Doris Lessing a los 90

Frans van den Broek 

El 22 de este mes cumple Doris Lessing la venerable edad de 90 años. Su vida se extiende, por tanto, a lo largo de uno de los más violentos e intensos siglos que la humanidad haya conocido jamás, hecho que se refleja en su obra y, sobre todo, en su actitud como creadora y comentarista cultural. En reconocimiento de su importancia, se le concedió el premio Nobel el año 2007, noticia que recibió de una manera que en casi cualquier otro caso habría interpretado como impostura o incluso vanidad, pero que en el suyo hasta me pareció predecible, en acuerdo con el espíritu de su obra y las normales limitaciones de la edad: “Oh, God”, exclamó, con tono contrariado, al enterarse por un periodista que la esperaba a la puerta de su casa de la concesión del premio, y con un gesto que indicaba el cansancio que le procurarían la atención de los medios y la segura retahíla de preguntas que tendría que empezar a contestar. ¿Quién se encargaría de la compra que acababa de hacer, además? La amabilidad venció muy pronto a la contrariedad, sin embargo, y tuvo la entereza de sentarse a la puerta de su casa para responder con sencillez a la prensa y sonreír con ironía cuando las preguntas, como suele ser en estos casos, se deslizaban a lo trivial. Creo que quien haya leído su obra con la debida paciencia y suficiente desprejuicio, entenderá porqué afirmo lo anterior.

Doris Lessing (Doris May Tayler), nació en 1919, en la antigua Persia, lugar al que su familia había emigrado por el trabajo de su padre como funcionario de un banco. Allí vivió los primeros cinco años de su vida, de los cuales conservó siempre algunos recuerdos, una de cuyas más bellas evocaciones se encuentra en uno de sus libros sobre gatos, “Particularly cats”. El bello animal con el que viviera entonces se convertiría, escribe Lessing, en el arquetipo de todos sus gatos, la forma original a la que concedería la categoría de humilde eternidad que nos podemos permitir los humanos. Tras este puesto de funcionario, los padres de Lessing deciden aceptar una oferta del imperio británico de ir a vivir a Rodesia, la actual Zimbabwe, para convertirse en agricultores, con promesas de rápidas ganancias y segura prosperidad. Lessing permanecerá en este país desde su niñez hasta el año 1949, y será su experiencia africana la que signe buena parte de la primera fase de su obra, y que volverá a resurgir en novelas posteriores.

Las promesas de prosperidad resultaron más bien en un relativo fracaso, lo que agrió el carácter de sus padres y les impuso una vida austera y desastrada. Como tantos británicos del imperio, los padres de Lessing habían soñado con hacer dinero y volver a Inglaterra, o al menos con crear un mundo de brillantez similar al que ya ostentaba el imperio británico en India. Pero tuvieron que conformarse con la supervivencia en un terreno menos fértil de lo que se les había prometido y en un mundo con desastres económicos que hacían impredecibles los precios de los productos. Esta experiencia la vuelve a recobrar Doris Lessing en su bella última novela, que rehace la vida de sus padres en dos versiones: la que tuvieron, y la que hubieran podido tener de no haberse encontrado jamás.

La madre de Lessing, de carácter energético y dominante, empuja a Lessing a la rebeldía, y la lleva finalmente a abandonar la casa paterna muy pronto, sobre los quince años, para buscarse la vida en Salisbury. Pero si la madre fue siempre una influencia determinante de su carácter y su creación, la influencia más trágica, más profunda, en muchos sentidos, fue la de su padre. Éste había peleado en la primera guerra mundial y perdido una pierna durante la misma, la Gran Guerra a la que todos fueron con algarabía y sueños de heroísmo, sólo para volver devastados y arruinados moralmente. El padre de Lessing, un hombre sensible y hasta frágil, jamás se recuperó de esta experiencia, y le acompañó siempre una rezumante sensación de traición y de engaño. Lessing afirma que estas sensaciones, aunque pertenecientes a una generación anterior, afectaron su vida también de muchas maneras, así como la vida de toda una nación y hasta de todo el mundo occidental. De hecho, su primera serie de novelas se llama “Los niños de la violencia”, en alusión a este hecho. 

Lessing se hizo comunista durante su estancia en Salisbury, se casó dos veces, y tuvo tres niños, dos de su primer matrimonio con Frank Wilson, un funcionario, y uno con Gottfried Lessing, un alemán emigrado y comunista también, de profesión abogado, del que conservó siempre el nombre. A Inglaterra se llevó su tercer hijo y el manuscrito de su impactante primera novela “The Grass is singing”, y, por supuesto, su larga experiencia africana, de la que extraería material para muchas novelas y cuentos, y para su militancia comunista y anticolonialista. Tras su serie sobre la vida de Martha Quest, publica en 1962 la que sería hasta hoy su novela más mentada y recordada, y también la que más esfuerzo le costó escribir y aún más esfuerzo tratar de defender de admiradores y enemigos por igual, “The Golden Notebook”.

Esta compleja novela fue inmediatamente apropiada por el movimiento feminista, que hizo de ella objeto de culto, para indignación de Doris Lessing misma, quien durante toda su vida intelectual ha rechazado las categorizaciones fáciles, las simplificaciones y los clichés. La novela es también un ajuste de cuentas con su militancia comunista, no en el sentido de plantearse como un reto a su ideología en sí, si bien los horrores de Stalin y el socialismo realmente existente también ejercen de motivaciones negativas, sino como un replanteamiento de las fundamentaciones psicológicas que hicieron posible en su caso tanto la adscripción al partido, como su escepticismo con relación al mismo. Antes que una novela política, es, por consiguiente, una novela de la psique femenina confrontada con las nuevas condiciones sociológicas e históricas que le toca vivir a sus personajes y que coinciden con las de Lessing, razón por la cual el movimiento feminista la aclamó como una de las suyas. 

Por estos años se interesa Lessing también por el sufismo, pero no por cualquier tipo de sufismo, sino por la versión que propala el polígrafo afgano Idries Shah, cuyos libros introducen al lector occidental a una visión más liberal del mismo, de orden antes psicológico o práctico-filosófico, si se quiere, que religioso. Es su interés por la psicología, precisamente, la que lleva a Lessing a interesarse por este método de conocimiento, del que tiene primera noticia a través del libro “The Sufis”, publicado en los años sesenta. El libro fue tan importante en su desarrollo intelectual que Lessing ha afirmado que si se le preguntara qué libro había cambiado su vida de manera más decisiva, no dudaría en escoger este, el que representó para ella un vuelco en su manera de aproximarse a sí misma, a su creación y al mundo. Para quien conozca el contenido del mismo, imposible de resumir en pocas líneas, no le resultará demasiado sorprendente esta afirmación, pero cabe hacer algunas puntualizaciones.

El sufismo de Lessing no es de carácter religioso, en el sentido de suponer la adscripción a religión particular alguna, ni siquiera al islamismo, sino, repito, de carácter psicológico y hasta sociológico, y, extendiendo un tanto el concepto, de carácter mítico (esto último estimulado por su interés en la psicología analítica de Jung y sus ulteriores incursiones en la ciencia ficción). Es más, Lessing no siente ninguna afinidad por la religión en general. Toda devoción, aunque valiosa en determinadas circunstancias, es para Lessing peligrosa, si está desprovista del necesario escepticismo que hace comprender su funcionalidad relativa. Para esta versión del sufismo existe, como para las religiones, un mensaje de orden espiritual, que las religiones tratan de comunicar y mantener, pero es necesario hacer una distinción muy clara entre el contenido del mismo y el continente que lo vehicula. El contenido puede ser de carácter universal, pero el continente cambia de acuerdo con la comunidad a la que se dirige, el momento histórico en que se comunica y el lugar donde tiene lugar la expresión del mensaje. Lo que sucede con toda agrupación humana es que el continente tiende a adquirir precedente sobre el contenido, mientras que tiene una funcionalidad específica y adaptada a las circunstancias de su expresión. Las religiones, por tanto, tienden a privilegiar el dogma y los rituales y a negligir el espíritu que les dio lugar en primera instancia. Las formas empiezan a tomar un carácter absoluto y los grupos humanos acaban venerando las formas por sí mismas. Piénsese en la tendencia a la repetición mecánica en los grupos religiosos, por ejemplo, o al doctrinarismo en los grupos políticos. Ambos son resultado de tendencias innatas de la especie, que la sociología y la psicología social han estudiado y siguen estudiando de manera científica, y que resultan de gran interés para Lessing. Lo que pretende el sufismo, por métodos diversos y adaptados a la comunidad en que opera, es hacer al hombre consciente de estos procesos de condicionamiento que empañan la objetividad que es prerrogativa del ser humano. En este sentido, la empresa científica no es opuesta a la espiritual, aunque su campo de operación sea el conocimiento del orden material. Hay un conocimiento que es inaccesible excepto por la experiencia individual, sin embargo, y para ello son necesarios otros métodos, una ciencia que transita por la estrecha vía que se encuentra entre la fe y el escepticismo. Una vía, huelga decirlo, que no es la que habitualmente recorre la religión establecida, apegada como está a las formas fosilizadas del dogma y del ritual, las cuales pueden tener una funcionalidad positiva como estabilizadores de las sociedades en las que se inscriben, pero que se convierten con facilidad en mecanismos de poder o de condicionamiento social. La distancia de Lessing con relación a las religiones es compatible, por consiguiente, con su interés por esta perspectiva intelectual y espiritual. 

Y explica en parte, además, su trayectoria creativa, que ha procurado trascender los confines de las categorizaciones literarias o editoriales. Lessing ha hecho uso, por ejemplo, del género de la ciencia ficción, al que estima de una potencialidad filosófica que el mundo académico ha desestimado en general, con sus distinciones entre literatura seria y de consumo, o entre alta y baja cultura. Si bien estas distinciones han perdido prestigio en los últimos decenios, por la influencia del posmodernismo en buena medida, cuando Lessing publicó su serie de cinco novelas de ciencia ficción llamada “Cánopus en Argos”, la crítica no pudo evitar narices respingadas y ceños fruncidos. ¿Dónde estaba la brillante escritora de libros africanos, la dedicada escritora realista del colonialismo, la profunda exploradora de la psique femenina? En las nubes, por lo visto, o entre las estrellas. Si esta serie es todavía vista por sus admiradores más fieles como una incursión menor en las vaguedades de la mitología sideral, le atrajo otros lectores y le valió otros “-ismos” de los académicos, no siempre con justicia o anuencia de la escritora. Ambiciosa en su concepción, esta serie de novelas representan una descripción mítica de la condición humana desde un panorama metafísico y cósmico, haciendo uso de una técnica que analizó con profusión el estructuralismo, la desfamiliarización, y que puede verse en escritores tan variados como Brecht o el mismo Shakespeare, y que consiste en situar las historias en ambientes extraños al lector, con el objeto de quebrar sus expectativas y prejuicios habituales, para hacerle ver con más objetividad situaciones y dilemas que tienen relevancia en su propia situación socio-histórica. El impulso de objetividad es, empero, una característica constante en la obra de Lessing, no limitado a sus intentos de desfamiliarización o de realismo literario.

Lessing ha vuelto, empero, a las constricciones del realismo tradicional en sus novelas posteriores, para alivio de sus detractores y, probablemente, de sus editores. Escritora de notable prolijidad, no ha dejado de publicar algo cada año desde que apareciera su primera novela en 1949. Ha escrito, además de novelas y cuentos, libros de ensayos, ha ejercido el periodismo, escrito obras de teatro, hasta una novela gráfica o el libreto de una ópera de Philip Glass, y su autobiografía en varios volúmenes sigue en espera del último que la cierre. No todas sus obras son igualmente logradas, como es de esperarse de tal producción, y algunas hasta bordean el fracaso, en mi opinión, pero el conjunto de su obra es, para decirlo con una palabra cliché que de seguro le disgustaría, impresionante. Ignoro su estado de salud a los noventa años, pero es de esperarse que le permita aún la escritura de alguna obra más, si bien, como ella misma ha dicho, su vida gira en torno a la escritura, pero la vida no es escritura, sino mucho más y mucho más allá de la misma. Como suele decirse, que cumpla muchos más.

9 comentarios en “Doris Lessing a los 90

  1. Gracias Frans, tu artículo resulta motivador en varios sentidos. Habrá que atacar la obra de esta señora.
    Un saludo!

  2. Buenos días!!!

    Estimado Frans, qué artículo y que vida más interesante, muchas gracias.

    Saludos!

  3. ¡Buenos dias ,Sr Puente!…¡Hasta luego ,Lucas!

    Es increible el material con el que estan hechos tus sueños.

    ¡¡Menudo disco duro!! y ¡¡que cantidad de memoria Ram!!…..jeje.

    Supongo que Jergon no tendra nada que añadir……jiji.

  4. Hoy no está Jergón (de momento). Hoy está su lumbrera (o ex lumbrera) gatopeich. Tanto monta… tienen algo especial que les hace transparentes se pongan los nombres que se pongan. ¡Qué gente! ¡Y pensar que van parriba en las encuestas!. Populismo de alta calidad.

  5. Como siempre, interesantísimo el artículo de van den Broek. y exahustivo. He leído alguna cosa de Doris Lessing, pero no mucho. Y no sabía prácticamente nada de su vida. Después de este artículo tengo ganas de leer más.

  6. Muchas gracias, Frans. Como siempre, tras leer tu artículo me he sentido apantallado (que dicen los mexicanos).

    Tengo la casa llena de libros de Lessing comprados por la Lobisona, pero nunca me he atrevido con ellos, quizá porque me irritan los autores que dedican gran parte de sus energías (al menos en sus declaraciones) a evitar que se les encasille. Me recuerdan a James Tobin, que dedicó sus últimos años a insistir en que el impuesto Tobin no era lo que creían los miembros de Attack. Ahora, tras el artículo de Frans, me siento tentado de leer El Cuaderno Dorado, o quizá La Hierba Canta, aunque no sé si llegaré a caer en la tentación.

  7. Recomiendo vivamente a Lobisón que se deje caer en la tentación (y así, además, dará una satisfacción a la Lobisona).

    ………..

    No me había enterado de lo de Miret. Un hombre perseverante, infatigable. Además de bueno, como dice Jon.

  8. Gracias, Frans.

    Hoy me he perdido en los sofismas del sufismo. Esto de la esencia verdadera de lo religioso-espiritual como algo trascendente, más allá de la carcasa del rito, me suena a milonga: debo de ser un materialista incorregible y ramplón.

    Abrazos para todos.

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