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El horror de Bucha en las inmediaciones de Kiev, con cientos de civiles asesinados a sangre fría por las tropas rusas en retirada, ilustra brutalmente la destrucción provocada por la invasión que Putin decidió, por sus santos cojones, el pasado 24 de febrero. Y acelera su defenestración, para la que ya no había vuelta atrás. A finales de la semana pasada, la Unión Europea, principal exportador a Rusia y su principal cliente energético, no se planteaba adoptar sanciones adicionales más allá de cerrar flecos. Pero ahora el embargo de las importaciones de petróleo ruso, y hasta del gas, vuelven a estar sobre la mesa (cfr. las reacciones de los ministros de Exteriores y Defensa alemanes de ayer).

Si el Kremlin tuviera un ápice de bondad – o sensatez – habría reaccionado a las imágenes de ayer ofreciendo su colaboración a una investigación independiente, mostrando también su disposición a castigar a cualquiera de sus soldados que pueda haber participado en crímenes de guerra. Al contrario, se apresuró a denunciar una supuesta campaña de desprestigio protagonizada por actores… Cuando la cagas, sostenella y no enmedalla te acaba saliendo todavía más caro. Especialmente si tu ejército, además de genocida, es un desastre. Y lo es. Y mata civiles, cientos de ellos, porque no es capaz de conseguir derrotar al ejército ucraniano.

Según estimaciones fiables, los rusos han perdido ya unos 410 tanques y unos 700 vehículos blindados, lo que viene a ser un tercio de sus mejores formaciones militares. ¡En apenas un mes! Lo único que han conseguido conquistar es Melipotol y Kherson, y asediar Mariupol y Kharkiv, que no acaban de caer, como ya nunca lo hará Kiev, la joya de la corona que esperaban rendir en días.

Rusia es, además, incapaz de reponer sus pérdidas – se estima que unos 25 mil soldados están ya fuera de combate – tanto por su lamentable preparación logística como por efecto de las sanciones occidentales, que castran ya sus cadenas de suministro industriales.

Putin puede seguir matando y destruyendo pero ya ha perdido y cuanto más se empecine, peor será su destino.

Ayer se manifestaron unas cinco mil personas en Berlín a favor de Rusia. Increíble – es de esperar que fuera antes de saber de Bucha – pero cierto. Son muy pocos los países que han votado con Rusia en Naciones Unidas contra la condena de su agresión, pero no son tan pocos los que se han abstenido o mantienen relaciones con Rusia como si nada, y sobre todo, representan casi a la mitad de la población mundial – China, India, Sudáfrica… Pero cuánto peor sea el horror provocado por Rusia, más difícil les va a resultar mantener la equidistancia entre la crítica a la invasión y la animadversión hacia Occidente, las ex potencias coloniales. Ayer volvió a arrasar en las elecciones húngaras el “iliberal” Orban, otro equidistante, y Marine Le Pen aspira a echarle un pulso en condiciones a Macron en la segunda vuelta de las presidenciales francesas en mayo. Pero ambos han tenido que distanciarse de su amigo Vladimir. Y más que lo van a tener que hacer.

Hace unos días la pregunta – absurda a mi juicio – era si China iba a ayudar militarmente a Rusia. Hoy la cuestión es cuánto va a tardar China en dar instrucciones a sus empresas para distanciarse completamente de Rusia para evitar que se conviertan en víctimas directas de las sanciones occidentales, que solo van a aumentar y no van a cesar hasta que el sátrapa ruso desaparezca de escena.

La guerra es horrible y ya son más de cuatro millones los que llevaban una vida completamente normal y han tenido que salir por pies de Ucrania. Y algunos miles los que han perdido la vida, muchos cientos de ellos sin siquiera empuñar las armas como en Bucha. Ya lo sabíamos pero verlo con toda su crudeza nos fuerza a reaccionar como preferiríamos no hacerlo. Porque la invasión no tenía sentido y lo mejor sería ponerle fin cuanto antes y restablecer la normalidad, también en cuanto a las relaciones políticas y comerciales con Rusia. Pero no es posible. Era obvio antes de Bucha pero después es impepinable.

No tengo ni idea cuánto puede aguantar Putin. No creo que la sociedad civil rusa pueda levantarse contra él. Tampoco en que los oligarcas sean capaces por muchos yates que les incautemos. Pero su aislamiento tiene que ir in crescendo, también entre sus fieles, y sobre todo, en quiénes obedecen sus órdenes. A nadie le gusta ser cómplice del horror y, sobre todo, nadie sigue a los perdedores. Y Putin cada vez huele más a perdedor. También en Moscú.