Señor_J
No es mucho lo que les podemos contar del ciudadano corriente, una vez que ha dejado atrás este largo ciclo electoral. Poco a poco, con el paso de los días, ha ido retornando a asuntos de los que hacía tiempo que ya ni se acordaba. Sin darse cuenta vuelve a fijarse más en los titulares de la información deportiva que en los de la política, aunque no le hace ascos tampoco a la crónica de alguna corrida, donde, por increíble que parezca, los toros volvieron a ser mansos o incluso cojos, y el público salió de nuevo decepcionado con esa nueva entrega crepuscular de la fiesta nacional.
También se ha sorprendido, el ciudadano corriente, del interés que le ha acabado suscitando la Eurocopa, especialmente la emocionante final disputada entre dos vecinos geográficos del país en el que vive. Este hombre, aficionado a la Roja como cualquiera y esperanzado al principio con su victoria, supo cambiar el chip tras la caída en octavos de final: el sueño había finalizado y había que adaptarse a lo que quedaba. Se reencontró con ese viejo sabor que deja el saber que los tuyos ya no están en el partido, lo que le obligó a generar nuevas preferencias, sin duda menos pasionales, pero con la intención igualmente de disfrutar con otros equipos, aun sabiendo que no eran el suyo.
Un poco esa es también la experiencia que el hombre corriente siente haberse llevado de la noche del 26J, un retorno a una realidad donde del mismo modo que España ya no es nadie en la Europa futbolera, las fuerzas del cambio, que hace poco brillaban y marcaban el camino a seguir, perdieron su plaza de privilegio en su imaginario. En medio de peleas conyugales y de escarceos con quien no debía, supo encontrar pasión también en el color morado. Pero hoy el ciudadano corriente siente que vuelve a vivir en esa desesperanzada España de siempre, donde los dos partidos habituales intentan disputarse un pastel sin alcanzar un punto de satisfacción mutua lo bastante alto como para cerrar un acuerdo. «¿Y para eso tanta ilusión y esfuerzo?», se dice a sí mismo el ciudadano corriente, mientras repasa mentalmente ese periodo comprendido entre las acampadas del 15M y el mes de junio, en que cada vez menos cosas parecían imposibles, sin que por ello al final fuera evitable chocar igualmente con el muro de la realidad.
Y va pensando en todo esto mientras camina por la calle, con ese rostro sudoroso que se le pone en plena canícula. Porque, a pesar del calor, no quiere sentirse más atrapado de lo que ya está, escondido tras sus cuatro paredes y su aire acondicionado. Si la libertad no es posible, hay que intentar sentirla, hacerse con ella al menos a ese nivel tan íntimo que es el de las sensaciones. Y quien sabe si habrán más oportunidades para liberarse de las cadenas de lo de siempre antes de lo que pudiera sospechar. No en vano los profetas del cambio siguen ahí y si recuperan su ambición de antaño quizás puedan conseguir volver a ilusionarlo.
Entretanto al ciudadano corriente le quedan esas pequeñas cosas que a todos nos entretienen: un partido por aquí, unos toros por allá, esa película de acción que aguarda en las sobremesas de los fines de semanas o bien esos momentos de tranquilidad que, llegado la cincuentena, el hombre corriente disfruta tras un aliviador divorcio. Puede ser dueño de sí mismo y no darle explicaciones a nadie, aunque tampoco nadie se las pide. Al fin y al cabo basta una mirada para entender todo lo que pasa por esa cabeza camuflada tras su mirada distraída. Mañana seguirá siendo verano y al hombre corriente le espera un baño en la piscina. Eso es algo que nadie le va a poder quitar y centrado en esas pequeñas recompensas, pasa la vida como uno más, sin ánimo, pero con el estilo que otorga la insignificancia del saberse insignificante.