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En unas pocas semanas el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, la Corte de Justica y el Consejo Europeo, las cuatro instituciones de la Unión Europea, han puesto en jaque a la Hungría del autoritario Orban, a la Italia hipnotizada por el xenófobo Salvini, a la Polonia gobernada por el conspiranoico Kaczinsky y al Reino Unido de la desnortada May. Al primero, autoproclamado líder de la democracia “iliberal”, por su cruzada contra la universidad de Soros, judío globalizante, en Budapest y por su falta de solidaridad. Al segundo, por saltarse a la torera los límites presupuestarios comunmente acordados. Al tercero, que maneja el Gobierno polaco desde bambalinas, por jubilar forzosamente a los jueces del Tribunal Supremo que limitaban su capacidad de maniobra. Y a la cuarta, manteniendo sin titubeos el órdago sobre la indivisibilidad del mercado interior europeo. Polonia lo tiene fatal porque las medidas cautelares del Tribunal de Luxemburgo son inapelables. Italia tiene algo de margen para presentar un nuevo presupuesto con explicaciones y negociar concesiones. Parecería que Hungría podría irse de rositas porque Polonia vetará cualquier sanción, pero pagará – ya está pagando – y mucho en términos de transferencias presupuestarias. Y la que peor lo tiene es May, con el reloj en contra y una oposición que amenaza con no consentirle las concesiones necesarias para evitar el desastre que supondría para el Reino Unido un Brexit sin acuerdo.

Vayamos por partes. Orban pretende que Hungría debe seguir siendo un territorio poblado por blancos cristianos mientras se beneficia de la integración europea y el comercio globalizado. En plena comunión con Steve Bannon, su ideal es la sociedad austro-húngara del Siglo XIX con internet y sin ONGs, progres y mariconadas. Es un tipo listo porque en casa vende tanta xenofobia como Salvini o más pero en Bruselas se comporta, negándose a aceptar inmigrantes pero sin saltarse las reglas. Razón por la cual no ha sido posible meterle mano directamente. Pero sí a través de las cuentas. Y más que va a sufrir en el próximo septenato presupuestario (2021-28), en el que el cumplimiento de las reglas será tomado en cuenta a la hora de repartir las transferencias presupuestarias territoriales.

Salvini es más tosco: ha hecho carrera de la bronca contra Bruselas. Le ha servido de mucho porque lidera las encuestas pero no le va a quedar otra que envainársela. Italia es un gigante con pies financieros de barro y si Bruselas no da el plácet a sus presupuestos, los mercados se la comerían. Por mucho que griten Salvini y sus adláteres contra los burócratas de Bruselas. Gritarán pero tragarán porque no les queda otra. Porque una cosa es que la austeridad como pensamiento económico único sea indeseable y otra muy distinta que sea aceptable saltarse a la torera las reglas comúnmente aceptadas, Italia incluida, la última primavera.

Lo de Polonia es más primitivo. Kaczinsky es un paleto carca que siempre ha pasado por ser el gemelo tonto del que murió en el accidente aéreo, del que siguen sospechando contra toda evidencia que fue un atentado ruso, al punto que han llegado a exhumar los restos mortales y culpar implícitamente al a la sazón Primer Ministro Polaco Tusk, hoy Presidente del Consejo Europeo. Para que nos entendamos, algo así como aquello de que ZP había encargado el 11-M a ETA a través de Carod. Pero a diferencia de los desbarros de Zaplana y Acebes, Kaczinsky controla el Gobierno, siempre a través de un testaferro. Taló un bosque protegido y la justicia europea lo paró con gran escándalo nacional. Ahora el asunto es más serio porque la Corte le ha impuesto medidas cautelares contra su reemplazo forzoso de los molestos jueces del Tribunal Supremo que le importunaban con esas cosas de las limitaciones legales. Afortunadamente, en Polonia queda alguna cabeza pensante dentro del Gobierno y es posible que consigan convencer a Kacsinsky de la necesidad de dar marcha atrás. La primacía del derecho comunitario es un principio fundamental de la Unión Europea que cuesta mucho aceptar pero con la que han tenido que comulgar Francia, Reino Unido o Alemania antes que Polonia. Cero margen pues, por muy tonta que se te quede la cara frente a tus locales después de haberte subido al monte mandando al carajo a Bruselas.

Terminemos con la pobre May. Comparada con los anteriores, es una señora encantadora, democrática y razonable. Lo malo es que tras hacer campaña contra el Brexit no pudo vencer la tentación de encaramarse al pilotaje del tren. Y donde dije digo digo diego: un Brexit sin acuerdo es mejor que un mal acuerdo. Pero sus pares no tragan. Saben que su órdago no es sostenible y que acabará cediendo por mucho que su tropa local se insubordine. En el mejor de los casos, la mayoría de los Tories apoyarán un acuerdo que respete la integridad del mercado interior europeo e implique por tanto una frontera virtual entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña. Y los laboristas coadyuvarán aportando los votos que falten. En caso contrario, el Brexit sin acuerdo será mucho más dañino para Reino Unido que para el resto de Europa. Que decidan irse, bien. Pero que se olviden de alcanzar un acuerdo que implique reeditar la frontera entre Irlanda del Norte y el resto de Irlanda. Entre otras cosas porque Irlanda tendría que validarlo.

El ciclo institucional europeo está llegando a su fin. En junio tendremos nuevas elecciones europeas y en otoño un nuevo Parlamento y una nueva Comisión. Ya veremos lo que nos depara el futuro,pero es bastante probable que el PPE (democracia cristiana), SD (social-demócratas), ALDE (liberales) y los macronistas, no tengan otra que aliarse para hacer frente a populistas de extrema derecha y extrema izquierda. Ojalá sea así y el centro-derecha venza para siempre la tentación de cooptar a la derecha extrema. De momento hay motivos para la esperanza.