Una de espías

GCO

Parece el argumento de una novela negra. Resultaría emocionante si no fuera tan vergonzosamente bochornoso. La muerte el pasado jueves de Alexander Litvinenko en Londres nos devuelve de lleno a una lógica que todos creíamos olvidada. Bueno, según parece, no todos. Un ex espía de la KGB, crítico acérrimo de Vladimir Putin, muere en Londres, donde permanecía exiliado porque temía por su vida. A la luz de los acontecimientos, sus temores eran más que fundados.

Nadie conoce a ciencia cierta qué fue lo que le mató. Scotland Yard habla de “una muerte sin explicaciones� y dice que están investigando. Se han barajado todo tipo de sustancias. Se habló de talio radioactivo, pero un examen del cadáver ha reflejado que en su orina se ha encontrado una alta cantidad de polonio 210, una sustancia altamente radioactiva. Además, en las investigaciones se ha encontrado restos de esta sustancia radiactiva en su casa, en su hotel y en el restaurante donde el fallecido decía que había sido envenenado después de una reunión con unos contactos que le habrían dado información clave para su investigación: Los nombres de lo asesinos de Anna Politkovskaya. El Foreing Office de Londres le da una especial relevancia al caso y puede desencadenar una crisis diplomática entre Rusia y el Reino Unido. Esta historia tiene todos ingredientes de una película de espías en plena Guerra Fría.

Varios amigos de Litvinenko han hecho pública una carta que el ex espía escribió antes de morir, y en donde deja claro quién es el responsable último de su situación: El presidente Ruso, Vladimir Putin. El fallecido decía tener claro que el FSB, los servicios secretos Rusos, le envenenaron el 1 de noviembre pasado, tras una reunión en el restaurante londinense.

Según parece, Litvinenko estaba metiéndose donde no le llamaban. Acusaba, y decía tener pruebas de ello, al FSB ruso como el responsable de los atentados contra un bloque de edificios en el Moscú de 1999. Una coyuntura perfecta para la campaña electoral de Putin, que utilizó para ganar los votos necesarios para su elección. Litvinenko decidió también investigar la muerte de la periodista Ana Politkovskaya, asesinada el pasado 7 de octubre de 2006. Una de las pocas voces valientes que se atrevían desde el interior de Moscú a señalar con el dedo y a destapar las políticas de tierra quemada de Putin, digamos, por ejemplo, en Chechenia.

Y es que detrás de esta historia de espías, se esconde algo más truculento. Porque en ambos casos, las sospechas giran siempre en la misma dirección: Putin y sus servicios secretos. Moscú ha negado categóricamente las acusaciones. Incluso, con el cinismo que le caracteriza, Putin cuestionan que haya sido un asesinato. En ambos casos, parece que no hay pruebas concretas que puedan incriminar directamente al presidente ruso. Y en ambos casos, pocos parecen tener dudas de que Putin tiene alguna que otra responsabilidad en los asesinatos.

La Unión Europea, Estados Unidos, occidente en general, hacen la del avestruz. No vaya a ser que haya que enterarse, oficialmente, de las barbaridades que comete un gobierno aliado con el que están obligados a entendernos. No vayan a caer en la propia trampa de tener que presionar a un país que te puede dejar sin el material energético necesario para los lucrativos negocios. Así que miramos para otro lado, y aquí paz y después gloria.

Pero esta vez la historia de espías puede salirse del tiesto. Esta vez, quien lo haya hecho ha puesto en peligro la vida de una población que, en la cínica lógica occidental, vale más que la de cualquier “checheno loco�.

Si Ana Politkovskaya o Alexander Litvinenko, ambos personajes mediáticos han podido ser asesinados ante nuestra mirada atónita, que no pasará en la Rusia profunda, mientras Putin se reúne con la elite de la democracia en cumbres como las del G8. Qué no pasará en las entrañas de Moscú, de Siberia, de la maltratada Grozni.

El tiempo pasará y se olvidará la historia de espías. Nadie nos contará quién mató a Anna Politkovskaya o a Alexander Litvinenko. Nunca se podrá confirmar si Putin estuvo o no detrás del asesinato. Y seguirán las exportaciones con Rusia: sólo las ventas exteriores de la UE a su vecino eslavo alcanzan los 4.971 millones de euros, y eso es demasiado dinero.

Pero en estas historias algo queda en evidencia: Cada vez que sucede algo así, somos un poquito responsables por nuestra permisibilidad, perdemos un poquito de nuestra presupuesta legitimidad moral para exigir cosas tan básicas como el respeto a los derechos humanos.

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