El tipo adecuado en Iraq

GCO

Dice Bush que el primer ministro Iraquí, Nuri al Maliki, es “el tipo adecuado� para controlar el país. Es su respuesta a las conclusiones de la Comisión Independiente presidida por el ex secretario de Estado, James Baker, fiel representante del llamado realismo reaganiano. Resulta que ya no está tan claro el éxito en Iraq, que la victoria no está asegurada. Esa es una noticia difícil de digerir para un Bush, que ya no gana para bicarbonato. Ahora parece, sólo parece, que hay una guerra civil. Lo que pasa es que en Iraq ya había guerra civil mucho antes de que los republicanos perdieran las elecciones, mucho antes de que Donald Rumsfeld, coautor junto a Dick Cheney de la aventura iraquí, se viera obligado a dimitir.

Resulta que la Comisión Baker está asustada. No sin razón, por cierto. Pese al baile de cifras, lo cierto es que el número de muertos es alarmante. La revista Lancet lo cifra en 655.000 desde que empezó la guerra. El Pentágono reconoce unas 2900 muertes estadounidenses y unas 70.000 civiles. El ministerio de Sanidad iraquí, valiente eufemismo de lo trata de representar, como no puede cantar esa cifra sin que se le caiga la cara de vergüenza, lo sitúa en un punto intermedio: 150.000 muertos. Modesto, pero equilibrado, un punto de encuentro entre los dos extremos.

En cualquier caso, son muchos muertos. Es ahí donde la Comisión mal llamada independiente, cree ver sus maná de razones. Hay que retirar las tropas, y recomendará, dicen fuentes del New York Times, una retirada gradual de 15 brigadas de combate. Porque lo cierto es que estas brigadas, el ejército en general, son incapaces de controlar el país. En Bagdad, hace tiempo que la única zona segura es la “zona verde�, centro de operaciones de operaciones de super protección del ejército. La resistencia opera con libertad en todas las demás zonas de la capital iraquí.

Pero una retirada de tropas plantea la duda de cuál será el futuro de Iraq. La comisión Independiente dice que que el actual primer ministro no plantea ninguna confianza. Que es o un inútil, o un incapaz, o sencillamente no colabora. Y todo eso porque las cifras hablan por si solas.

Inútil o no, lo cierto es que controlar – dentro de ciertos parámetros- Iraq es una utopía. El hombre más poderoso de Iraq es el incontrolable clérigo Muqada Al Sadr, que recientemente ha dado una demostración de fuerza retirando sus ministros del gobierno y demostrando a Estados Unidos que, sin su consentimiento, nada se cuece en Iraq. Le respalda la disciplinada milicia de Al Mahdi, vieja conocida de las Ratas del Desierto Inglesas, posiblemente, el único ejército digno de tal nombre en el antiguo feudo de Saddam. El joven Muqtada responde ante toda una autoridad poderosa, el Ayatollah Alí al Sistaní. Controlando a Al Sistaní, se controla a Múqtada. Eso nos lleva inevitablemente a Iran, algo que escuece en Estados Unidos sólo de pensarlo. Iran se ha convertido en una potencia regional, y no ha sido ni su gas ni su petróleo, sino su influencia, la que le ha situado en ese honroso lugar.

Pero no sólo chiíes habitan en Iraq. Bush creyó respirar tranquilo cuando se confirmó la muerte de Al Zarqawi, el líder de Al Qaeda en Iraq. No contó con la posibilidad de que su alumno, Abu Hamza Al Muhayir fuera capaz de superar al maestro. Sus atentados son más sangrientos y malintencionados – si es que cabe la posibilidad de medirlos- que los de su predecesor. Más malintencionados porque van encaminados a librar no una sino varias Yihad; no es sólo la lucha contra la civilización occidental, esa delirante retórica yihadista, sino también a continuar la mítica lucha de la historia entre sunníes y chiíes. El mal ya está hecho, todo un despropósito que se veía venir en todos los lados menos en el Despacho Oval.

Así que Al Maliki está atado de pies y manos. Bush lo sabe. La Comisión independiente lo sabe. Los iraquíes lo saben, y los Iraníes y los Sirios también. Por eso ya no importan tanto el descaro en los desplantes a Bush y su equipo. La retirada que se plantea será la oportunidad que espera Irán para lanzar su ofensiva de influencia sobre Iraq, lo que podría incrementar de manera insostenible la violencia sectaria entre las comunidades.

Iraq vive en una guerra civil desde hace por lo menos tres años, tal y como lo vivió Líbano entre 1975 y 1990. Comunidades enfrentadas. Un ejército de ocupación, causante inicial del delirio, expectante y con miedo a tener más bajas y que lo único en lo que piensa es en huir. Un país desestructurado, sin organismos eficientes pese a su potencial riqueza, y que se encomienda a sus para que le ayude a poner orden. Un mal formado ejército nacional al que se le otorga la difícil tarea de hacer lo que uno de los más profesionales y sofisticados ejércitos no es capaz de hacer. Y en medio, millones y millones de personas susceptibles de caer muertos, o de caer en una desesperación que les lleven a morir matando al primero que se acerque con pinta de occidental. Al frente de este disparate, Nuri Al Maliki puede ser “el tipo adecuado� tanto como cualquier otro, porque nadie, absolutamente nadie en Iraq puede controlar el país.

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