¿Vacunar a nuestros adolescentes o donar dosis?

David Rodríguez

Recientemente, el presidente del gobierno Pedro Sánchez acaba de anunciar a bombo y platillo la vacunación de nuestros adolescentes antes del inicio del curso escolar. Es interesante recordar que hace exactamente un año nuestras autoridades sugerían que el alumnado no era foco de contagio, motivo que llevó a ahorrar millones de euros en inversiones para adaptar debidamente las escuelas ante la pandemia. Bueno es que se reconozca el error de apreciación cometido y se plantee ahora la inmunización de parte del alumnado, pero en este caso surge un nuevo debate que consiste en dilucidar si es prioritaria la vacunación de los menores en los países ricos o por contra se debe anteponer la llegada de dosis a naciones que de momento no las están recibiendo.

Los expertos vuelven a tenerlo bastante claro, y como viene siendo tradición en estos tiempos, plantean lo contrario que nuestros gobernantes. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha declarado:  «Entiendo que algunos quieran vacunar a sus niños y adolescentes, pero ahora mismo los insto a que lo reconsideren y donen vacunas a COVAX, ya que en los países de ingresos bajos el suministro de vacunas no ha sido suficiente ni siquiera para inmunizar a los profesionales sanitarios». Evidentemente, su recomendación no ha sido escuchada.

El presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria, José Ramón Martínez Riera, apela a argumentos de solidaridad esencial: «Dejar de vacunar a los más mayores de países que no están teniendo un acceso significativo a las vacunas los convierte en países con mayores cifras potenciales de enfermedad grave, muertes y hospitalizaciones». Estas razones, afortunadamente, son compartidas por muchos de mis alumnos adolescentes, que demuestran un grado de sensibilidad social que ni tan siquiera se ha planteado entre los grandes partidos políticos españoles, orgullosos ellos de vacunar a nuestros jóvenes mientras padecen una ola de calor terrible dentro de las aulas sin que se haga nada al respecto.

Pero lo paradójico de todo este asunto es que incluso desde una perspectiva individualista o insolidaria, la mejor medida es sin duda la que recomienda la ignorada OMS. El presidente de la Sociedad Española de Inmunología, Marcos López Hoyos, lo deja meridianamente claro cuando sostiene que «si tenemos una tasa de infección y tenemos sin proteger a mucha población en el resto del mundo, habrá infecciones en sitios superpoblados, en países como India, que puedan generar focos de infección y de aparición de nuevas variantes que puedan provocar que no tengamos protección con la vacuna o con la inmunidad natural que hayamos generado». Este argumento ocupa cuatro o cinco líneas y no parece ser tan complejo de entender, pero desgraciadamente no tiene hueco en la mente de los líderes europeos.

¿Qué está ocurriendo entonces? Pues algo muy sencillo y a la vez muy trágico. Lo que importa a nuestras autoridades no es la evidencia científica ni tan siquiera la realidad, sino la percepción del mundo que han generado en la mayoría de los votantes, aunque resulte distorsionada y profundamente irracional. En este caso, la vacunación de nuestros vástagos pasa por encima de cualquier otra consideración, aunque vaya en contra tanto de un principio mínimo de solidaridad como de una realidad científica que señala de forma persistente que la pandemia es algo global.

Y así seguimos, empeorando por momentos nuestra nefasta gestión de la pandemia, realizando una política (con minúsculas) desastrosa, ofreciendo a nuestra sociedad unos valores tremendamente egoístas, negando a los molestos expertos que no paran de oponerse a casi todo, enarbolando las enseñas patrias de nuestra eficaz vacunación frente a una pandemia que resulta ser global, en definitiva, mostrando nuevamente que nos encontramos ante una crisis civilizatoria de primer orden.

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