Lluis Camprubí
A raíz del horror de los atentados terroristas de París, y aún en medio de un shock emocional colectivo, las izquierdas han explicitado y concretado sus propuestas para derrotar a DAESH. Ello –en los países europeos- en un contexto de preocupación por la tentación securitaria y post-democrática que pueden asumir algunos gobiernos, por el posible recorte de libertades civiles, por la extensión del odio al diferente y por la posible eliminación de garantías y protección especial que merecen los refugiados y los solicitantes de asilo.
Hay un cierto consenso en la necesidad de entender y abordar las causas de las causas de la extensión de DAESH en Oriente Medio: Desigualdad socioeconómica, exclusión social, falta de perspectivas, esperanzas y libertades, relaciones neocoloniales entre países, imperialismo e intervencionismo extranjero militar recurrente, inflamación interesada de las tensiones religiosas, incapacidad funcional de algunos estados en algunas de sus propias regiones, y manipulación instrumental por parte de actores regionales y globales. Parece también que en la vertiente logística hay multitud de propuestas que pueden ayudar a su ahogo operativo, tanto en su proto-estado como en los países dónde quiera atentar: incrementar el intercambio de información entre países, mejorar la inteligencia -militar allí y policial aquí-, bloquear y monitorear sus recursos financieros (incluidas sus diversas fuentes de financiación, como es el comercio de petróleo), entre otras.
Sin embargo, la lógica incomodidad de explicitar y discutir profundamente la dimensión militar, lleva o a caer en silencios incómodos, o a la simple apelación y refugio en consignas y valores universales (“sí a la paz, no a la guerra”), o a la evaluación poco rigurosa (“bombardear -posiciones militares de DAESH, se entiende- no sirve para nada”).
La guerra en Siria no empezó hace unos días. Lleva más de cuatro años, ha causado alrededor de 250 mil muertes, unos 4 millones de refugiados, unos 7 millones de desplazados internos y ha disminuido la esperanza de vida del país unos 20 años. Tiene múltiples capas de complejidad, multitud de actores internos y regionales y muchos frentes cruzados. Actualmente presenta dos planos: el régimen contra una constelación de grupos opositores (entre los que hay fuerzas takfiristas también); y cada actor principal (régimen, sectores opositores, y fuerzas kurdas) contra DAESH.
En el primer plano hay una oportunidad para la paz. Después del fracaso de las conversaciones de Ginebra en 2012 se entró en una fase de irresponsable inacción diplomática. Sin embargo, recientemente han fructificado –de momento- las conversaciones de Viena. En la última quincena se han reunido dos veces todos los países relevantes, con intereses opuestos en Siria y/o que apoyan a alguno de los actores: USA, Rusia, Irán, Arabia Saudí, UE, monarquías del Golfo,…). A finales de octubre –no es cosa menor- acordaron un primer documento de mínimos con 9 principios fundamentales: el mantenimiento de la unidad del país; la preservación de las instituciones estatales; el respeto a los derechos de todos los sirios; la aceleración de la vía diplomática; el aseguramiento de accesos humanitarios; la derrota de ISIS / DAESH (se la considera organización terrorista sin rol en el futuro escenario); un proceso de transición democrática dialogado entre gobierno y oposición; el pueblo de siria guiará este proceso; y que se explorará con NNUU escenarios de alto el fuego y tregua. El pasado fin de semana se volvieron a reunir y establecieron algunos pasos operativos adicionales: la necesidad de buscar (con ayuda ONU) un escenario de tregua entre gobierno y grupos de la oposición; el establecimiento de un diálogo entre partes y de un periodo de transición política para el próximo año y medio. A nadie se le escapa que hay muchas inconcreciones y dificultades y que los equilibrios son extremadamente frágiles.
En el segundo plano, en cambio, parece inconcebible una solución diplomática. DAESH es una organización takfirista que pretende organizar totalitariamente la vida del territorio que ocupa. No hace falta insistir en el retroceso civilizatorio que significa su modelo de sociedad. Y podemos decir (siendo precisos en el uso de la palabra genocidio) que es una organización potencialmente genocida y que ya ha aplicado actos de genocidio en distintos grupos humanos en su área de dominio. En cuestión de año y medio ha pasado a controlar un amplio territorio entre Siria e Irak. Actualmente su expansión parece haberse contenido básicamente por el combate militar del resto de actores que han sido apoyados por bombardeos de potencias extranjeras y soporte militar directo e indirecto. Y, aunque modestamente, la acción militar parece haber contribuido a cierto repliegue y a dificultar la conexión logística entre las distintas áreas que controla. Pensar en el contrafactual (no haber contenido militarmente a DAESH) ayuda a organizar el pensamiento. Derrotar militarmente a DAESH es pues una necesidad. Siendo una prioridad evitar su consolidación territorial.
El caso para una intervención militar extranjera basada en derecho en la Responsabilidad para Proteger (R2P) parece pues razonable. Sin embargo son imprescindibles algunas precauciones. De recientes y condenables intervenciones militares extranjeras (algunas de ellas también apelando a R2P) en la zona contra enemigos que no tienen nada que ver con DAESH se han aprendido -dramáticamente- algunas lecciones: generar vacíos de poder conlleva que lo llenen los elementos generalmente más reaccionarios; sin estrategia a largo plazo el estado pasa a ser un no funcional; y sin legitimación internacional (Consejo de Seguridad ONU) la justificación humanitaria es una vulgar coartada para operaciones de Regime Change unilaterales.
Parece claro que tanto USA como Rusia al seleccionar, bombardear y atacar posiciones militares de DAESH han tenido presentes los intereses inmediatos de sus “protegidos” (USA colateralmente buscando contribuir al Regime Change, y Rusia al mantenimiento del régimen). Todo ello ha sido sin ninguna legitimación internacional (aunque podría decirse que en el caso de Rusia, se estaría bajo la cobertura de la solicitud de ayuda del régimen reconocido). Francia se ha implicado significativamente y ha empezado a bombardear contundentemente posiciones de DAESH en Raqqa después de los atentados de París. También en ausencia de legitimación internacional, de momento. Sin embargo, hay algunos movimientos al respecto. Es interesante señalar que ha solicitado “ampara” a los demás estados miembros de la UE y no a la OTAN, facilitando una posible colaboración con Rusia. Así que es intuíble que próximamente la acción militar contra DAESH y su coordinación quede legitimada por el CS ONU (aunque conocidamente imperfecto, único organismo internacional que puede dar una cobertura legítima). En este caso, el hecho de la legitimación en el CS ONU cumple otra función muy importante: por la propia composición, es garantía que no será aprovechado para operaciones de Regime Change.
Volviendo a la lógica antiterrorista en zona europea, el combate militar contra DAESH en su territorio tiene algunas derivadas. A diferencia de otras organizaciones, DAESH prioriza ahora su consolidación territorial. Aunque no está claro el grado de autonomía de las células (o individuos) que se referencian en la organización, sí que parece que la promoción desde el núcleo central de atentados masivos (también en el caso del Airbus ruso) responde (aunque no siempre) a la lógica instrumental de desincentivar a los países que lo atacan (o tienen intención de). Es pronto para hacer lecturas tipo “es señal de debilidad”. Asistimos pues a la paradoja que lo que puede provocar la reacción y realización de nuevos atentados en el corto plazo es la única forma de derrotar en el medio-largo plazo a esta organización, que basa su potencia en el control territorial y los recursos derivados, y su reclutamiento en la capacidad de seducción que ello conlleva.
Así, con la dificultad que supone pensar la complejidad, habrá que plantear una estrategia contra DAESH (tanto en su faceta de agente terrorista como en su faceta proto-estatal), que aprendiendo de los errores y horrores del pasado, aborde todos los niveles, militar –cuándo proceda- incluido. Cómo plantea Julio Rodríguez no únicamente basado en lo militar, pero también.
Las derivadas de esto escapan a esta columna, pero ciertamente también habrá que pensarlas: qué implicación real (y cómo definirla democráticamente) deben tener países como el nuestro, y qué estrategia militar es la más operativa (muchas opiniones apuntan la insuficiencia de la cobertura aérea extranjera y a la necesidad de implicación terrestre real de los países vecinos).
Todo ello requerirá amplios y profundos debates, especialmente en la izquierda. Imprescindibles y en los que no hay una sola razón, dónde el matiz y la especificidad de cada situación serán determinantes. Lo único que no nos podemos permitir es caer en falsos dilemas, renunciar a la honestidad intelectual, priorizar el bienquedar, refugiarnos en conforts intelectuales, hacer política a partir de frases hechas, o responder a nuevos hechos con los tradicionales automatismos mentales.
Concretando el esta guerra, a contra DAESH en “su” territorio, y si es con legitimación internacional, no parece valer el “no”. Ni valen los recursos y slogans del no a la guerra de 2003. Es incluso una frivolidad usarlos, vinculando en el imaginario realidades tan distintas. Hay que derrotar a DAESH (por responsabilidad para proteger allí y por estrategia antiterrorista aquí), e insisto, impedir su consolidación territorial.
Admitiendo que la derrota militar de Daesh no va a solucionar el problema de oriente medio, ni creo que el de Siria, ni que sean los único malvados del mundo, coincido en valorar el aplastamiento militar como la opción menos mala posible en este momento. No es sensato dejar a una organización (o protoestado) sin otro principio conocido que la guerra a lo occidental manejar territorio, recursos naturales , financieros, base industrial y hasta casi recaudar impuestos. Ya lidiaré con la contradicción de ni estar en edad militar ni haber hecho la mili en otro momento.
Muy interesante el artículo que sirve, entre otras cosas, para despejar tal vez aquellas dudas razonables de los no intervencionistas, escarmentados por aventuras guerreras justificadas con un arsenal de mentiras.
En el sistema westfaliano-fundamento del derecho internacional público- la guerra solo oponía estados. Durante la Guerra del Golfo se pudo constatar la asimetría entre el ejército americano y cualquier otro, de modo que los adversarios de occidente no tienen otra elección que una acción asimétrica.
El Consejo de Seguridad está en crisis porque no se adapta a la gestión de los conflictos actuales, cuyos instigadores por lo general no respetan los principios del derecho internacional.
Sin embargo , como ahora es el caso, Francia continua legitimando sus intervenciones con la fuerza del derecho que ampara dos situaciones: legítima defensa individual o colectiva.
El campo de batalla obedece a la lógica de los extremos , pero , dentro del estado beligerante, ni el criminal ni la policía son combatientes.
La multiplicación de estado fallidos, la globalización y las facilidades de desplazamiento hacen que los teatros de guerra y los territorios de paz se interpenetren. Enemigos y criminales se confunden dependiendo del lugar de enfrentamiento y complican así la máxima juridicidad en la defensa del estado.
¿Quién quiere una guerra?
Nadie.
Pero no basta con esclamar ¡No a la guerra!.
Las mujeres que están siendo sometidas por las dictaduras islamístas..¿No merecen una guerra?.
Los niños que son militarizados por las dictaduras ¿No merecen una guerra?.
La pobreza y el hambre ¿No merecen una guerra?.
La lucha por los derechos humanos ¿No merecen una guerra?
Pero lo malo de las guerras es que hay quienes matan para liberar ,mientras otros matan para someter.
¿De que lado están ustedes?.
Yo del de la vuelta de la mili obligatoria….ejem.