Lobisón
El comisario Olli Rehn, al hacer balance de las economías de la UE, recomendó a España hacer recortes complementarios para asegurar el cumplimiento del déficit comprometido para 2014. E inmediatamente el ministro Guindos afirmó que no creía que fueran a ser necesarios. Ocupados en la huelga de basuras de Madrid, y acostumbrados a que Guindos y Montoro vayan así de desenvueltos por la vida, no hemos reparado demasiado en ello. Pero se diría que el mundo económico tampoco se ha conmocionado, y esto es más raro.
Supongamos, es un suponer, que hemos llegado al fin a un punto de inflexión, y que a los economistas —excepto Jens Weidmann y sus colegas del Bundesbank— les preocupa ya más el crecimiento que la austeridad. No quisiera que se me malentendiera: no se trataría de una milagrosa conversión al keynesianismo, ni nada así. Simplemente se trataría de que para hacer posible la deseada e indiscutida consolidación fiscal se consideraría llegado el momento de prestar más atención al crecimiento y menos a los recortes.
Los detonantes inmediatos serían dos. Por una parte el menor crecimiento de la economía europea en el tercer trimestre, por otra el riesgo de entrar en una trampa deflacionaria que revela la caída de la tasa de inflación, muy por debajo del 2% de objetivo. Pero además hay que recordar que no todos los economistas son como los del Bundesbank, que ya el FMI había confesado que no esperaba que los recortes provocaran en Grecia una recesión tan catastrófica, y que la propia UE había relajado los objetivos de déficit para dilatar su cumplimiento en el tiempo.
La cuestión, ahora, es si es más peligroso correr riesgos por el lado del crecimiento o por el del déficit. Si se extiende el sentimiento de que el riesgo más grave es recaer en la recesión y entrar en deflación, se podrían atisbar algunos síntomas de racionalidad en la política económica europea, y los gobiernos nacionales podrían tener más margen de maniobra para curar las heridas de la crisis, momento en el que, por cierto, sería más fácil distinguir entre los recortes intencionales, movidos por la ideología, y los realizados por necesidad aunque con una considerable dosis de miopía e insensibilidad.
En este contexto es en el que el PP se plantea bajar los impuestos para recuperar a sus electores alejados por el maltrato de estos dos años. Por supuesto, no es seguro que vaya a tener el suficiente margen para hacerlo, y no es tan fácil prever el rendimiento electoral que pueda obtener. Pero parece evidente que la izquierda debería plantearse una alternativa basada en la reforma fiscal —para disminuir la presión sobre las rentas bajas— y en la prioridad de los derechos sociales y la reconstrucción de los sistemas públicos. Aunque esto tenga menos morbo que las quinielas sobre las primarias.
Esto de la reforma fiscal me recuerda algo que planteaba Joaquín Estefanía, en El País, en una de píldoras diarias de “doctrina” que ha impartido en el contexto de la conferencia Política del PSOE. Esas píldoras iban de la loa a los responsables del sarao a cuenta del nuevo reformismo [“El reformismo de esas páginas -constitucional, fiscal, energético, laboral, financiero-, está bien sustentado. Se nota el papel de Rubalcaba y Ramón Jáuregui”] al ajuste de cuentas con el odiado período de ZP [“Durante los años de UCD… y los socialistas de Felipe González…, la desigualdad se redujo con más o menos ahínco. A partir de 1996 (las dos legislaturas de Aznar y las de Zapatero), la desigualdad aumenta porque se distribuyen peor los frutos de ese largo ciclo de crecimiento económico de 14 años y medio. En este aspecto, el PSOE tiene que hacer un profundo acto de contricción …Los impuestos son civilización…Dadas las tesis de Zapatero (`bajar los impuestos es de izquierdas’ o `la redistribución se hace a través de los gastos pero no de los ingresos´), el nuevo PSOE, sea quien sea el que lo lidere, habrá de hacer un esfuerzo para recuperar la fiabilidad entre la ciudadanía, tan deteriorada”]. Un profundo acto de contricción, eso es lo que pedía Estefanía. Sólo le faltaba detallar la penitencia.
Lo mejor de eso último sobre los impuestos es que puede que a las próximas elecciones concurran dos proyectos fiscales, el del nuevo reformismo que deja atrás al traidor ZP y el del PP –que según contaba El País y hoy recuerda Lobison-, pretende ofertar una bajada impositiva. Tal vez los ciudadanos se pronuncien entonces sobre lo que opinan de subidas o bajadas de impuestos.
Dice Lobison que “la izquierda debería plantearse una alternativa basada en la reforma fiscal —para disminuir la presión sobre las rentas bajas— y en la prioridad de los derechos sociales y la reconstrucción de los sistemas públicos”. Yo estoy de acuerdo. Pero no sé que opinará de eso el intelectual orgánico (o inorgánico o protoplasmático o lo que sea): ¿eso no es “bajar impuestos”? ¿eso es también “civilización”?
Muchas gracias, Barañain, por salvarme de la soledad. Pero siento que las vacaciones no te han sentado bien. Das un tono muy agresivo a tus desacuerdos que hace sangrar mi tierno corazón, aunque sean otras tus víctimas, porque a menudo son personas a las que tengo estima, con razón o sin ella.
La idea de Estefanía me parece razonable: se debería haber hecho una reforma fiscal y no simplemente haber aprovechado la bonanza, entre otras cosas para relacionar simbólicamente derechos y deberes. Otra cuestión es cómo se logra una buena fórmula fiscal, que sea justa y realizable (cobrar más impuestos a los ricos es un buen eslogan, pero no es tan fácil de realizar), y que haga a los ciudadanos sentir, siguiendo la vieja fórmula, que los impuestos son el precio a pagar por vivir en una sociedad civilizada.