Otra cumbre de la estupidez humana

David Rodríguez

Durante estos últimos días, se está celebrando en Egipto la COP 27, abreviatura de un nombre mucho más largo que conviene recordar: Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y la Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el Protocolo de Kioto (CMP). Dicho de otra manera, es la reunión número 27 que se celebra en el marco de las Naciones Unidas desde la aprobación del Protocolo de Kyoto a finales del siglo pasado.

La comunidad científica ha vuelto a alertar de la preocupante situación global, a través del estudio “Advertencia de los científicos mundiales sobre una emergencia climática en 2022”, publicado en la revista BioScience el pasado 26 de octubre. Este informe se difunde cinco años después de que 15.000 científicos mundiales lanzaran la “Advertencia de los científicos mundiales para la humanidad: segundo aviso”. El “primer aviso” data de la fecha más alejada de 1992.

En resumen, el informe señala que 16 de los 35 signos vitales que se utilizan para rastrear el cambio climático se encuentran ahora mismo en niveles récord, han alcanzado “el código rojo” y “la humanidad se enfrenta inequívocamente a una emergencia climática”. Sin ánimo de ser exhaustivo, estos indicadores incluyen variables como el área total quemada en Estados Unidos, las tasas anuales de pérdida de bosques en la Amazonía brasileña, la pérdida de masa de las capas de hielo en Groenlandia y la Antártida o la acidificación del océano. Desde el primer aviso emitido en 1992, las emisiones de dióxido de carbono han aumentado en un 40% y “cada vez hay más pruebas de que nos estamos acercando o ya hemos superado los puntos de inflexión asociados con partes importantes del sistema de la Tierra”.

Como puede observarse, el análisis científico es más que inquietante, y las propuestas para tratar de paliar esta grave situación se repiten año tras año: eliminar la mayoría de emisiones de combustibles fósiles, apoyar adaptaciones climáticas socialmente justas, centrarse en las áreas más vulnerables de bajos ingresos y elaborar un plan de descarbonización rápida, entre otras muchas. Todo ello requiere de inversiones a gran escala y del consenso de los gobiernos mundiales en el seno de las Naciones Unidas, y así llegamos a la COP número 27.

Este tipo de Conferencias suelen estar destinadas al fracaso, pues no existe una voluntad política real de aplicar medidas decididas para afrontar la emergencia climática. Pero en este caso, además, ya se han producido polémicas incluso antes del comienzo oficial de la misma. Primero, el cuestionamiento de Egipto como país anfitrión, criticado por la propia ONU por su transgresión a los derechos humanos. Segundo, el patrocinio de Coca-Cola, el mayor contaminante de plásticos del mundo. Tercero, la llegada de algunos dirigentes en jets privados, que contaminan 14 veces más que un avión comercial. Cuarto, la invitación de 626 personas vinculadas a empresas del petróleo, gas y carbón. Y, para acabar, la ausencia de los máximos dirigentes de China, Rusia y la India. Es realmente difícil comenzar con tan mal pie una cumbre sobre un tema tan relevante.

En el momento presente, se está negociando hasta la última coma del texto final, que difícilmente pasará de la mera declaración de intenciones, como ya viene siendo habitual en este tipo de encuentros. En el redactado provisional, vuelve a insistirse en mantener el calentamiento máximo en 1,5 grados, pero sin hablar en ningún momento de los combustibles fósiles. Se reconoce el desfase en la mitigación, es decir, la diferencia entre lo que se está haciendo y lo que debería hacerse según los cálculos científicos. De hecho, los planes climáticos actuales llevarían a un sobrecalentamiento de 2,5 grados, según la propia ONU. Finalmente, se pretende renovar el compromiso de que los países ricos aporten una financiación de 100.000 millones de dólares anuales, hecho que se viene incumpliendo desde el año 2020.

En resumen, la cumbre de Sharm El-Sheikh es la enésima constatación del enorme fracaso que representa la absoluta falta de gobernanza a nivel global, la ausencia de voluntad política real para afrontar este reto planetario y la incapacidad persistente de analizar las causas últimas del problema, que radican en la esencia misma de un sistema económico que antepone el beneficio privado al bienestar colectivo. Está en juego la supervivencia de la propia especie humana, pero el economicismo cortoplacista sigue imponiendo su lógica macabra. Sería deseable que al menos algún gobernante tenga un arrebato de honestidad honesto y defina este tipo de encuentros como lo que son: cumbres de la estupidez humana.

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