Arthur Mulligan
Hay conceptos, como populismo, cuya utilidad o validez como categoría de análisis para describir ciertos fenómenos políticos no siempre es evidente, debido a la multiplicidad y diversidad de definiciones contradictorias que se han utilizado para dilucidar su significado. Así ocurre también con el liberalismo. La libertad, al igual que la democracia, tiene una potencia moral tal que nadie quiere renunciar a ella como elemento central de su ideología. Muchos se dicen o son considerados liberales y sin embargo hay desacuerdos profundos entre ellos respecto de temas fundamentales, como, por ejemplo, los márgenes y fronteras de tolerancia o cuánta libertad individual es preciso sacrificar por el hecho de ser parte de una comunidad.
Isaiah Berlin afirma que los historiadores han documentado al menos 200 maneras de usar el término. Ahora bien, como dice él, esta confusión conceptual es muy equívoca, porque «la libertad es libertad, no es igualdad, equidad, justicia, felicidad humana o una conciencia tranquila». Decía más cosas, muchas más, al igual que los que se definen como progresistas y establecen una línea divisoria entre liberales progresistas y liberales conservadores y así en cuantas cuestiones políticas o sociales se aborden desde un punto de vista que no quiere renunciar – tanto a derecha e izquierda – al peso virtuoso que incorporan.
El populismo y el socialismo, también en mayor o menor medida, se han visto arrastrados con un tono más débil a la confusión que despiertan los significantes de urgencia en sistemas de competencia electoral hasta llegar a la grosería de “clase media y trabajadora” para el que quiera entender que entienda lo que quiera.
Lo que no admite modulaciones internas bienintencionadas son el fascismo o el comunismo, fatalmente asociados a dictaduras con desigual intensidad, pero cuya fama destructora les precede.
Cualquier alineamiento sospechoso de connivencia con estos extremos aumenta la rigidez del sistema de poder interno, el cual, necesariamente, se anquilosa en contradicciones crecientes que a pesar de ser aplaudidas parecen réplicas de los movimientos que interesan a un volcán.
Ya Laertes en Debate Callejero del 27/4/2019, tuvo la amabilidad de traducirnos un artículo de J. E. Stiglitz Progressive Capitalism Is Not an Oxymoron que se parecía mucho a una afirmación de la socialdemocracia sin nombrarla.
Lo más difícil es la materia, la definición de su estructura y las leyes de su evolución. La geología es a los volcanes lo que la economía a la política.
En ausencia de las matemáticas consoladoras mejor aplicarlas por aproximación a la hostilidad de la naturaleza y de la política que a la espera de la explosión en un Krakatoa unificador.
Nos recordaba hoy Pablo Pombo en El Confidencial como «El gobierno lleva meses descalificando a quienes no comparten su triunfalismo y esa huida hacia adelante no podrá durar mucho más. Cuanto más tarde Moncloa en reconocer la gravedad de la situación, mayor será el daño al país y peor será la factura electoral del partido socialista»
Y citaba al propio Sánchez:
(12.7.22) «Nuestros ciudadanos tienen dos opciones: deben elegir qué creen, el diagnóstico del curandero o el diagnóstico de los médicos especialistas. El curandero no tiene conocimientos científicos ni tampoco dispone de datos, y tampoco pretende curar la enfermedad. Quiere beneficiarse de esa enfermedad.»
Dos semanas después, el FMI rebajó la previsión de crecimiento económico de España para el 2023 del 3,3 % al 2 %.
(01.10.22) «Es necesario recordar estas obviedades cuando reaparecen entre nosotros los brujos que rescatan sus fracasadas recetas.»
Dos semanas después, el FMI vuelve a recortar sus previsiones para el año que viene, del 2 % al 1,2 %.
La OCDE pronostica un crecimiento del 1,5 % para el año que viene, el banco de España un 1,4 % y BBVA apunta al 1%.
El reciente índice de confianza del consumidor, elaborado por el CIS contiene todos los elementos necesarios para una bomba electoral con un horizonte de elecciones municipales, autonómicas y generales por delante.
¿Cuántos socialistas creen que la inflación de 2023 estará por encima del 10,5 % de este año? 2,7 millones de votantes, el 40,5 %.
¿Cuántos consideran que sus posibilidades de ahorrar serán menores el año que viene? 2,8 millones de votantes, el 41 %.
¿Cuántos piensan que la situación económica de España para encontrar un puesto de trabajo-o mejorar-será peor en los próximos seis meses? 3,3 millones de votantes, el 49 %.
¿Y cuántos socialistas auguran que los tipos de interés subirán más en 2023? 4,8 millones de votantes, el 72,5 %.
Las siglas socialistas son históricas y han sobrevivido a mucho, pero no garantizan un suelo electoral eterno.
Como no pueden cambiar los datos cambian al emisario y obligan a dejar su puesto al presidente de TVE.
La retórica populista del rencor social de los de abajo contra los de arriba, la elusión de responsabilidades trasladando las decisiones difíciles a las autonomías -tanto en la crisis energética como en la pandemia-, el anuncio clientelar de medidas semanales a discreción, y la acusación de brujería a todo el que vea las cosas de un modo distinto no van a reparar la doble amenaza que afrontan los socialistas.
Ninguna de las medidas aprobadas por el gobierno cambiará el curso de los acontecimientos, aunque es cierto que servirán para mitigar sus efectos negativos. No obstante, debería explicarse por qué quemamos gas procedente del mismo sistema de extracción que prohibimos aquí; por qué se crean centros de atracción de nuevos negocios cuyos promotores abrigan la esperanza de cuando menos si no hacerse ricos si mejorar su situación actual; y gastamos tiempo y dinero en acciones y misiones oficiales dirigidas a captar inversores e inversiones para que se instalen aquí.
¿Cómo es posible que pretendamos mejorar el nivel educativo de nuestros jóvenes y hagamos a la vez exámenes de selectividad que aprueban más del 99 % de los convocados? ¿Qué clase de selección es esa? Es una pena, pero la excelencia ha dejado de ser excelente para convertirse en discriminatoria.
¿Queremos empleos? Necesitamos empresas ¿Queremos empresas? Necesitamos empresarios que ahorran primero e invierten después ¿Se puede ahorrar cuando el cruce del IRPF con el Impuesto sobre Patrimonio se puede llevar hasta el 65% del ingreso obtenido? Parece que no.
Ni todo el fervor militante puede reanimar la desdorada dialéctica de ricos contra pobres ni devolver el brillo a ideas que han perdido mucho de su fuerza inspiradora y que necesariamente deben convivir con las respuestas a las cuestiones anteriores.
Es por eso que personajes salidos del atrabiliario gobierno de coalición que padecemos como Pablo Iglesias nunca se hayan ocupado de las cosas prácticas del arte del gobierno, porque su especialidad es la teoría de la conquista del poder, pero cuando lo obtienen no saben que deben hacer o mucho peor, se entronizan con indolencia empobreciendo a su población, como en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Argentina, etc.
En el camino se ocupan de influir en los medios de comunicación a los que culpan de la enajenación de las masas.
Todos saben cómo se las gasta Podemos – donde no cabe la disidencia interna- después de pasar su rodillo, y no solo la interna, sino también la de los medios hostiles señalando el trabajo de sus profesionales y hundiéndose en la insignificancia.
Por suerte para los que no creemos en la redención del modelo de este gobierno, la apuesta de su frente sindical con la ministra Díaz, cada semana más desorientada topando medidas, no termina de arrancar ni de promover acciones reivindicativas en las empresas.
Para limitar un poco más los proyectos del gobierno para llegar vivo a las elecciones de primavera se han producido novedades de calado en Cataluña que en principio desestabilizan sus planes (y toda esa farfolla del dopaje en el juego de las mesas telequinéticas) con la ruptura del Govern por Junts dejando a ERC en una situación de extrema debilidad, y al PSOE con la tentación de enviar a su sección catalana como mayordomo en auxilio de las imprevisibles borracheras de los indepes y sus costes.
En cualquier caso, nada agradable para el resto de los socialistas españoles, y un dolor para el PSC si quiere la alcaldía de Barcelona.
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No compensa ser emprendedor en este pais en las circunstancias actuales. Se asumen unos riesgos con grandes posibilidades, no de perder la apuesta, sino de tener que terminar pagando el premio gordo y repartirlo entre el resto de de intervinientes que, de una manera u otra, participan en el desarrollo de la ruina del nuevo emprendedor.
La pequeña y mediana industria que lleve años funcionando y adquirido solidez financiera y posicionamiento en el mercado, se puede defender, a lo que ha ayudado un período de muy bajos interese en los créditos y una mayor flexibilidad laboral con la que se capeó la pasada crisis financiera. Volver a establecer rigideces y dificultar el acceso a soluciones drásticas que ayuden a capear temporales ciclicos, es un grave error del que más pronto que tarde veremos sus negativas consecuencias.
Hay que pagar buenos sueldos a quienes se necesiten en el día a día de la actividad, pero hay que garantizar el desarrollo de la propia actividad facilitando al emprendedor soluciones para adecuarse a situaciones que requieran eliminar, o sustituir, personal y medios de producción, y no volver a caer en épocas anteriores y en las que la competitividad y productividad nos distanciaban, para mal, de otras economías.
El riesgo a los hombres de negro y las medidas obligadas para evitarlos ayudaron a forzar ajustes necesarios. Pero se puede perder lo conseguido, que estaba siendo la base para un crecimiento sostenido y de fuerte repercusión en la creación de empleo, y al mismo ritmo que el de la actividad recuperada, lo que impediría mantener la recuperación del empleo, manteniendo los altos niveles de paro que nos diferenciaban del resto de economías avanzadas. Volveríamos a necesitar crecimientos del 4/5 % para iniciar la recuperación de empleo perdido y no, como ahora, que crecimiento de actividad y empleo van ya casi paralelos.