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Estos días la Unión Europea se apresta a darle una nueva vuelta de tuerca a las duras sanciones contra Rusia que aprobó a finales de julio. Entre medias se han sucedido muchas llamadas y contactos a alto nivel, incluyendo la esperanzadora reunión tripartita (Rusia, Ucrania y UE) que tuvo lugar en Minsk el pasado 26 de agosto, en la que Putin y Poroshenko llegaron a varios acuerdos importantes (intercambio de prisioneros, ayuda humanitaria, dialogo militar) que, lamentablemente, no se han materializado. Al contrario, las tropas ucranias, que llevaban varias semanas recuperando el terreno perdido frente a los separatistas de la región de Donbas (Donetsk y Lugansk), se han visto obligadas a replegarse y se ha abierto un segundo frente en Mariupol que, según los expertos, confirmaría el objetivo estratégico de crear una amplia zona en el sureste de Ucrania llamada a convertirse, de iure o de facto, en un territorio independiente al que en Rusia ya han empezado a referirse como Novarossia.
De ahí que el Consejo Europeo del sábado pasado decidiera encargar la imposición de más sanciones con carácter urgente. Se ha optado por reforzar las restricciones y prohibiciones ya existentes, básicamente secando el crédito para los bancos rusos de mayoría estatal, limitando aún más la participación europea en el sector petrolífero ruso y endureciendo la exportación de bienes de doble uso. Se aprobarán formalmente el viernes, coincidiendo con el inicio de la Cumbre de la OTAN en Gales, en la que se reforzará la defensa de los países del Este y se volverá a declarar la política de “puerta abierta” para Ucrania y Georgia.
No está claro que las sanciones vayan a conseguir su objetivo de alterar los cálculos de Putin incitándole a avenirse a razones, al menos no a corto plazo, porque sus efectos – ya muy evidentes en términos financieros – tardan un tiempo hasta que se sientan de forma palpable. Pero la Unión Europea y sus socios del G-7 no tienen demasiadas opciones porque tampoco cabe consentir de brazos cruzados que Rusia aliente una rebelión armada en un país soberano europeo. Si funcionan, tanto mejor, pero si no, al menos la agresión rusa tendrá un coste sustancial, mucho mayor para Rusia que para Europa, que ya se está ocupando de poner parches en aquellos sectores afectados por las contra sanciones rusas. Por cierto, al parecer, las importaciones de frutas y verduras europeas por parte de Georgia han crecido de forma exponencial y no es probable que el consumo local georgiano se haya disparado…
Lo que no tiene ningún sentido es que, pese a que todo el mundo sabe que Ucrania no puede entrar en la OTAN, sigamos metiéndole el dedo en el ojo a Rusia declarando que la puerta sigue abierta. No puede entrar, tanto porque una parte sustancial de la población ucraniana no quiere, como porque ello supondría una amenaza para la seguridad nacional de Rusia, aparte de una afrenta muy difícil de digerir. Halcones como Henry Kissinger son perfectamente conscientes de ello y si la Cumbre de la OTAN de Bucarest en 2008 no hubiera abierto la puerta, posiblemente Ucrania y también Georgia estarían hoy mucho mejor de lo que están, también en términos puramente securitarios. Ahora bien, tampoco es cierto que la neutralidad declarada sea la panacea. Que se lo pregunten a Moldavia, que la ha confirmado mil veces y aún así tiene que aguantar que la zona del Transniester sea independiente de facto, con apoyo ruso, por supuesto.
Hay algún margen para la esperanza. Ayer pareció que Putin y Poroshenko habían acordado un alto el fuego completo. Con el correr de las horas, la esperanza se fue difuminando, pero de aquí al viernes podrían ir cumpliéndose los compromisos acordados. Vistos los precedentes fallidos, es poco probable, pero no imposible, especialmente porque estamos metidos de lleno en un juego infernal en el que todos – Ucrania principalmente – estamos perdiendo y perderemos cada vez más si continuamos con la espiral. En Europa se cuenta con que los poderosos oligarcas amigos de Putin le hagan ver que las sanciones están teniendo un efecto drástico sobre sus ingresos y le convenzan de que Rusia está abocada a la quiebra si no encuentra rápido una salida. La Unión Europea estará encantada de apoyarla, tanto para evitar una crisis de proporciones aún mayores como para poder seguir haciendo lucrativos negocios en y con Rusia. Pero para ello hace falta que Rusia mande a parar y, con la Cumbre de la OTAN en ciernes, es poco probable.
Veremos. Pese al título de este artículo, tampoco parece que se vaya a acabar el mundo. Rusia no puede permitirse económicamente invadir Ucrania y en la Unión Europea, o en la OTAN, no hay ninguna voluntad de mandar tropas a defenderla. Tampoco parece que Rusia vaya a atreverse a cortar el suministro de gas, que tendría que comerse con patatas ante la imposibilidad de vendérselo a otros postores, con la consiguiente reducción de ingresos. De ahí, que las negociaciones tripartitas prosigan con vistas a alcanzar un acuerdo antes de que llegue el invierno que permita que el gas ruso que calienta Europa, transitando por Ucrania, siga fluyendo.
Pues yo creo, por el contrario, que lo que no tiene ningún sentido es seguir con los mantras de que «todo el mundo sabe que Ucrania no puede entrar en la OTAN», «porque una parte sustancial de la población ucraniana no quiere» (¿acaso una mayor parte de la española que se oponía a ello?, ¿no es ese, en todo caso, un problema que corresponde resolver a Ucrania) y «porque ello supondría una amenaza para la seguridad nacional de Rusia» (¿desde cuándo?) y «una afrenta muy difícil de digerir». Eso último se entiende: es revelador de la mentalidad de antigua gran potencia imperial, que Putin quiere reverdecer y que sea tenido en cuenta en este lado es un reflejo viejo de la mentalidad de la guerra fría y el respeto mutuo a las áreas de influencia de cada bloque. Nada de eso tiene que ver ya con las necesidades de los europeos actuales. Precisamente porque la soberanía de Ucrania está en juego, amenazada por un matoncete, es por lo que tiene sentido que la Otan (que ya no es la de la guerra fría) brinde su paraguas defensivo. ¿o es que lo de la seguridad compartida sólo vale para tener entretenidos a los ejércitos nacionales con maniobras conjuntas?
Cuanto antes se le haga digerir a Putin eso que no le gusta, tanto mejor para todos. Lamentablemente, en Europa predomina el gusto por el lamento a posteriori por lo que pudo y debió haberse hecho y no se hizo. Cuando toque eso, ya será tarde para Ucrania.
Excelente artículo. Recomiendo encarecidamente este artículo, en una línea parecida pero más radical, de uno de los grandes analistas de las relaciones internacionales, John Mearsheimer, en Foreign Affairs:
http://www.foreignaffairs.com/articles/141769/john-j-mearsheimer/why-the-ukraine-crisis-is-the-wests-fault
Gracias Cicuta. Muy bueno Mearsheimer. Seguro que a Barañain le ha encantado también, especialmente recordando su lúcido y controvertido ensayo (con Walt) de 2007 en el que argumentaba que EEUU debía liberar su política exterior de los corsés que le imponía el lobby israelí.
Contestando a Barañain, a mí me parece absolutamente legítimo que Rusia considere una amenaza que un país vecino que ha jugado un papel esencial como tampón de defensa históricamente, se integre en una alianza militar nacida para confrontar a Rusia y desplegada contra ella. Tanto es así que OTAN y Rusia tienen varios acuerdos de no acercar sus respectivos despliegues militares a la frontera común, una especie de desmilitarización. Si Ucrania entra, la frontera se acerca a Rusia y por tanto el enemigo potencial también.
Pero además, ¿hay o había alguna necesidad? Sí, a mi Putin tampoco me gusta y me parece un autoritario facineroso pero tratar de humillar simplemente porque puedo, no suele ser buena receta. Si queremos ayudar a Ucrania, ofrezcámosle integración en la UE. Ah, eso ya es otra cosa… Rusia no podría oponerse. Quienes nos oponemos somos nosotros no vaya a ser que nos cueste demasiado…