Arthur Mulligan
El Instituto Cervantes presidido por su director Luis García Montero homenajeó al poeta Jaime Gil de Biedma y en el curso del mismo el responsable de la institución habló de la necesidad de “analizar la obra del poeta con rigor filológico y no en esos puestos de segunda mano que depara el Rastro del cotilleo, la falta de estudios universitarios y la murmuración calumniosa”.
Por calumnias, el director del Cervantes aludía -explica Trapiello en su blog Hemeroflexia– a las declaraciones de quienes la víspera habían «opinado libre y respetuosamente sobre la pertinencia de ese acto y sobre la conducta del propio GdeB.», es decir, sobre sus relaciones sexuales con niños de unos doce o trece años de las que el propio Gil de Biedma ha dado cuenta en sus textos.
Una de los primeros episodios que narra Gil de Biedma (20 de enero de 1956) es el encuentro sexual con un «muchachito» al que se refiere como Pepe, un jovencito obligado a prostituirse por un taxista y cuyos servicios él paga por tres pesos.
La escena es la siguiente :
«Salgo a la calle y se acerca un muchacho a brindarme a nice time -filipinas, chinas,mestizas americanas: anything you like-.
Era guapo y tenaz. Estábamos muy cerca de mi hotel cuando decidí pasar a la acción directa.
-You are really very kind, but I don’t like girls.
-What d’you like then?
-Boys.
Pausa y sonrisa.
D’you like me?
Claro que me gustaba, pero tenía poco dinero y poco tiempo y estaba algo borracho.
Let’s go to my taxi.
Pepe-se llama Pepe-alcahuetea y se prostituye, y el taxista facilita el transporte y va a comisión en el negocio. Prometieron llevarme a un sitio de confianza que estaba lejos y que resultó estar lleno; finalmente dimos en otro más lejos todavía, al final de la calle Marini, un bungalow de madera personalísimo. El taxista se quedó a esperarnos en la calle.
Subimos una escalera desvencijada y Pepe me hizo entrar a tientas en un cuchitril infecto. Hacía mucho calor. Encontramos un par de clavos, gracias a la llama de mi mechero, en los que colgar camisas y pantalones; la cama cogía estrepitosamente. Y enseguida empezó a oírse un continuo runrún de conversaciones en la habitación contigua, donde encendieron una lámpara de queroseno que filtraba luz por el montante enrejillado del tabique, reflejándola en el techo. Daba reparo hacer el amor así. Pepe estaba a mi lado completamente inmóvil y le bese en el cuello, le pasé un brazo bajo la cintura y con la otra mano le acariciaba el vientre. Un cuerpo oscuro y bueno, todo compacto como un muslo, la piel lisa, el olor retraído. Pronto estuve desnudo, me gustaba mucho.
A pesar de prostituirse ocasionalmente, Pepe no parece haberse formado una idea de las obligaciones que el comercio implica, o quizá no ha pasado de retozar con unos pocos clientes norteamericanos, porque sus instrucciones fueron muy restringidas y muy específicas; he wanted a blow job.
Le desabroché los calzoncillos y se los bajé, la camiseta se la enrollé al torso -se negaba a quitársela-.
Y en cuanto le vino, que fue enseguida, recogió su ropa y salió del cuarto dejándome a mí tal cual estaba, mientras le oía ducharse en algún rincón de la casa.
Me sentí más resignado que furioso; la verdad es que tres pesos no pueden dar derecho a mucho más. Aún seguía tumbado cuando entró el dueño con una linterna, seguido de un chico y una chica, a preguntarme si había terminado.»
Y más adelante:
«En Manila empiezo a sentirme un tanto pasado. Y además, que los chiquillos no me gustan. A cada cual, lo suyo: el colegial con el colegial, el adolescente con su amigo íntimo, y el hombre joven con el hombre joven, es decir: el taxista conmigo.»
(Jaime Gil de Biedma. Diarios 1956-1985. Lumen)
Para Trapiello no parece adecuado que un estado democrático confunda a la ciudadania con mensajes contradictorios y programe contrariamente a la lógica oficial de homenajes uno que reconoce a una mala persona, «insensible ante la dignidad de los otros» -según tercia Félix Ovejero- por muy buen artista que se sea.
Y añade Andrés Trapiello:
«Que la inclinación sexual o la falta de escrúpulos (éticos y estéticos) de GdeB. le muevan a acostarse con niños, no es de lo que yo estoy hablando, aunque lo mire con atención y seriedad, por aquello de que nada de lo humano me es ajeno. No es ese el problema. Pero sí el deshumanizado trato que da a su víctima en el diario, su falta de compasión, su irritación incluso por que el niño del que ha abusado no se mostrase más complaciente con él. Por eso dije en mi artículo de El Mundo que «GdeB. desaprovechó una ocasión de oro para comprender y compadecer a sus víctimas después de contar cómo las vejó, y quizá porque tampoco se sentía culpable sólo viera en los hechos su parte estética, o sea cosmética». (Y emocionarse oyendo La Internacional, como confiesa el autor de esos abusos, insensible al paria de la tierra que tiene frente a sí, sé que a ti, siendo comunista, te producirá la misma perplejidad que a mí, que dejé de serlo hace cuarentaycinco años).
Y termina entre otros con este párrafo: [pueden seguir la polémica en el blog de A.T.]
«Libertad absoluta de creación y difusión para las obras de GdeB., de Celine, de Pound y de cualquiera. Pero no a los homenajes con dinero público y en espacios públicos: “sin honores de Estado”. Y libertad absoluta sexual, dentro de los límites que marca la ley.»
Juzgar a un hombre por algo que describe en sus diarios, como «jactancia de abusador» difiriendo en el tiempo y en el espacio la severidad penal y moral que nos merece hoy ese comportamiento (contratar servicios sexuales a menores que se prostituyen) me parece un caso más de una rigidez moral adaptable, aquella que se ve reflejada o no, dependiendo de las simpatías o fobias que despiertan distintos personajes.
He leído los Diarios y la excelente poesía de Gil de Biedma; también varios libros de ensayos literarios de Andrés Trapiello, comparado algunos capítulos de su versión moderna del Quijote expurgados de arcaísmos y uno de sus amenos y extensos diarios. Mi aprecio por el autor y su obra continúa intacto y sin reserva alguna.
Ahora bien, no comparto en absoluto los juicios sumarios sobre la persona del poeta ni, sobre todo, sus recomendaciones para que el Instituto Cervantes o cualquiera otra instancia oficial no rinda homenaje a su obra literaria en lo que, sin ser especialista, no veo jactancia sino la cruda confesión de una conducta que quiero pensar al calor de sus versos:
“Pero más que el propósito de enmienda / dura el dolor del corazón”. O: “Amanece otro día en que no estaré invitado / ni a un momento feliz. Ni a un arrepentimiento / que, por no ser antiguo, / –ah, Seigneur, donnez-moi la force et le courage!– / invite de verdad a arrepentirme / con algún resto de sinceridad”.
Como señala el escritor José Antonio Montano:
«Fernando Savater nos enseñó en su Invitación a la ética a distinguir entre la “ética activa” y la “ética reactiva”. Esta última es la de los acusadores, la de los inquisidores, y es casi la única que se ha visto estos días, tanto entre los acusadores de Gil de Biedma como entre sus defensores, que acusaban a los otros. Es la ética, en fin de cuentas, del que no se cuestiona a sí mismo y solo juzga a los demás.
La ética activa, en cambio, es la que mantiene el sujeto con sus posibilidades y sus límites, la que organiza su fuerza, su acción, la que jerarquiza valores, la que impulsa el hacer y recapacita sobre lo hecho. Basta leer la obra de Gil de Biedma –sus poemas, sus diarios, sus cartas, incluso sus escritos críticos– para ver en qué medida esta era la suya y en qué medida era importante para él.»
Por otra parte, para ciertas memorias hipócritas y justicieras conviene pararse a recordar cuando se olvida que el pensamiento de mayo del 68 era globalmente favorable a la pederastia, aprobada explícitamente por las autoridades filosóficas más representativas del izquierdismo cultural de la época. A mediados de los 70 aparecían en Liberation y Le Monde, peticiones haciendo elogio de la pederastia firmadas por intelectuales como Sartre, Simone Beauvoir, Louis Aragon, Roland Barthes y Jack Lang, de modo que negar su adhesión suponía el riesgo de exclusión del grupo de verdaderos intelectuales, es decir los intelectuales de izquierda, fieramente de izquierda, ya fueran castristas, maoístas, trotskistas o como mínimo comunistas.
«Sostenemos en principio, escribían (Deleuze, Lyotard, Foucault y Badiou, entre otros), que la relación pedagógica es esencialmente perversa, no porque se acompaña de relaciones pederastas entre profesores y alumnos, sino precisamente porque las niega y las excluye».
El niño no era la propiedad privada de los padres (¿pensamiento Celaá en gestación?), todo adulto tiene el derecho, más aún, el deber -así hablaban- de influirle para despertar esa sexualidad que la burguesía oculta.
A ese extremo llegaba su arrogancia por extraño que pudiera parecer el pensar así en esa época, siendo más arriesgado criticar la pedofilia que hacer su apología
Afortunadamente para el progreso moral de la humanidad, nuevos y exigentes movimientos han surgido reclamando un nuevo orden moral que no demanda el cierre asfixiante del control tradicionalista de la sociedad, sino la relevancia de la moral que no va en contra de las leyes sino que exige que se tomen en serio y se apliquen sistemáticamente; no son nuevas normas, son nuevas prácticas contra lo que la sociedad ha tolerado en silencio, como la afición de los reverendos padres jesuitas u otros a las caricias a los alumnos en la sombra de los confesionarios; sombras que extienden su reino en los hogares donde la violación, el incesto y la pederastia ha sido endémico bajo el signo de la respetabilidad.
De vita beata
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde:
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Contra Jaime Gil de Biedma
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco…
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
JGdB
Muy interesante reflexión. En todos los sentidos. No sabía apenas de la defensa de la pederastia, casi como deber, de los intelectuales del 68. Puedo entender una parte – la necesidad de no reprimir la sexualidad en los jóvenes – pero en absoluto que deban ser «enseñados» por adultos, siempre en posición dominante. En fin. Y por supuesto, libertad total de publicación para las obras con independencia del juicio moral que nos merezcan sus autores.