La identidad y el futuro

Carlos Hidalgo

Cuando quiero parecer sesudo me meto con la juventud posmoderna. De esa manera compenso el hecho de envejecer con el de parecer más sabio, cuando la verdad es que tengo más dudas que en mi juventud. Una de mis coletillas de sabio de cartón piedra es decir que mientras la izquierda clásica defiende derechos universales y que lleguen a todos y a todas por igual, la izquierda posmoderna defiende identidades, queriendo dividir a la reserva en una especie de puzzle de reservas naturales, donde colectivos en peligro tienen su propio kit de derechos y han de vivir aparte de los demás, pues las identidades ajenas, si pertenecen a colectivos que en algún momento les hicieron daño, les siguen dañando. Sólo por existir, al parecer.

Así, mientras la identidad del PSOE es la de la defensa de esos derechos universales, indiscutibles y que han de permear a todas las capas de la sociedad, la de Podemos va más por la de las “especies protegidas”. No se defiende a los pensionistas, se defiende a los “Yayoflautas”, no se reivindican los derechos laborales, sino la existencia de “las Kellys” y no se defiende tanto la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, sino que se reivindican como identidades opuestas en algunos casos. Todo eso provoca y provocará algún choque y momento de tensión en el Gobierno de coalición.

Cuando el 15M se autodestruyó en sus contradicciones posmodernas y en la búsqueda de infiltrados policiales imaginarios, Podemos tomó el relevo de ese descontento un tanto amorfo y lo hizo a base de agregar colectivos, asociaciones y micropartidos. Ni qué decir tiene que, al hacerlo al calor de las protestas de las plazas, cada uno de estos colectivos reivindicó sus derechos exclusivos, su capacidad de veto y su afán por mantener su identidad inicial, por eso de que los partidos políticos son malos y nosotros somos más listos que los partidos, faltaría más. Si bien esta agregación sirvió para crear sinergias y hacer subir como la espuma a la formación de Iglesias, en la actualidad lo que ha generado es una progresiva desintegración. A Podemos se le van cayendo partidos, micropartidos y fichajes estrella como se le caen pelos a un alopécico. Y sin embargo hubo un momento en el que ese empuje, esa energía inicial, hizo dudar al PSOE. ¿Debía el PSOE podemizarse? ¿La socialdemocracia debía adoptar las formas y los usos de las asambleas y las identidades con voz exclusiva? Parece que al final no pasó. Pero se corrió ese riesgo y ahora, al ver a Podemos tratar de combinar los mensajes contra el sistema con las carteras ministeriales, parece que la batalla está ganada y que las contradicciones van a ser más evidentes por el lado de los morados que por el de los socialistas clásicos. Pero el riesgo estuvo ahí y quién sabe si no volverá a reaparecer.

A Pablo Casado le pasa un poco lo mismo. Le ha salido un conglomerado a su derecha con Vox, que ha hecho de coche escoba de la gente que daba vergüenza al propio PP, de los ultraderechistas locales demasiado tóxicos para pisar moqueta, de los expulsador de otros partidos por asuntos turbios y, en general, de todos aquellos que sienten pánico ante la defensa de los derechos de la mujer, no vaya a ser que les ponga las maletas en la puerta y exija pensión de alimentos para los niños. Y es que Vox es otro aglomerado de descontento antisistema y de gente que se cree más lista que los partidos. Sólo que en este caso con preocupante predilección por las armas de fuego y los chalecos de montería. Pero Vox también cree en las identidades. Cree que el hombre español de toda la vida está en peligro de extinción. Que si dejamos que los derechos sean universales, los Ortega Smith de la vida pueden llegar a peligrar, como el toro de lidia. Y que las mujeres de verdad han de ser honradas, calladas y sumisas si son humildes y despóticas, corruptas y antipáticas si son de clase alta. Vox también divide al mundo en colectivos con derechos desiguales y cree que la mera existencia de otros diferentes es una amenaza. La típica frase de “yo no soy racista, soy ordenado”. Sólo que va más allá del racismo y esta ultraderecha de despachos de abogados de segunda división y procuradores de provincias, llega a considerar una amenaza para los españoles la misma existencia de otros españoles.

Si Pablo Casado, que está en plena crisis de identidad, quiere perder la suya por Vox, es asunto suyo. Pero debería tomar nota de lo sucedido con Ciudadanos, que al pretender ser otro se quedó en nadie. Bueno, se quedó en Arrimadas y en personajes tan lamentables como Ignacio Aguado.

Cuando hablaba de la crisis de identidad del PSOE con un veterano militante de barrio, se encogía de hombros y decía, “para qué cambiar, ¿no ves qué tonterías hacen estos? Al final la gente nos termina votando porque somos normales”.

Si ese consejo vale de algo, bien podría aplicárselo Casado. Y aunque la normalidad es difícil de definir, a los anormales se les suele detectar enseguida.

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