Recuento

Arthur Mulligan

En su primera ola la epidemia de COVID 19 se reveló como una sorpresa violenta y universal que confinó a más de la mitad de los 7.700 millones de habitantes del planeta en 170 países y, a pesar de los 8 billones de dólares movilizados por los Estados y los Bancos centrales, con toda seguridad no se evitará la quiebra de empresas que a su vez repercutirá en el balance de los bancos.

Entonces, el parón de la economía real será responsable de la crisis financiera, al revés que en 2008. Probablemente como sucede en todas las crisis mayores, los países que objetivamente se encuentren en mejor posición a la salida de ésta -hoy por hoy impredecible- serán naciones como Corea del Sur, Taiwán, Alemania o Suecia, naciones que tienen en común finanzas públicas saneadas, una industria potente e inversiones elevadas en nuevas tecnologías, dentro de un marco de instituciones políticas legítimas que favorecen una fuerte cohesión social.

Comparten también el principio de que sus ingresos no pueden desconectarse del trabajo durante mucho tiempo, ni ser garantizados por el Estado y, mucho menos, que el dinero público sea ilimitado y gratuito.

Las naciones no pueden actuar como el interesante y multimillonario Howard Hughes al que su fobia hacia los microbios le encerró durante los diez últimos años de su vida para convertirlo en una especie de muerto viviente por miedo a morir. Una vida así, además de imposible para el común de los mortales ¿vale la pena de ser vivida?

Los pocos esfuerzos técnicos y administrativos durante el verano revelan más que ninguna otra cosa la naturaleza indolente de este gobierno que nos ha tocado en suerte a los españoles, un gobierno cegado por un comprensible instinto de compensar de algún modo el duro confinamiento de primavera, recomendando vacaciones y tratando de reanudar el consumo para reactivar la economía en una suerte del dolce farniente, para luego despedirse de la escena deseando buena suerte a todo el mundo.

Y esto pudo ser así porque lo más chocante en esta crisis es nuestra ignorancia, esa que encarna de manera extraordinaria Pedro Sánchez cuando dijo convencido aquello de que habíamos vencido al virus (había salvado unas 450.000 vidas), a la vez que negaba la existencia de cualquier comité de expertos que hubiera dotado de continuidad lógica las actuaciones estratégicas durante lo más duro de la pandemia.

¿Y qué podría pensar el histrión si su ministro encargado sabía mucho menos aún que él, ambos confundidos por Fernando Simón, un increíble y creativo epidemiólogo, comentarista especializado en mesetas y curvas cuyas afirmaciones desmentían los hechos con frecuencia?

Mucho más interesado por lo genuinamente político, en ningún momento el gobierno renunció a las ventajas de la ausencia de control, entregando a la imprenta del BOE un volumen de 3.500 documentos.

Sánchez, ya se sabe, es un izquierdista de salón, alguien sin fundamentos sólidos que desde su inconsistencia juega con las ideas fuerza del republicanismo: la unidad de la nación, la separación de poderes, el respeto a la ley.

Así que no es extraño que entre la confusión de los nuevos brotes de la pandemia y la molicie del final de verano pisara el acelerador de los PGE, no tanto en la redacción de unos presupuestos fantásticos e inimitables por la insistencia de un Iglesias nervioso en introducir aquello que no puede ocurrir (regulación de los precios de alquiler) o mejor dicho, porque será corregido de la misma manera que la reforma salvaje del CGPJ, sino por agradar a otros posibles socios con, entre otras, las siguientes decisiones:

– veto gubernamental a la presencia del rey en Cataluña, agravado por su silencio ante las acusaciones de sus ministros, algo así como entregar simbólicamente su cabeza a los enemigos de la unidad del estado, algo inconcebible en una democracia avanzada.

– traslado masivo de etarras para preparar la próxima e inminente transferencia de prisiones, mientras se solicita un nuevo “estatus” en Euskadi y se colabora de manera imprudente con el nacionalismo quemando etapas para una forzada reinserción. Todo ello entre declaraciones grandilocuentes que desvían la atención y que nada significan.

Toda esa disipación de energía para mantener viva la tensión del monstruo frankenstein le ha impedido ocuparse de España y de la seguridad de los españoles en esta segunda crisis sanitaria.

Pero sobre todo le ha impedido abordar la pandemia de otra manera cometiendo tres graves errores:

. Triunfalismo e indolencia

. Abigarramientos en la administración

. Confinamientos sin coordinar e indiscriminados.

El resultado es más pobreza, miedo y falta de confianza porque además la crisis económica se agudiza y crece dramáticamente la cifra de fallecidos.

El escándalo de la rivalidad entre autonomías y la barra libre de confinamientos perimetrales se asemeja cada vez más a juegos de estrategia, en donde hay comunidades que no necesitan pronunciarse ya que las contiguas pueden decidir por ellas como sucede en ajedrez con el ahogado, una situación que se produce cuando el jugador de quien es el turno no tiene jugadas legales para realizar y el rey no se encuentra en estado de jaque.

Inútil a día de hoy refugiarse en la crítica de todo lo que se ha hecho mal pero no el buscar consuelo en las otras cosas que deberían hacerse al final de esta segunda ola. No estamos necesariamente condenados a entrar en bucle, en el día de la marmota, por mucho que algunos hayan encontrado un modus vivendi de expertos en acomodarse a esta situación, todos ellos perfectamente prescindibles y de lagrima fácil.

Con este gobierno de coalición cada vez son más los españoles que tienen el espantoso sentimiento de no disponer de su destino; estábamos acostumbrados a las normas, a los controles, a los protocolos, en suma, a las certezas.

La extrañeza de un futuro ansiógeno nos convoca a desplegar nuevas facultades: ir delante de un riesgo desconocido confiando en ese tipo de coraje que se despliega ante el peligro, a la consciencia moral que toma las decisiones propias de una situación excepcional.

Constatamos nuestra ignorancia profunda, la ignorancia de los especialistas que no paran de contradecirse unos a otros.

Las antiguas esperanzas de los movimientos políticos y religiosos, sustituidas hasta antes de ayer desde el confort de un materialismo y sus promesas de suprimir los males de la condición humana para ocuparnos más de su lado festivo, aparecen hoy obsoletas.

Las enormes colas de servicios desbordados, ya sean de la sanidad primaria, entrega de alimentos, recogida de muestras o sencillamente en el transporte parece que nos abandonan brutalmente al azar de un destino, a la fatalidad, a la enfermedad mortal que aguarda en la esquina.

Este sentimiento trágico comenzó con las primeras mentiras, con el intento de infantilizarnos desde una máquina de propaganda grosera.Nos dijeron que las máscaras eran inútiles cuando no nefastas; lo mismo sucedió con los tests.

Ahora, una vez pérdida su credibilidad solo queda la ironía,el escepticismo, la mansedumbre y también la ira, porque las mentiras son más peligrosas que la confesión de impotencia.

Hoy sabemos que la enfermedad se cierne sobre las personas muy mayores, en general con otras patologías y a pesar de saberlo continuamos haciendo lo mismo: encerrar a los jóvenes que pierden sus empleos, paralizando las fábricas o sus centros de trabajo contrayendo deudas enormes y tensionando el normal funcionamiento de nuestro sistema sanitario.

Y es así porque, en general, las inercias en la forma de llevar la dirección de un país, acostumbran a gestionar las previsiones, las certezas, la burocracia, el control, las cifras.

En lugar de asumir riesgos con coraje prefieren reformas autoritarias; dividir en vez de colaborar; aislarse en lugar de reunirse; imitar y no ensayar.

Y así, este gobierno ha formado un coro de incapaces para dar palos de ciego que como un rebaño nos lleva a un nuevo confinamiento, como en Marzo, por no haber aprovechado la tregua del desconfinamiento, un tiempo precioso, un tiempo perdido.

Ni auditorías, ni reformas legales, ni aprovechamiento de las ventajas de la insularidad con nuevos protocolos, ni tantas y tantas cosas, como censos diana para test masivos de mayores o propuestas de confinamientos selectivos en los primeros rebrotes.

Pero nada. Solo risas de verano y el fatalismo de sentir poco a poco como nos calcinan los coléricos rayos de un sol sin gobierno y desnortado.

8 comentarios en “Recuento

  1. Discrepo. De casi todo. Soy muy pero que muy crítico con cómo ha gestionado el gobierno la pandemia desde el primer día hasta hoy. Pero también constato que los demás gobiernos – autonómicos, europeos, de fuera de Europa – no han hecho más que cagarla. Casi todos casi en toda ocasión. Mulligan cita algunas excepciones que no conozco en detalle. Pero no cita la multiplicidad de ejemplos de gestión muy mejorable. Mal de muchos consuelo de tontos, ya lo sabemos, pero me lleva a pensar que yo y solo yo porque soy muy listo y lo se todo mejor que nadie, debería ser el Presidente del Gobierno. Lo cual debía pensar Hitler también. Y ahí me modero un poco y pienso que igual yo también lo habría hecho peor de lo que pienso porque, a lo peor, definir las medidas es una cosa y ponerlas en práctica como se definen, otra más complicada. Y luego está Ayuso, que hace bueno a cualquier otro. Es decir, lo que tenemos no es de oro pero cabe también algo mucho peor. Y en política hay que elegir entre las opciones en oferta. Biden no encanta pero antes que Trump, cualquier cosa. Pues igual, antes que Casado de la mano de Abascal, Sánchez forever. Así que, si, en abstracto la gestión del gobierno es manifiestamente mejorable. Bajando a la realidad factible, mucho menos mala que las alternativas. Conviene tenerlo en cuenta.

  2. Afirmación del consecuente.

    También llamada error inverso, esta falacia asegura la verdad de una premisa a partir de una conclusión, yendo en contra de la lógica lineal. Por ejemplo: “Siempre que nieva, hace frío. Como hace frío, entonces está nevando”.

    Generalización apresurada.

    Esta falacia extrae y afirma una conclusión a partir de premisas insuficientes, extendiendo el razonamiento a todos los casos posibles. Por ejemplo: “Papá ama el brócoli. Mi hermana ama el brócoli. Toda la familia ama el brócoli”.

    Post hoc ergo propter hoc.

    Esta falacia se nombra a partir de una expresión latina que traduce “después de esto, a consecuencia de esto” y también se la conoce como correlación coincidente o causalidad falsa. Atribuye una conclusión a una premisa por el simple hecho de que ocurran de manera sucesiva. Por ejemplo: “El sol sale después de que canta el gallo. Por lo tanto, el sol sale debido a que canta el gallo”.

    Falacia del francotirador.

    Su nombre se inspira en un supuesto francotirador que disparó a un granero al azar y luego pintó una diana en cada impacto, para proclamar su buena puntería. Esta falacia consiste en la manipulación de informaciones no relacionadas hasta lograr algún tipo de efecto lógico entre ellas. También explica la autosugestión. Por ejemplo: “Hoy soñé que tenía doce años. En la lotería salió el número 3. El sueño lo advirtió porque 1+2=3”.

    Falacia del espantapájaros.

    También llamada Falacia del hombre de paja, consiste en la caricaturización de los argumentos contrarios, para así atacar una versión débil de los mismos y demostrar superioridad argumentativa. Por ejemplo:
    – Creo que los niños no deberían estar hasta tarde en la calle.
    – No creo que lo debas tener encerrado en un calabozo hasta que crezca (refutación falaz)

    Falacia del alegato especial.

    Consiste en acusar al adversario de carecer de las sensibilidades, conocimientos o autoridad para participar en el debate, descalificándolo así como inepto para el nivel mínimo necesario para ser refutado. Por ejemplo:
    – No estoy de acuerdo con que suban las tarifas de luz y de agua de un día para otro.
    – Lo que pasa es que no entiendes nada de economía.

    Falacia de la pista falsa.

    Conocida como red herring (arenque rojo, en inglés), se trata de desviar la atención del debate hacia otro tema, como maniobra de diversión que esconda las debilidades argumentativas del propio alegato. Por ejemplo:
    – ¿No está de acuerdo con la condena propuesta para el violador? ¿Es que no le importa lo que piensan miles de padres de familia al respecto?

    Argumento a silentio.

    El argumento desde el silencio es una falacia que extrae una conclusión a partir del silencio o la falta de evidencias, es decir, a partir del silencio o de la negativa a revelar información del contrincante. Por ejemplo:
    – ¿Qué tan bien sabes hablar alemán?
    – Es una segunda lengua para mí.
    – A ver, recítame un poema.
    – No me sé ninguno.
    – Entonces no sabes alemán.

    Argumento ad consequentiam.

    Esta falacia consiste en evaluar la veracidad de una premisa a partir de lo deseables o indeseables que sean sus conclusiones o consecuencias. Por ejemplo:
    – No puedo estar embarazada, si lo estuviera papá me mataría.

    Argumento ad baculum.

    El argumento “que apela al bastón” (en latín) es una falacia que sostiene la validez de una premisa a partir de la amenaza de violencia, coacción o amenaza que no aceptarla representaría para el interlocutor o adversario. Por ejemplo:
    – No eres homosexual. Si lo fueras, no podríamos seguir siendo amigos.

    Argumento ad hominem.

    Esta falacia desvía el ataque de los argumentos del oponente a su propia persona, desvirtuándolos por extensión a partir del ataque personal. Por ejemplo:
    – Los préstamos a largo plazo solucionarán el déficit fiscal.
    – Eso lo dice usted porque es millonario y no sabe de necesidades.

    Argumento ad ignorantiam.

    También conocido como el llamado a la ignorancia, afirma la validez o falsedad de una premisa a partir de la existencia o falta de pruebas para demostrarlo. Así, se basa la argumentación no en el conocimiento efectivo, sino en la ignorancia propia o del oponente. Por ejemplo:
    – ¿Dices que tu partido es mayoría? No lo creo.
    – No puedes demostrar lo contrario, así que es verdad.

    Argumento ad populum.

    Conocido como el sofisma populista, implica la asunción de validez o falsedad de una premisa a partir de lo que una mayoría (real o supuesta) piense de ello. Por ejemplo:
    – No me gusta el chocolate.
    – A todo el mundo le gusta el chocolate.

    Argumento ad nauseam.

    Falacia consistente en la repetición de la premisa, como si insistir en lo mismo pudiera imponer su validez o falsedad. Es la falacia resumida en la célebre frase del ministro de propaganda Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.

    Argumento ad verecundiam.

    Llamada también “argumento de autoridad”, defiende la validez o falsedad de una premisa a partir de la opinión de un experto o alguna autoridad (real o pretendida) al respecto. Por ejemplo:
    – No creo que hubiera tanta gente en la manifestación.
    – Claro que sí. Lo dijeron los periódicos.

    Argumento ad antiquitatem.

    Esta falacia consiste en una apelación a la tradición, es decir, asume la validez de una premisa de acuerdo al modo acostumbrado de pensar las cosas. Por ejemplo:
    – El matrimonio homosexual no puede permitirse, ¿cuándo se ha visto algo así?

    Argumento ad novitatem.

    Conocida como apelación a la novedad, es el caso contrario a la apelación a la tradición, sugiere la validez de una premisa a partir de su carácter inédito. Por ejemplo:
    – No me gusta este programa.
    – ¡Pero si es la versión más reciente!

    Argumento ad conditionallis.

    Es una falacia que condiciona el argumento o las pruebas de su conclusión, impidiendo que puedan ser refutadas pues tampoco se las ha afirmado del todo. Es típico del periodismo y emplea muchas palabras en modo condicional. Por ejemplo:
    – El político habría desviado fondos públicos para su beneficio personal.

    Falacia ecológica.

    Ésta atribuye la verdad o falsedad de un enunciado, a partir de la atribución errónea de alguna característica de un colectivo humano (por ejemplo, las arrojadas por la estadística) a cualquiera de sus individuos sin distinción, fomentando estereotipos y prejuicios. Por ejemplo:
    – Uno de cada tres asaltantes en estados unidos es negro. Por lo tanto, los negros son más propensos a robar.

  3. Si les parece bien este gobierno hay espacio abundante en este foro para resaltar sus éxitos y las buenas intenciones en sus fracasos ( si tienen alguno) . Les recuerdo que si la ira les inflama no es necesario insultar al articulista , sugiriendo megalomanías , adhesión a la figura de Hitler , connivencia con Ayuso , o directamente llamándole burro , algo propio de los simples.
    En todos los medios , incluso en aquellos que expresan simpatía por el gobierno de coalición , pueden encontrar comentarios más críticos, algunos menos fundados , y también juicios de intención rastreros por parte de los más incapaces.
    La verborrea inútil es afirmar que «hemos vencido al virus y salimos más fuertes » o que el «machismo mata más que el virus » .
    He puesto una lista de las principales falacias , algunas muy comunes en el Parlamento, para que no elijan siempre la misma, más que nada por una cuestión de estilo.
    Pero lo más preocupante es , aparte de la evidente mala educación , que no anima precisamente a la participación política, lo que revela del carácter infantil que subyace en los modos que consideran legítimos para aceptar una crítica : debe acercarse lo máximo a su manera de pensar ; si es un partido de fútbol y se censura tal o cual jugada de una estrella ( de su equipo , naturalmente) enseguida responden : ¡ Sal tú y veremos qué tal lo haces ! y así con todas sus filias y fobias , en un terreno dogmático cuyos dilemas en presencia la mayor de las veces rezuman la inconsistencia de la demagogia cuando no el estrabismo moral.

  4. Jo!…Para una vez que tengo una falta ortográfica y la intento remediar con un chascarrillo sobre las bes,refiriéndome a mi…va Mr Mulligan y se enfada…¡caray!
    Ejem…jeje.

  5. Para que ustedes vean que mi articulo de ayer no es una isla en medio de la aprobación general y mucho menos una descalificación gratuita o signo de tendencia megalómana , pueden leer hoy artículos en El Confidencial o en El País , bastante más duros y críticos con Sánchez , por no hablar de la entrevista a Cebrián en El Mundo.
    Ninguno defiende a Ayuso ni a Vox , pero no ahorra críticas a quien detenta hoy por hoy el poder ejecutivo.

    Por ejemplo,

    La podemización del PSOE
    ‘El País’ – 2020-10-31
    / TEO­DO­RO LEÓN GROSS
    El “sea humilde como yo” de Illa a Casado bien puede recordar aquella humorada del cura que predicaba la sencillez advirtiendo a los feligreses: “… y os lo digo yo, que a mí a modesto no me gana nadie”. La sesión del estado de alarma era un papelón y no es raro que arrastrase incluso a Illa, uno de los tonos más moderados de la política española, aunque a veces vaya de Atticus Finch a The Nutty Professor. A él le cayó ese papelón de defender un estado de alarma de seis meses sin control parlamentario; y además viendo cómo el presidente no sólo se escaqueaba de lo indefendible sino que además brindaba el desplante torero de largarse sin oír lo que tuviera que decirle el Congreso. Como en todo, basta la prueba del algodón de invertir el reparto: ¿cuál sería la reacción si un dirigente de la derecha actuara así? Este secuestro del control parlamentario, y más tras el bochorno del Poder Judicial, empeora la confianza. Y no bastan los discursos inflamados de Abascal o los ardides infantiloides de Ayuso para justificarse.
    Claro que, para momento insólito de Illa, cuando elogió “el habitual tono moderado de Echenique”. En fin, sólo cabe pensar que alguien de Podemos le había escrito el discurso. Elogiar la moderación de Echenique es como felicitarse por el sosiego de Olona o la profundidad de Lastra.
    Hay cosas demasiado alejadas de la realidad como para tener el beneficio de la duda. Un Gobierno de coalición exige cesiones, obvio, pero no hasta el punto de ceder el raciocinio. Y el PSOE, algo que preocupa cada vez más entre los socialistas ajenos a la nomenclatura, debería medir el riesgo de podemizarse. En definitiva se intuye el riesgo de poner a los mandos del PSOE a un spin doctor, por talentoso que sea, de ahí que la presentación de los Presupuestos —¿cómo se ha llegado a que presidente y vicepresidente parezcan dos azafatos de Sotheby’s acercando un incunable para comenzar la subasta?— resultara delirante. El poder aleja de la realidad, y el peligro es llegar a perder el contacto. La subida a los funcionarios mientras se piden sacrificios a sectores dolorosamente desprotegidos, confundiendo esto con una defensa de lo público, es para hacérselo ver.
    Iglesias siempre ha querido evitar la moderación. Y es lógico. De ahí sus dardos a Arrimadas para dinamitar su apoyo a los Presupuestos. De consuno con Rufián se ha encargado sistemáticamente de abortar cualquier viraje al centro. El bloquismo polarizado es su ecosistema propicio, aunque no para la mayoría social. De momento es buena noticia que el PP se distancie de Vox y pueda bascular a posiciones moderadas, sí, y por tanto es mala noticia que el PSOE no lo haga y firme manifiestos con Bildu o las CUP dando lecciones de respeto democrático. El PSOE está gestionando una crisis volcánica, y es inevitable cometer errores, pero la sombra de la podemización no computaría ahí sino como miopía histórica.

    Y también

    Todos los trucos del presidente
    ‘El País’ – 2020-10-31
    DA­NIEL GAS­CÓN @gas­con­da­niel
    El presidente del Gobierno no consideró necesario defender el estado de alarma en el Congreso de los Diputados. Cuando el ministro de Sanidad terminó de hablar y debía intervenir el líder de la oposición, Sánchez se marchó. El desdén hacia los otros grupos se traslada a los ciudadanos: no creyó que debiera explicar por qué se limitan hasta mayo sus derechos fundamentales.
    El estado de alarma parece obligado en la lucha contra la pandemia. No se entiende su duración: seis meses sin control parlamentario efectivo. Las justificaciones siguen el modelo escandinavo: exigen que tengas el síndrome de Estocolmo o que te hagas el sueco. Se decía que esa duración exacta era lo que exigía la ciencia y luego se admitía que podían ser unos meses menos, como en un bazar. La ciencia ha sido una mezcla de conjuro y excusa: conjuro para desautorizar las críticas, excusa para legitimar decisiones que obedecían a la conveniencia política. El otro argumento era que así el Ejecutivo no sufría el desgaste de votar y negociar. Como está sostenido por una mayoría frágil, depende de socios desleales y a veces la oposición tiene la tentación de no apoyar al Gobierno, la solución es reducir los controles democráticos. Ya hemos visto demasiadas veces esta maniobra iliberal: solo sorprende lo invisible que es el propio cinismo.
    Muchos expertos dudan de la adecuación de la prórroga a la letra y el espíritu de la Constitución. “El derecho de excepción, en la medida en que supone una grave alteración en el normal funcionamiento de los poderes públicos, se ha de aplicar solo cuando sea estrictamente imprescindible; y, además, se ha de interpretar de manera sumamente restrictiva”, ha escrito Antonio Arroyo Gil. Es difícil de entender la posición del PP —abstenerse ante lo que considera un “atropello jurídico”— y resulta deprimente que el único grupo que se opuso a la medida fuera un partido ultranacionalista, magufo y euroescéptico como Vox.
    La inhibición del Parlamento convive con la evasión de responsabilidades: se reducen los controles democráticos y se da a los presidentes autonómicos poder sobre los derechos fundamentales. Se debilitan el Estado y la soberanía del Parlamento, se introducen nuevas variantes de inseguridad jurídica, se eliminan filtros parlamentarios y administrativos, se abre la puerta a marrullerías varias y a una fragmentación de dudosa justificación o eficacia, salvo si pensamos en el asunto principal: salvar al presidente.

    Y aquí un extracto de la entrevista con Cebrián :

    P.– Dedica a la pandemia parte de su nuevo libro y no puedo no preguntarle por el «tonto oficial».
    R.– Me refiero al tonto ilustrado que durante todos los días de la pandemia nos ha dicho una cosa y su contraria y cuando ha podido se ha dedicado a los deportes de riesgo. No quiero hacer una crítica descarnada, pero la gestión ha sido desastrosa. En primer lugar, porque se han basado en evidencias científicas que ni eran científicas ni eran evidencias, porque cualquier buen científico sabe que la humildad está adscrita a la ciencia, que se hace a base de prueba y error. Lo que no puede un Gobierno es decir en febrero que las mascarillas no valen para nada y en junio hacerlas obligatorias sin decir ni siquiera me equivoqué. Lo que no puede un Gobierno es negarse a hacer una evaluación independiente de las medidas adoptadas. Creo que dado el Gobierno tan débil que tenemos, con una mayoría parlamentaria insuficiente, los gurús de la comunicación pensaron que la pandemia era una oportunidad para potenciar su popularidad. Hay dos gurús ahora, uno en la izquierda, Iván Redondo, que ni siquiera es del PSOE y que fue también gurú para el PP, y otro en la derecha, que es Miguel Ángel Rodríguez, que pueden llevar a sus jefes a la catástrofe si se descuidan. Porque la comunicación en política es importante, pero lo más importante en la política es el proyecto. Lo que ha hecho Sánchez es huir y decirles a las autonomías que hagan lo que quieran. Luego lo ha corregido un poco, al ver que eso era un caos. Pero tampoco toda la culpa es de Sánchez. Las autonomías han protestado porque se le quitaban atribuciones y después…
    P.– Vivimos en un caos, dice, gestionado por…
    R.– …mediocres, por idiotas, en el sentido de la segunda acepción del diccionario: engreído sin razones para ello. La mediocridad de la clase política y la falta de liderazgo es evidente. Pongo algunos ejemplos de gente que yo creo que no tienen méritos personales suficientes para gobernar. Cito a Zapatero, porque creo que no los tenía. Es más: se montó en una ola de bienestar formidable que le venía de atrás y cuando tuvo que enfrentarse al monstruo pues no supo qué hacer. Además, fue el primero –Aznar lo inició un poco– que empezó a generar una división paranoica de los españoles respecto a la memoria histórica. Y cito a Díaz Ayuso. No hay nadie que pueda pensar que es una lideresa con capacidad de sacar adelante la tarea que tiene. Hay que tener convicción sobre la tarea que uno tiene que llevar a cabo y los líderes ahora hablan para ganar elecciones, no para plantear un proyecto de país. Probablemente porque no lo tienen. En vez de liderar, escudriñan cuáles son las veleidades de unos y de otros y cuáles les pueden ayudar a mantenerse en el poder. Por eso se explica que un día Sánchez diga que le quita el sueño Pablo Iglesias y después se meta en la cama con él. Ocurre en todos los países: quién se iba a imaginar a Trump como presidente de la primera potencia mundial.
    P.– Usted mismo ni pensaba que Sánchez fuera a ganar las primarias del PSOE.
    R.– Hay que reconocerle a Sánchez su capacidad de resistencia, porque fue descalabrado por el comité federal de su partido. El partido socialista ahora es un partido clientelista y el clientelismo es el final de los partidos políticos. No hay un proyecto de partido socialista para España, pero tampoco hay un proyecto popular. El socialismo, la socialdemocracia como tal tiene un problema y es que gran parte de sus propuestas y proposiciones fueron aceptadas por la democracia cristiana en la posguerra mundial.
    P.– En Fundamentalismo democrático (Taurus) se sirve de Tocqueville para una reflexión final sobre la necesidad de la democracia de defenderse de sí misma. ¿La pandemia refuerza esta idea?
    R.– Establecer el estado de alarma es asumir el poder central, cuyo ejercicio afecta a las libertades fundamentales, como la de circulación y de reunión. Y en España, encima, ha afectado a la libertad de expresión, con esas ruedas de prensa macabeas que nos pusieron, con preguntas interpretadas por parte de un funcionario del Gobierno, sin que se pudiera repreguntar y con el presidente o los ministros contestando cosas que no tenían nada que ver. Hay una deriva autoritaria en muchos países debido a que el ejercicio de la autoridad es necesario para defenderse del virus. También vemos el tema del poder judicial, una cosa verdaderamente impresionante: que el PP no sea capaz de cumplir la CE y que el PSOE quiera cambiarla para empeorarla. Hay que decir una cosa, además: la propuesta que en su día hizo Felipe González en cierta medida era una medida que afectaba al espíritu de la CE. El Tribunal Constitucional decidió pasarla por alto pensado que el elemento de los tres quintos del Parlamento resolvía el problema, pero es una anomalía.

    Finalmente Ignacio Varela en El Confidencial ,

    ¿ Cuándo se dará cuenta Pedro Sánchez de que es el presidente del Gobierno de un país que se muere a chorros? ¿Cuándo dejará de jugar a la política —ni siquiera hacer política, solo jugar a ella— entre la muerte y la ruina de sus compatriotas? ¿Cuándo comprenderá que el orden jurídico no es un muñeco de goma que pueda moldearse a sus cambiantes caprichos o a la última jugada ideada por algún Rasputín de su corte monclovita? ¿Cuándo se olvidará de ser siempre el más pillo del barrio, el más chulo de la ciudad y el más maula de todos los maulas? En resumen, ¿cuándo dedicará un rato, en medio de esta tragedia nacional, a ocuparse seriamente de algo que no sea Su Persona?

    ¿Han visto alguna vez a un presidente haciendo huelga? Pues eso es lo que hizo Pedro Sánchez entre el final atropellado del primer estado de alarma y el caótico principio del segundo. Pero, visto lo visto, no se sabe qué es mejor, que esté o que no esté. Cuando no actúa, todo se tuerce porque se necesita un presidente. Cuando actúa, todo se alborota por el mismo motivo: porque se necesita un presidente.

    …/…
    Es muy probable que España tenga que permanecer seis meses o más en estado de alarma. Pero ello no significa que el Congreso deba firmar ‘a priori’ un cheque en blanco al Ejecutivo, renunciando a su obligación constitucional de controlar su aplicación y revisar su continuidad cada cierto tiempo. Si se admite que el estado de alarma es la única forma que presenta la Constitución para limitar los derechos fundamentales, más motivo para que el Parlamento sea algo más que un mero testigo de la excepcionalidad.

    El despliegue gubernamental para la ocasión responde invariablemente al designio de abdicar de una política nacional frente a la pandemia y entregar su gestión a los poderes territoriales. El estado de alarma no puede ser una mera cobertura formal para que cada Gobierno autonómico tenga barra libre sin que los jueces lo importunen. Si el Parlamento autoriza que se restrinjan ciertos derechos fundamentales durante un tiempo —imponiendo, por ejemplo, el confinamiento domiciliario de toda la población durante varias horas al día—, esa capacidad es indelegable. Una cosa es la gestión descentralizada de los recursos sanitarios y otra la de las libertades básicas. 17 autoridades delegadas en esa materia son un fraude a la letra y el espíritu de la ley.

    El desorden inoculado por el Gobierno en los últimos días ha sido tal que a estas alturas ningún ciudadano español sabe con un mínimo de certeza qué puede y qué no puede hacer, adónde puede o no ir, cuándo está cumpliendo la ley y cuándo transgrediéndola. Y no sabe tampoco a quién tiene que pedir cuentas de este desbarajuste. Lo peor es que después de la sesión de este miércoles en el Congreso, seguiremos sin saberlo. No puedes saber si estás dentro o fuera de la raya si te mueven la raya varias veces al día, o si hay varias rayas móviles pintadas sobre el campo. Llegados a este punto, solo nos quedan el miedo y el desamparo.
    ===========

    Por hoy parece suficiente como piedra de toque de ulcerosos, en calificación inmortal de AC .

  6. Eso de que «ningún ciudadano español sabe con un mínimo de certeza qué puede y qué no puede hacer, adónde puede o no ir, cuándo está cumpliendo la ley y cuándo transgrediéndola.»…es una solemne tontería.
    A estas alturas si no sabemos lo que tenemos que hacer para evitar los contagios y como no contagiar a los demás y lo que tenemos que hacer durante las jornadas de trabajo y sus desplazamientos.
    YA NO LO SOLUCIONA ,NADIE.
    Hasta los que cometen imprudencias,saben muy bien las consecuencias.y a lo que se exponen.

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