercer lugar, la falta de respuesta política ante el desafío democrático planteado por el proceso soberanista catalán.
Estos tres factores combinados, con todas sus derivadas, habrían puesto de manifiesto la incapacidad del sistema de partidos que nace con la Constitución del 78 para dar respuesta a ninguno de los tres grandes temas planteados más arriba. En cuanto a la crisis, ni el gobierno del PSOE ni el del PP pudieron, acaso ni osaron intentarlo, defender la Constitución frente a las medidas de ajuste impuestas por la troika. Por lo que respecta a la corrupción política, sobran los ejemplos para ilustrar la connivencia manifiesta entre el poder político, corona incluida y el judicial en su génesis, en su gestión y en la incapacidad para adoptar medidas ejemplarizantes des del punto de vista de la ética democrática. Finalmente, la cuestión catalana ha evidenciado la incapacidad del Estado para articular una propuesta inclusiva de país capaz de encontrar el encaje a las legítimas aspiraciones políticas de las nacionalidades históricas.
Llegados a este punto, medio año después de que el PSOE recuperara el gobierno mediante una moción censura histórica gracias al apoyo de Unidos Podemos, las confluencias y los partidos nacionalistas, y una vez tocado y casi hundido el PP, la derecha extrema se descara y sale del cobijo en el que ha estado resguardada durante los últimos treinta años para emular la corriente de populismo de extrema derecha de occidente que tiene a Trump y a Salvini como máximos exponentes.
2019 va a ser un año caliente. El rearme y la radicalización ha cogido con el pie cambiado al PSOE y a Unidos Podemos. El PSOE se ayudó de Unidos Podemos y de los partidos nacionalistas para auparse al gobierno. Su problema, sin embargo, es que su apuesta no fue consecuencia de un acuerdo en base a la formulación de un proyecto de país, si no un acuerdo meramente táctico sin más horizonte que el de resistir de la mejor manera posible para concurrir en las mejores condiciones a las próximas elecciones generales. Por su parte, Unidos Podemos, que había virado hacia el posibilismo político, ha de redefinir su estrategia para combatir al rearme de la derecha sin dejar de marcarle la agenda al gobierno. El problema de ambos es la fuga de agua que sigue existiendo en Catalunya y que no parece tener visos de solucionarse a corto ni a medio plazo.
Reiterando a Mouffe, seguimos en el momento populismo. Por ello, no parece que la cosa vaya a ser nada fácil para el PSOE, aunque visto lo visto, no seré yo quien dé por muerto ni mucho menos a Pedro Sánchez. La batalla está servida. Se llevará el gato al agua aquél que sea capaz de formular una idea de país articulada en torno a un proyecto de recuperación de la soberanía popular que incluya a todos los pueblos y naciones de España. Mientras no se resuelva el tema catalán, los chicos de Aznar llevan un cuerpo de ventaja. Al tajo.
Magnífico estado de la cuestión sobre la actualidad política para iniciar el año 2019