“Capitalismo progresista” no es un oxímoron

José D. Roselló

«Una de las cosas que se envidian del mundo anglosajón, o al menos se envidia desde aquí es el pluralismo y diversidad de sus debates económicos. Como muestra valga este articulo de Joseph E Stiglitz, Premio Nobel de Economía en el año 2001, aparte de académico, asesor gubernamental autor y según la acepción de EEUU liberal”que viene a ser lo que aquí llamaríamos“de izquierdas”, pero también absolutamente reputado.

El artículo se llama“Capitalismo Progresista”no es un oxímoron, y en él Stiglitz repasa la situación de los EEUU hoy, a la luz de la política macroeconómica de los últimos 30 años. Resulta curiosa la absoluta ausencia de reflexiones de este tipo, o al menos argumentos compartidos a este lado del Atlántico, no hablemos ya del caso particular Español. La curiosidad se vuelve extrañeza y casi casi con un punto de conspiratoria cuando se supone que la «socialdemocracia está en crisis».

Sean indulgentes con la traducción ya que la realiza un completo amateur. El caso es que, aunque el estilo pueda ser poco fluido, al Sr Stiglitz se le entiende todo.(Este artículo es una traducción no profesional del artículo “Progressive Capitalism Is Not an Oxymoronde J. E. Stiglitz publicado en el New York Times el 19/04/2019).

A pesar de las tasas de desempleo más bajas desde fines de la década de 1960, la economía estadounidense está fallando a sus ciudadanos. Alrededor del 90 por ciento ha visto que sus ingresos se estancaron o disminuyeron en los últimos 30 años. Esto no es sorprendente, dado que Estados Unidos tiene el nivel más alto de desigualdad entre los países avanzados y uno de los niveles más bajos de oportunidad, con las posibilidades de los jóvenes estadounidenses más dependientes de los ingresos y la educación de sus padres que en cualquier otro lugar.

Sin embargo las cosas no tendrían por qué ser así. Existe una alternativa: el capitalismo progresista. El concepto “capitalismo progresista” no es un oxímoron; De hecho, podemos canalizar el poder del mercado para servir a la sociedad.

En la década de 1980, las «reformas» regulatorias de Ronald Reagan, que redujeron la capacidad del gobierno para frenar los excesos del mercado, se vendieron como grandes dinamizadores de la economía. Pero sucedió lo contrario: el crecimiento se desaceleró y, más raro aún, esto hecho se dió en la capital mundial de la innovación.

La “subida de azúcar” producida por la generosidad del presidente Trump con las empresas en la ley fiscal de 2017 no resolvió ninguno de estos problemas a largo plazo, y ya se está desvaneciendo. Se espera que el crecimiento sea un poco menos del 2 por ciento el próximo año.

A esto hemos llegado, pero no es donde tenemos que quedarnos. Un capitalismo progresista basado en una comprensión de las causas del crecimiento y el bienestar de la sociedad, nos permitiría salir del atolladero y mejorar nuestros niveles de vida.

El nivel de vida comenzó a mejorar a fines del siglo XVIII por dos razones: el desarrollo de la ciencia (descubrimos cómo estudiar la naturaleza y utilizamos ese conocimiento para aumentar la productividad y la longevidad) y los cambios en la organización social (como sociedad, aprendimos cómo trabajar juntos, a través de instituciones como el estado de derecho y las democracias con controles y balances).

La clave para ambos eran los sistemas de evaluación y verificación de la verdad. El peligro real y duradero de la presidencia de Trump es el riesgo que representa para estos pilares de nuestra economía y nuestra sociedad, su ataque a la idea misma del conocimiento y la experiencia, y su hostilidad hacia las instituciones que nos ayudan a descubrir y evaluar la verdad.

Existe un pacto social más amplio que permite que una sociedad funcione y prospere en conjunto, y eso también se ha debilitado. América creó la primera sociedad verdaderamente de clase media; ahora, el concepto de clase media está cada vez más fuera del alcance de sus ciudadanos.

América ha llegado a este lamentable estado de cosas porque olvidamos que la verdadera fuente de riqueza de una nación es la creatividad y la innovación de su gente. Uno puede enriquecerse ya sea agregándolo a la tarta económica de la nación o apoderándose de una porción más grande de la tarta explotando a otros, abusando, por ejemplo, del poder del mercado o de las ventajas informativas. Hemos confundido el arduo trabajo de la creación de riqueza con el acaparamiento de riqueza (o, como lo llaman los economistas, la captación de rentas), y muchos de nuestros jóvenes preparados han seguido los cantos de sirena, orientándose a alcanzar un enriquecimiento rápido.

Desde la era de Reagan, la política económica ha desempeñado un papel clave en esta distopía: al mismo tiempo que los impulsos de la globalización y el cambio tecnológico contribuían a la creciente desigualdad, adoptamos políticas que empeoraban las desigualdades sociales. A pesar de teorías económicas como la Economía de la información (que explica como se toman decisiones con la constante información imperfecta); la Economía del comportamiento y la Teoría de juegos, surgieron para explicar por qué los mercados por si solos, no son ni eficientes, ni justos, ni estables o siquiera aparentemente racionales, confiamos más en los Mercados y redujimos las protecciones sociales.

El resultado es una economía con más explotación, como por ejemplo sucede con las prácticas abusivas en los sectores financiero o de la tecnología, que utilizan nuestros propios datos para aprovecharse de nosotros a costa de nuestra propia privacidad.

El debilitamiento de la aplicación de la ley antimonopolio y el fracaso de la regulación en adaptarse a los cambios en nuestra economía que abrieron la puerta a nuevas maneras de crear y aprovecharse del poder de mercado, hicieron que estos se volvieran más concentrados y menos competitivos.

La política ha jugado un papel importante en el aumento de la captura de rentas corporativa y la desigualdad que la acompaña. Los mercados no existen en un vacío; Tienen que estar estructurados por reglas y regulaciones, y esas reglas y regulaciones deben ser aplicadas. La desregulación del sector financiero permitió a los banqueros participar tanto en actividades de riesgo excesivo como en actividades más extractivas. Muchos economistas entendieron que el comercio con los países en desarrollo reduciría los salarios estadounidenses, especialmente para aquellos con habilidades limitadas, y destruiría empleos.

Podríamos y deberíamos haber brindado más asistencia a los trabajadores afectados (al igual que deberíamos brindar asistencia a los trabajadores que pierden sus empleos como resultado del cambio tecnológico), pero los intereses de las grandes empresas se opusieron. Un mercado laboral más débil convenientemente significaba menores costes de mano de obra a nivel nacional que complementaba los negocios de mano de obra barata empleados en el extranjero.

Ahora estamos en un círculo vicioso: una mayor desigualdad económica está llevando, en nuestro sistema político, donde la financiación privada es tan relevante, a una mayor desigualdad política, con normativas menos exigentes y desregulación, que vuelven a causar aún más desigualdad económica. Si no cambiamos el rumbo, el escenario empeorará, ya que las máquinas (inteligencia artificial y robots) reemplazan una parte cada vez mayor de los trabajos rutinarios, con especial atención a los empleos de varios millones de estadounidenses que se ganan la vida conduciendo.

La receta se desprende del diagnóstico: comienza reconociendo el papel vital que desempeña el estado en hacer que los mercados sirvan a la sociedad. Necesitamos regulaciones que aseguren una fuerte competencia sin explotación abusiva, realineando la relación entre las empresas y los trabajadores que emplean y los clientes a los que se supone que deben atender.

Debemos ser tan resueltos en la lucha contra el poder de mercado como el sector corporativo en aumentarla. Si hubiéramos frenado la explotación en todas sus formas y fomentado la creación de riqueza, habríamos tenido una economía más dinámica con menos desigualdad. Podríamos haber frenado la crisis de los opiáceos y haber evitado la crisis financiera de 2008. Si hubiéramos hecho más para mitigar el poder de los oligopolios y fortalecer el poder de los trabajadores, y si hubiéramos hecho asumir a nuestros bancos su responsabilidad, la sensación de impotencia podría no ser tan generalizada y los estadounidenses podrían confiar más en nuestras instituciones.

Hay muchas otras áreas en las que se requiere la acción del gobierno. Los mercados por sí solos no ofrecen seguros contra algunos de los riesgos más importantes que enfrentamos, como el desempleo y la discapacidad. No proporcionarán eficientemente pensiones con bajos costes administrativos y seguro contra la inflación. Y no proporcionarán una infraestructura adecuada o una educación decente para todos, ni realizan una investigación básica suficiente.

El capitalismo progresista se basa en un nuevo contrato social entre los electores y los cargos publicos, entre los trabajadores y las empresas, entre ricos y pobres, y entre los que tienen trabajo y los que están desempleados o subempleados.

Parte de este nuevo contrato social es que exista una opción pública, o que se amplie, para muchos programas que ahora brindan las entidades privadas e incluso que se creen más. Fue un error no incluir la opción pública en Obamacare: hubiera enriquecido las opciones y aumentado la competencia, bajando los precios. Pero también se pueden diseñar opciones públicas en otros ámbitos, por ejemplo para jubilaciones e hipotecas. Este nuevo contrato social permitirá a la mayoría de los estadounidenses volver a tener una vida de clase media.

Como economista, siempre me preguntan: ¿podemos darnos el lujo de proporcionar esta vida de clase media para la mayoría, y mucho menos para todos, los estadounidenses? De alguna manera, lo hicimos cuando éramos un país mucho más pobre en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En nuestra política, en nuestra participación en el mercado laboral y en nuestra salud, ya estamos pagando el precio por nuestros fracasos.

La fantasía neoliberal de que los mercados sin trabas proporcionarán prosperidad a todos debería dormir el sueño de los justos Es tan errónea como la idea de que tras la caía del Telón de Acero estábamos viendo «el fin de la historia» y de que pronto seríamos democracias liberales con economías capitalistas.

Lo más importante es que nuestro capitalismo explotador ha determinado quiénes somos como individuos y como sociedad. La deshonestidad desenfrenada que hemos visto de Wells Fargo y Volkswagen o de miembros de la familia Sackler cuando promocionaban drogas que sabían que eran adictivas. Esto es lo que se espera en una sociedad que otorga a la la búsqueda de ganancias el papel guía y garante, «como por una mano invisible» según Adam Smith, del bienestar de la sociedad, sin distinguir si esas ganancias se derivan de la explotación, de la extracción o de la creación de riqueza

 

 

6 comentarios en ““Capitalismo progresista” no es un oxímoron

  1. Ese capitalismo progresista no es la socialdemocracia que algunos defendemos? Pregunto.

Deja una respuesta