Lobisón
El FMI insiste en que la política de austeridad a muerte está matando a la Eurozona, y en que crece el riesgo de una catastrófica recesión global. Mientras, sin embargo, los dirigentes de la Eurozona siguen hablando de cuestiones técnicas y razonando en función de sus intereses políticos nacionales. No hay que ser catastrofistas: quizá los cambios que gradualmente se van introduciendo lleguen a permitir un nuevo despegue. Pero lo cierto es que las cosas pintan muy mal. Y en España, por si fuera poco, asistimos al duelo entre dos titanes de la dialéctica, Wert y Mas, a ver quién dice la frase más demagógica e inoportuna.
En este contexto, en busca de evasión, me he refugiado en la última grabación de Cecilia Bartoli (Mission) y la última novela de Donna Leon (Las joyas del paraiso). Las dos giran en torno a la figura de Agostino Steffani, un olvidado compositor barroco que, según Bartoli, sería el puente entre Monteverdi y Händel. En la novela, una musicóloga debe indagar en un legado documental de Steffani, sorprendentemente surgido de los archivos de Propaganda Fide, a fin de resolver las ambiciones de dos primos, aspirantes en conflicto a un presunto tesoro ligado a dicho legado.
Hay personas a las que no les gusta la ópera y otras a las que no les gusta la novela policiaca. A Donna Leon le gusta mucho la ópera y escribe novelas policiacas, y en esta última obra muestra una rara complicidad con el trabajo de Bartoli, que no sólo es una excelente cantante (mezzosoprano) sino también una investigadora en las raíces de la ópera barroca y el papel de los castratti. Cabía intuir que eran amigas porque Leon ya dedicaba a Bartoli una novela anterior (Veneno de cristal), pero ahora ya hay pruebas de que lo son.
De la devoción de Leon por la ópera también había pruebas en sus novelas anteriores: la primera se llamaba Muerte en La Fenice (el mítico teatro de ópera de Venecia), sus libros comienzan con citas de fragmentos de óperas o de sus autores, y además en un libro de ensayos (Sin Brunetti, 2006) contaba cómo se jugó en la vida en su juventud tratando de salvar el abismo que la separaba de una audición, para la que no había podido conseguir entradas, reptando por una viga en los cielos de Nueva York.
(También contaba su experiencia como profesora de inglés para las tropas norteamericanas en Arabia Saudí. No fue una experiencia satisfactoria, hasta el punto de que recomendaba a Bush, si sentía ansias incontenibles de bombardear un país de Oriente Próximo, que comenzara por sus aliados saudíes. Más allá de la boutade sanguinaria, y de sus propios motivos de agravio, a saber, el trato a las mujeres, lo cierto es que nadie que conozca el papel de la autocracia saudí en la expansión del cáncer salafista podría negar el buen sentido del consejo.)
Esta última novela de Donna Leon no está protagonizada por su habitual Comisario Brunetti. Aunque las personas que no gustan de las novelas policiacas no suelen ser susceptibles a los argumentos, conviene señalar que este caballero es un agudo y fatigado conocedor de la realidad italiana, que en cada novela se habla de los problemas del país y se describen con devoción rincones y paisajes de Venecia (donde vive Leon desde que abandonó su último empleo para el ejército norteamericano, en la base de Treviso), y que se asiste a los cambios en la familia de Brunetti: sus dos hijos y su tránsito por la adolescencia, sus peculiares suegros (aristócratas venecianos) y su amorosa relación con su esposa, una universitaria especializada en Henry James, cuya voluminosa correspondencia es lo único que se puede interponer entre ellos (sobre todo en la cama).
También se habla de comida italiana, aunque con menos gula que en las novelas de Camilleri. Y, entre paréntesis, el disco de Bartoli sobre Steffani parece demostrar que fue un excelente compositor, castratto o no.
Por cierto, el final de Las Joyas del Paraiso puede que resulte divertido para los comecuras habituales de DC.
Ay, para este humilde lector, que está inmerso en los diarios de Bono, el de Cagggtilla-La Mancha, todo esto de la ópera y la literatura policiaca le resulta muy exótico. Una de las pocas consecuencias positivas que podría tener la crisis es que el Estado dejara de subvencionar los gustos decadentes de la burguesía. La ópera está bien para la ducha, como muestra la última película de Woody Allen, pero no mucho más, por favor.
en Resumen:
«El FMI insiste en que la política de austeridad a muerte está matando a la Eurozona, y en que crece el riesgo de una catastrófica recesión global.
Y, entre paréntesis, el disco de Bartoli sobre Steffani parece demostrar que fue un excelente compositor, castratto o no.»
¿Lobison intenta decirnos que vayamos poniendo nuestros …ejem…..Gúevos a remojar?…..JAJAJA….que nervios.
A Cicuta le pasan cosas raras, como ese leve trastorno senorial que debe estar en la base de su desprecio por la ópera, por empeñarse en lecturas tóxicas. El otoño, tan propicio a la melancolñía y la depresión, no es buena época -si es que hay alguna que lo sea-, para enfrascarse en la biografía de Pepe Bono.
Cicuta desearía la retirada de las subvenciones a la decadente afición de la clase dominante (¡cuidado, se empieza así y se acaba proclamando que el piano es burgués y la flauta revolucionaria!). Pero eso ya está ocurriendo. El ministerio de cultura (Wert) ha eliminado el 75% de la que otrogaba a la ABAO (Asociación Bilbaina de Amigos de la Opera) lo que unido a la subida del IVA amenaza la continuidad de tan veterana institución.
¿recogerá el guante ,Don Cicuta?….o ¿entrará a degüello sin mas?.
¿Por que a las primeras mainifestaciones artisticas se les llaman «Operas primas»?.
Con permiso del articulista…
Excelente análisis el escrito por Gabriela Cañas
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/14/actualidad/1350245239_192913.html
Esta lectura hace que el Premio Nobel de la Paz a la UE, que trajo a colación Sarah, resulte hasta una broma de mal gusto…
No se si Lobisón, lector asiduo de novela negra, ha hablado alguna vez de otro gran detective europeo, griego el pobre, que se llama Kostas Jaritos y cuyo autor es Petros Markaris. Ya que estamos, valga la recomendación. Yo no «trabajo» a Donna leon ni a Bruneti, pero mi señora madre, lectora voraz como pocas, si, y le gusta mucho. Sin duda alguna (como diría Gallardón cuando habla de sus opiniones) eso significa que algo tendrá Bruneti.
En cuanto a la ópera, este blog ha tenido alguna vez una mención al tema anterior, lo que no recordaba tanto es a D.Cicuta en contra. Algo hay en el ambiente operero un poco de aquella manera. Cierto que si alguna vez se tiene ocasión de ir al real en un estreno de opera lustroso, se observa un toque de autocomplacencia en algun sector del público en plan «somos de un guay que tira p´atras», pero hombre, la ópera en si yo creo que es un arte con mayúsculas y toda una experiencia.
¡¡¡ Ahí te he visto J.D. Roselló !!!
La ópera, con perdón, es una forma de halterofilia vocal. Tan ridículo es ver a esos búlgaros hinchados capaces de levantar 350 kilos de pesas como a esos contantes deformando la voz hasta hacerla profundamente artificial e irritante. Luego está la duración de las óperas, que es desmesurada. Y por último todo el aspecto «zarzuelesco», con vestuario y tramas bastante ridículas. Un espectáculo de otra época. Pensar que parte de mis impuestos se va a esos espectáculos…
Fui a la ópera en la República Democrática Alemana y la nomenklatura reproducía los mismos tics de la burguesía capitalista: trajes de lujo, arrobamiento impostado, autosatisfacción, etc. La experiencia más traumática, con todo, fue una ópera de Stockhausen en el Covent Garden que duraba sietes días, siete. Y cuando salías a la calle después de las cuatro horas de cada día, los artistas te perseguían por la calle mientras seguían cantando. El protagonista, si no recuerdo mal, era un tanque de juguete teledirigido que hacía sonar unas sirenas. La gente apláudía a rabiar. Yo sólo fui un día, el Donnerstag aus Licht. Sucedió hace 25 años y no consigo borrar aquel recuerdo traumático. No se me va ni leyendo a Pepe Bono.
Lobisón, ¿hay alguna novela noir en la que el psicópata se dedique a asesinar cantantes de ópera?
¡¡¡ Ahí te he vistoDon Cicuta !!!…..JAJAJA….que nervios.
Con lo bien que empezaba el post de D Cicuta hablando de una vista a la DDR y la nomenklatura local, parecia el inicio de una novela de Le Carre o un peli de Hitchcok. ¿ES D Cicuta en realidad un agente del MI-6 retirado o de un ex operativo CIA afectado por un ERE?
Lo de la Opera de Stockhausen me deja fuera de juego, modestamente yo soy a la opera lo que un oyente de los cuarenta es a la música pop- o sea, me atengo a lo contrastadamente famoso y bueno, experimento poco-, la vivencia de D Cicuta es ya de nivel Radio 3, por lo menos.
Como esta claro que aqui hablamos de un rechazo fóbico, no insistire mucho, pero no me corto de hacer unas observaciones. No es deformar la voz, es sacarle todo el partido a un instrumento musical que es la voz, con la capacidad, además de interpretar como actores.
En cuanto al vestuario zarzuelero, hay escenografias muy modernas, y en algunas, (con perdón) hasta se ve teta, oiga. Eso si, largo es, pero lo de «lo bueno, si breve, dos veces bueno» no es siempre cierto, si no, no existiria Boston Medical Group, por poner un ejemplo.
Bueno si te sirve de algo….yo no veo a Don Cicuta en un cine de Cicinatti lleno de fikis viendo «The Rocky Horror Picture Show»…..jeje.
Don Cicuta, en Muerte en La Fenice, si no recuerdo mal, matan a un famoso director de orquesta, que resulta haber sido un mal bicho.
Mi experiencia de ópera en los países del Este fue en Hungría, y era curioso ver entre el público gente vestida para la ocasión y gente con ropa de trabajo. Como no poseo la intuición sociológica de Don Cicuta, no me atrevo a asegurar que no hubiera nomenklatura entre quienes llevaban pantalones de trabajo.
En todo caso, ya revelado su trauma juvenil con Stockhausen, es fácil entender por qué no le gusta la ópera. Lo de la escenografía es más complicado. Me temo que la ‘modernización’ lleva con mucha frecuencia al disparate (no me gustan nada Bieito ni Mortier, para entendernos), y en cambio las escenografías clásicas pueden responder más al espíritu de un género que en su momento era un espectáculo popular (el caso de Verdi).
Roselló, como estoy perdiendo la cabeza (aunque no acelero el proceso leyendo a Bono, ya son ganas), no recuerdo si he hablado aquí de Jaritos, pero es uno de mis héroes. Recuerdo una anécdota (de la que se hablaba en una entrevista en El País). Para la boda de su hija, su enérgica esposa le exige que se compre un coche nuevo, y Jaritos sigue el consejo de su yerno y se compra un Seat Mirafiori, por solidaridad con España y entre los países del sur víctimas de los furores luteranos del norte.
Creo que salvo algunos enfermos, como Thomas Bernhard, nadie realmente disfruta de la ópera. O disfruta algún cachito, pero se aburre mortalmente con el resto de la obra. Yo creo que a Lobisón le pusieron unos figurantes proletarios entre el público y cayó en la trampa.