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Rusia tiene algunos argumentos válidos para quejarse del trato recibido por Occidente desde la caída del muro de Berlín. Pero Putin, que reprime duramente y roba a su pueblo, no tiene ninguna legitimidad para defenderlos. Como tampoco su legión de acólitos, que ha colonizado las principales empresas rusas, tanto estatales como privadas, en beneficio propio y del zar supremo, por supuesto. Todo ello ha quedado claramente expuesto en el documental que publicó Alexei Navalny antes de volver a Rusia (aquí la noticia en español) hace una semana, a sabiendas de que iba a ser detenido por, agárrense, violar su libertad condicional al no haber comparecido regularmente ante la autoridad competente durante los cinco meses que pasó en Alemania recuperándose del envenenamiento que sufrió a manos de los servicios secretos rusos (la confesión de uno de los envenenadores no deja lugar a dudas sobre la autoría). Según el Kremlin, Navalny es un agitador a sueldo de la CIA sin ningún predicamento entre la población rusa. Por lo que no se entiende en absoluto que el pasado sábado fueran detenidas más de 2.000 personas de entre las decenas de miles que se manifestaron por toda Rusia contra su detención. El G-7 y la Unión Europea también han reclamado su liberación inmediata. Pero tras el documental sobre su palacio en el que Navalny acusa a Putin de haber robado desde siempre y afirma que ha perdido la cabeza, el Zar no puede liberarle sin más. Reza el adagio que los rusos quieren a un líder fuerte y liberar a quien le insulta y ofende de tal manera, sería una muestra de debilidad. Puede ser pero seguro que los rusos no quieren a un ladrón y la corrupción de Putin ha quedado más al descubierto que nunca. Y la prisión indefinida de Navalny le puede convertir en el Mandela ruso. Por no hablar de su posible muerte en prisión: una nueva batería de sanciones contra el régimen de Putin sería inevitable.
Recordemos que desde que Putin se anexionó Crimea, invadió el este de Ucrania y sus secuaces allí tumbaron – seguramente por error – el avión civil holandés MH17 en julio de 2014 matando a las 298 personas que volaban en él, Rusia está sometida a fuertes sanciones económicas. Solo las de la UE le suponen una pérdida de un 1% de PIB anual. Putin fue expulsado de las reuniones del G-8 que tanto relumbrón le daban en casa y ahora solo se relaciona con los presidentes de China, Turquía – relación de amor-odio, Irán – tres cuartos de lo mismo, o Venezuela. Dime con quien andas… Pero su aislamiento internacional no le ha impedido envidar doble y, desde entonces, Rusia ha intervenido a las bravas en Siria y en Libia y también en República Centroafricana o en Azerbaiyán.
No teníamos constancia de que Putin fuera un corrupto megalómano pero sí de su obsesión por revivir el imperio ruso: la disolución de la Unión Soviética fue el mayor error de la historia, ha declarado repetidamente. Sería hasta cierto punto normal que el Presidente de Rusia quisiera devolverle la grandeza del pasado, pero no tanto cuando ello conlleva el sometimiento de los pueblos a su alrededor, de Georgia a Moldavia y de Kazajstán a Ucrania, sin olvidar las tres repúblicas bálticas, que hoy forman parte de la Unión Europea, que sigue considerando como “robadas”.
Mencionaba al principio las quejas legítimas que Rusia puede esgrimir frente a Occidente. Entre ellas, que la OTAN bombardeara Serbia por la opresión de Kosovo sin autorización del Consejo de Seguridad, que EE.UU. invadiera Irak violando de nuevo la legalidad internacional o que Occidente abusara de la resolución de Naciones Unidas sobre Libia para acabar con Gadafi. Todo ello vale para denunciar como hipócritas a quienes ponen el grito en el cielo por la anexión de Crimea, que formaba parte de Rusia hasta que Kruschov decidió regalársela a Ucrania en 1962. Pero el “y tú más” no exculpa a Rusia de sus propios pecados para con sus vecinos, a los que se empeña en no dejar decidir su presente y futuro libremente.
Para los rusos, todo empezó en Ucrania, como para los serbios todo empezó en Kosovo. Pero los ucranianos y kosovares de hoy tienen pleno derecho a decidir democráticamente aliarse económicamente con la próspera Unión Europea antes que con la ruinosa Rusia, que solo es capaz de producir armas y exportar materias hidrocarburos y cuya población se sigue reduciendo a marchas forzadas, como resultado de una combinación explosiva de migración, alta mortalidad e ínfima natalidad.
En vez de ocuparse de las graves amenazas socio-económicas que se ciernen sobre Rusia a medio y largo plazo, Putin y los suyos destinan ingentes recursos a tratar de mantener su estatus como super potencia internacional, desplazando mercenarios – el infame Grupo Wagner – a zonas en conflicto para ganar influencia, desinformando a mansalva con la pomposamente denominada “Agencia de Investigación de Internet”, que no es si no una maquinaria de trolls que intenta desestabilizar las democracias occidentales, y el canal RT, que hace lo propio emitiendo en las principales lenguas internacionales, y hackeando todo lo que puede (el ATP28 conocido como Fancy Bear solo es el equipo de ciber espionaje más conocido).
Y gracias al documental de Navalny, ahora sabemos a ciencia cierta que, además, Putin roba a su gente a manos llenas y lo viene haciendo desde incluso antes de ser Presidente.
No nos corresponde a los demás “arreglar” Rusia o, peor aún, “imponer” una verdadera democracia allí por la fuerza o por las malas. Pero si debemos tener claro que su Presidente y sus aliados estarían en la cárcel en cualquier país en el que la justicia tuviera un mínimo de independencia y la sociedad civil no estuviera absolutamente amedrentada. Y actuar en consecuencia si Navalny vuelve a sufrir una repentina indisposición que pone en riesgo su vida o es condenado a largos años de prisión por que sabe qué supuestos delitos. Sobre todo ahora que ya no tiene a Trump para protegerle de forma encubierta.
Es así , tal y como lo describe el autor del post. No conozco a nadie , pero a nadie , que describa la situación de otra manera en lo esencial.
Lo difícil es acertar en las propuestas contra los dictadores teniendo en cuenta el problema de las cebras porque si disparas contra ella todas las rayas sucumben al mismo tiempo.
La verdad es que el autócrata sabe como cómo manejar la situación y cuenta con las necesidades de la UE y sus recurrentes embolias por exceso de grasa burocrática . Toda esta gente ( las dictaduras ) es inmune a las consecuencias de la aplicación del derecho internacional y su ambición de que se aplique la extraterritorialidad a sus intereses.
Tratar de provocar respuestas internas condicionantes se parece al caso Venezuela : hambre , dolor , emigración y pobreza.