Juanjo Cáceres
«Tendieron Don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces de ellos no visto; parecíoles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y llardetes (…) En esto llegaron corriendo, con grita, lililíes y algazara, los de las libreas adonde Don Quijote suspenso y atónito estaba, y uno de ellos, que era el avisado de Roque, dijo en voz alta a Don Quijote: «Bienvenido sea a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante (…)»
Así se narra, en el capítulo 61 de la segunda parte del Quijote, la llegada del caballero andante a Barcelona, en una novela que dio a Miguel de Cervantes talla de autor universal, a la altura de su inconmensurable contemporáneo William Shakespeare. Desconocemos realmente si el autor estuvo alguna vez en la ciudad condal. La cervantina Carme Riera rechazaba en 2005 la hipótesis planteada por otro cervantino, Martín de Riquer, de que Cervantes se encontrara en Barcelona en 1610 y defendía, en cambio, que es probable que pasase por allí en 1571. En mi modesta opinión, estas especulaciones contrastan con el escaso esfuerzo hecho por Cervantes en retratar la ciudad en la novela, puesto que se habla bien poco de ella y se aprecia una cierta ausencia de referencias toponímicas (aunque alguna hay, como Montjuic). Además, las menciones festivas que aparecen podrían ser compartidas con otras muchas poblaciones y se describe un paisaje marítimo que bien podría ser homologable al de cualquier otro lugar. Pero viniera o no el autor, una cosa resulta poco discutible: Don Quijote sí que estuvo allí, tras renunciar a acudir a otra ciudad de la todavía existente Corona de Aragón, Zaragoza, lo cual tuvo mucho que ver con el desarrollo argumental perpetrado por el autor de la continuación apócrifa del Quijote, el denominado Quijote de Avellaneda.
Algunos años después, el 16 de noviembre de 2021, el grupo municipal de Ciudadanos del Ayuntamiento de Barcelona trasladaba a la Comisión de Derechos Sociales, Cultura y Deportes la propuesta de iniciar los trámites para colocar una estatua en homenaje a Don Quijote y Sancho Panza en la playa de la Barceloneta y otra de Miguel de Cervantes en la entrada del parque que lleva su nombre, así como crear una nueva ruta turística sobre la Barcelona de Cervantes y el Quijote. El debate que se mantuvo a continuación puede verse en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=voLFnGdU13g a partir del minuto 96. En su intervención inicial, el concejal de Ciudadanos enumera algunas de las referencias ya existentes en Barcelona sobre Alonso Quijano y Cervantes. Interviene a continuación una concejala de ERC para calificar la propuesta de extemporánea y hacer una nueva enumeración de elementos cervantinos de la ciudad. Tras señalar que evidentemente que hace falta que los artistas hagan estatuas en la ciudad, pero no precisamente esa estatua, anuncia su voto contrario. Interviene a continuación el concejal Mascarell, que en su día gobernó con el PSC y ahora es concejal de Junts, quien hace una enumeración de los vínculos entre el autor, la obra y la ciudad. Tras señalar que le parece bien la escultura, expresa una salvedad técnica para señalar que esa no es la comisión adecuada para proponerlo y anuncia por ese motivo su abstención. Le toca a continuación a un concejal del PP, quien manifiesta que los reconocimientos de la ciudad a Cervantes no son suficientes, que ha faltado entusiasmo político por parte de los diferentes gobiernos municipales y anuncia su voto a favor. Barcelona pel Canvi, el grupo del exconcejal Manuel Valls, y la concejala no adscrita Barceló suman sus votos también a la propuesta. Interviene a continuación el teniente de alcaldía Jordi Martí, en nombre del gobierno Barcelona En Comú-PSC, quien discrepa de esa concepción monumentalista, de que una estatua sea el mejor homenaje para un escritor, de que Cervantes no se sitúe ya por encima de colores políticos barceloneses y anuncia su voto en contra, remitiéndose también a las diferentes referencias cervantinas y actividades ya mencionadas desarrolladas en Barcelona. Acaba señalando que se pueden hacer cosas mejores, sin indicar cuáles, y dejando paso al segundo turno de intervenciones. En esta ocasión, el concejal del grupo proponente se ofrece a entregar una estatua de forma gratuita a la ciudad, si se instala en el lugar mencionado de la Barceloneta, lo que abre la puerta a una cascada de comentarios jocosos previos a la confirmación de los diferentes votos, tras lo cual queda rechazada la propuesta gracias al voto en contra de los tres principales grupos del pleno (ERC, Comuns y PSC).
La decisión tomada por la Comisión generó en los días siguientes una buena cascada de titulares negativos en diferentes medios, seguidos de algunos artículos más profundos, como el redactado por la ya mencionada Carme Riera en el suplemento ‘Cultura|s’ de la Vanguardia el día 20 de noviembre. La también autora del libro El Quijote en 2005 desde el nacionalismo catalán recuerda el rechazo que la obra suscitaba entre insignes representantes del nacionalismo decimonónico catalán, en particular Valentí Almirall y Prat de la Riba. También las controversias de 1905, año del tercer centenario de su publicación, entre partidarios de sumarse a las celebraciones, como Miquel dels Sants Oliver (“Haciendo nuestro a Cervantes contribuimos a la nueva España”), y detractores, como Manuel Folch i Torres (“Quédense los castellanos con su Quijote y buen provecho les haga”). Pero sobre todo rememora la contribución catalana al cervantismo, citando los artículos de esa época elaborados por Ramon Miquel i Planas, quien recordaba que el librero barcelonés Rafael Vives fue el primero en imprimir juntas las dos partes en 1617, que la primera edición facsímil también era catalana y que el mismo origen tenían las mejores ediciones de la obra.
“Más Cervantes en Barcelona significa más cultura, mayor internacionalización de la misma puesto que El Quijote sigue siendo la primera novela moderna, fuente de inspiración de escritores de todo el mundo” afirma en su artículo Carme Riera, tras recordar que Cervantes puso a la ciudad en el mundo con su obra mucho antes que el Barça y señalando, después, que dichas estatuas bien podrían contribuir a que llegase a la ciudad “algún turista culto y menos meones”. En términos parecidos se expresa Sergio Vila-Sanjuán, mediante un artículo más breve publicado junto al de Riera: “Encontramos claros rastros de Cervantes en las bibliotecas, en alguna fachada histórica, en el Poble Espanyol, en una callecita del Barri Gòtic. Pero (…) en una ciudad donde abundan estatuas y bustos de autores de méritos muy variados y hasta discutibles, con quien tanto elogió e internacionalizó Barcelona nos hemos quedado bastante cortos”.
En honor a la verdad, puede considerarse que, en cierta medida, Barcelona ha hecho suyo el autor, ya que incluso le ha dedicado una ruta literaria (esta: Don Quijote en Barcelona, aunque de anotaciones históricas un tanto revisables), pero apenas nadie conoce cuáles son esos rastros cervantinos barceloneses que los concejales relataron el pasado día 16 y que el propio Jordi Martí reconocía que se las habían preparado los técnicos de su equipo. Tampoco nadie, en ningún lugar de Barcelona, se siente imbuido de ninguna forma de ambiente cervantino. Mucho menos aun en el Parque de Cervantes, creado en 1965, donde los únicos protagonistas del mismo son los rosales y donde pese a haber tres esculturas, todo lo que aparece de Cervantes es una placa conmemorativa instalada en 2005 con motivo del cuarto centenario. Cierto es que, precisamente, los actos conmemorativos del cuarto centenario, en 2005, bajo mandato del alcalde socialista Joan Clos, que también rememora Carme Riera, fueron importantísimos, pero también lo es que lo fueron, a diferencia de los de 2016, año del cuarto centenario de la muerte de Cervantes, ya bajo mandato de Ada Colau. Y esta falta de atención a lo cervantino o a lo quijotesco, que se venía ya arrastrando, culminaba en esa comisión con el rechazo a una propuesta que seguramente no hubiera cambiado nada –y a un menos la condición de urinario que por las noches tiene la Barceloneta, a la cual una estatua probablemente pueda acabar también contribuyendo, pero por lo menos la cuestión merecía un debate más digno, de más hondura y de más altura propositiva que el mantenido por los concejales allí presentes.
No han sido pocos los que han percibido que con esa negativa el feo no se le estaba haciendo a Ciudadanos, sino a Cervantes, y que el gobierno municipal no está precisamente en el mejor momento para dar lecciones de estética en el espacio público, tras un año y medio de urbanismo táctico. Pero quizás no sea esa la principal cuestión a tener en cuenta, como no lo son tampoco las polémicas identitarias catalanas con Cervantes, por rechazables que sean, especialmente en su vertiente pseudohistórica. Lo inquietante son los problemas de autoconcepto. No entender la relevancia que la ciudad tiene en el Quijote, cuando allí terminan de forma dramática tanto su viaje como casi todas sus ilusiones; no ser conscientes de que convertirse en escenario de una novela de alcance universal genera una deuda de un valor incalculable con su autor, y no ser capaces de hacer un diagnóstico realmente honesto del escaso alcance que hasta la fecha ha tenido el reconocimiento que de todo ello hace Barcelona, puede ser un ejemplo de una deriva mayor. Una deriva en la que tal vez es la propia ciudad la que se encuentra en un viaje hacia ninguna parte, donde ‘qui any passa, any empeny’.
Tanto Barcelona como Catalunya son señaladas a menudo con una palabra muy incómoda por los detractores de sus gobiernos: decadencia. La ilusión y la autoestima que la ciudad tenía décadas atrás es cada vez más un borroso recuerdo olímpico, que se ha ido diluyendo a un más en los últimos años por las experiencias pandémicas o la crisis integral que atraviesa el principal club futbolístico de la ciudad, entre otros factores. Pero precisamente la cultura, el patrimonio histórico, o en este caso el patrimonio literario, pueden ofrecer una cierta luz en tiempos de tonalidades grises. Y lo que seguro que nos recuerda Cervantes, 400 años después de su fallecimiento, es que tenemos toda una Barcelona de principios del siglo XVII, contemporánea de la novela, por redescubrir.
Excelente artículo y muy bien documentado. De hecho he bajado el folleto de Don Quijote en Barcelona para una próxima visita a la ciudad y del que me he permitido subrayar el siguiente pasaje :
[…] «Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto »
Imposible estar en desacuerdo con el Caballero de la Triste Figura .
Mucho paletismo se relata en este artículo. Lamentablemente hay mucho, también en Madrid.
Se me cortó. También en Madrid cuando se apropia de todo lo «español» facilitando la tarea de los paletos periféricos.
Parece que el punto medio del paletismo – entre poco y mucho – pertenece al PSOE , bálsamo de fierabras , estrella fulgurante hecha España , partido que la define , aliado ocasional de quienes quieren destruirla ( sì , coño sì ) destruirla .